Comunicación crítica para tiempos críticos

Categoría: Literatura (página 1 de 2)

Necroeditoriales

Por H. Camilo Muñoz Chaves
(Citoyen Investigación y Creación)

“Escribir también es no hablar, es callarse, es aullar sin ruido”, ha dicho nuestra muy admirada Marguerite Duras. Hoy por hoy, sin embargo, también es la consigna que detesta el mercado editorial de nuestros días. La detesta porque lo que interesa es la producción de contenidos a toda costa, y producir contenidos tiene que ver, en este caso, con hacer de la literatura más bien un tema del que hablar sin revisitar sus problemas, sin darle la importancia que merece, aunque es fútil decirlo, utilizando el argot futbolero, fichando a un autor o autora por su nombre más que por lo que propone: una vacilación a la imposición de lo real (tomo prestada esta idea de Badiou), para asegurarse las reglas de juego que no son más que las de venta de un producto cultural como el libro.

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La experiencia del riesgo

Por Jonathan Alexander España Eraso

El escritor argentino César Aira en un ensayo breve titulado «La nueva escritura» propone que, desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la literatura, pensada a través del arte de la novela, absorbía la vida. Balzac («el Napoleón de las letras francesas», según Stefan Zweig) y su legado, condensado en el realismo decimonónico, abismaron a la vez que congelaron la dinámica evolutiva de la ficción para que miles de novelistas siguieran «escribiendo la novela balzaciana durante el siglo XX» y la convirtieran en «el torrente inacabable de novelas pasatistas, de entretenimiento o ideológicas, la commercial fiction».

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El pensar desencadenado

Por David Paredes

Hemos dedicado grandes esfuerzos o, al menos, mucho tiempo a fantasear escenarios apocalípticos; entre estos, la rebelión de las máquinas. Más allá de si se ajusta a la lógica, si es probable o si está cerca o lejos en el tiempo, considero particularmente reveladora la representación de esta rebelión como amenaza para nuestra especie.

El temor a la rebelión es, primero, temor a la autonomía de lo automático. El progreso tecnológico ha permitido que las máquinas funcionen cada vez con menos intervención humana, pero entonces surge el temor a que, por llevar esa premisa al extremo, las máquinas dejen de necesitar a la humanidad como determinante de su acción. Se trata, pues, del miedo a lo automático no controlable (diferente a lo automático disciplinado).

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Dar el salto, escribir

Por Sara Ríos Pérez

El asunto es escribir y publicar, por el medio que sea.
Ya sea en papel impreso, virtual, con editoriales o sin ellas.
Eso es lo que permite que sepamos
dónde estamos esas mujeres que escribimos.
Suzanne Bioret

Quiero comenzar con una pregunta que seguramente ya se han hecho. Una pregunta que no busca tener respuesta pero que invita a detenernos para mirar la ausencia. Si les pregunto a las lectoras y lectores de este artículo cuáles son sus autores favoritos, ¿cuántas escritoras entrarían en los primeros lugares de su lista?

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Alejarse para ver mejor

Por David Paredes

Puesto que alude a algo que es una cosa y muchas, el título del libro resulta preciso para esta colección de testimonios, textos introspectivos, conversaciones, locuciones periodísticas, descripciones de sueños, breves relatos, breves ensayos… piezas que parecen agotarse en su brevedad pero que, de repente, descubrimos unidas por hebras sutiles y por un origen común. En cualquiera de los textos tropezamos con una palabra que fue importante en páginas anteriores y entonces creemos haber identificado conexiones implícitas, vínculos con un relato más amplio, inasible y fantasmagórico. En eso, tal como lo ha dicho Viviana Troya –autora del libro– en un par de entrevistas, el contenido de Tefra se asemeja a los materiales expulsados en una erupción volcánica, ceniza, piroclastos, gases, que provienen de una sustancia primigenia y que, por tanto, son evocaciones de un mismo fuego.

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Cuadernos de viaje de La Habana

Por Paula Andrea Marín Colorado

Cuba te confronta con todo lo que has pensado de ti mismo. Cuba te confronta con lo que tú creías que era Cuba. Con lo que creías era Libertad y Pobreza. Pero también te confronta con el tiempo detenido y con la idea de tranquilidad. Cuba no se parece a ningún otro país, porque Cuba, para quien no haya vivido ahí en el último medio siglo, es indescifrable.

Daniel Ferreira, Samizdat de La Habana.

Le debo a una buena amiga que vive en México la posibilidad de tener este libro de Daniel Ferreira (San Vicente de Chucurí, Colombia, 1982), editado en 2020 por la Universidad Veracruzana (la misma de la primera edición de Los funerales de la Mamá Grande y de las primeras obras de Elena Garro, entre muchas otras proezas editoriales). Ferreira, quien publicó la cuarta novela de su Pentalogía (Infame) de Colombia en 2018 (la portentosa El año del sol negro, Alfaguara), recoge en Samizdat de La Habana (la palabra es un término soviético referido a un cuaderno que circula de forma clandestina, por su contenido crítico frente al gobierno) dos cuadernos de viaje: uno de 2012, cuando va a la Feria Internacional del Libro de La Habana como ganador de un premio de novela; y otro de 2015, cuando asiste al mismo evento en calidad de jurado del mismo premio del que fue ganador antes. El libro recoge, además, su “diario” de lectura de libros sobre escritores cubanos o que vivieron en la isla (el legendario Hemingway). Así, el libro de Ferreira procura responder a dos preguntas: ¿Cómo entender la compleja realidad cubana? Y ¿qué se necesita para ser escritor? Estas dos preguntas articulan la lectura y convierten una experiencia personal en una social.

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Tres mujeres escriben lo que todas las mujeres gritan: ¡El cuerpo de la mujer no se toca, no se viola, no se mata!

Por: Sara Rios Pérez, Diana Obagi García y Alejandra Rincón Bedoya

(En memoria de la compañera Alison)

1.

NO ES CUENTO
«Cuando Blancanieves pasaba por el CAI, una manzana podrida la mató».
Tatiana Asprilla, 31 años, Engativá.

Cuatro para una mujer: es verdad, nos temen, por eso nos agreden, nos violentan, nos matan. Nos temen desde siempre, desde que éramos diosas, ¿qué temen?

Sucede otra vez: una adolescente camina por las calles de su ciudad y algunos dirán: ¿por qué salió a caminar de noche?; otros: ¿por qué salió a caminar sola en medio del estallido social? Pero a las mujeres ya no nos importa lo que “otros digan”. De nuevo una mujer salió a caminar de noche, no importa la razón y se topó de frente con lo que ahora nos encontramos todas en las calles: violencia desmedida de una institución pública para despejar la “revuelta”.

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El Estado imaginario (II)

Por David Paredes

Cuando un portavoz del gobierno nacional habla en nombre de “los colombianos” ¿incluye en esa categoría a sus detractores, a excombatientes, a presos políticos, a miembros de grupos guerrilleros y, en general, a disidentes de toda laya? No lo hace. El Ministro de Defensa o la Vicepresidenta dicen “los colombianos”, pero hablan en nombre de sus copartidarios y sus electores, que por ser muchos no llegan a ser equivalentes a la categoría “nación”. Tampoco llegan a serlo las miles de personas que siguen un partido de la selección colombiana de fútbol, pero el narrador del partido dice “toda Colombia unida para alentar a este onceno de gladiadores”. En estas exageraciones hay una confusión ontológica no sólo entre un sector y la totalidad de la población sino entre la realidad y la ficción.

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El Estado imaginario (I)

Por David Paredes

Mientras lee un libro, el personaje hace lo posible por disimular el sobresalto que le producen fragmentos como este: “…su brazo rodeó a Julia. Al instante, ella pidió que se lo quitara, cosa a la que él accedió de inmediato, sonriente”. El lector, un hombre adulto, toma de manera literal el contenido de la historia y cree que está ante la “clara referencia a una especie no humana, extraterrestre […] una raza de seres capaces de quitarse partes de su anatomía a voluntad”. En torno a la confusión de este lector se desenvuelve el argumento del cuento “Algunas peculiaridades de los ojos”, del escritor norteamericano Philip Dick.

Por lo general, quien ve una película o lee una novela de ficción no sopesa la veracidad de las circunstancias y los sucesos, pues sabe que se trata de una ilusión creada y se presta para creer deliberadamente en ella. John Searle explicó el asunto con precisión: “el autor finge que hace una afirmación verdadera. Nosotros aceptamos el pacto ficcional y fingimos que lo que nos cuenta ha sucedido de verdad”. El pacto ficcional, ese acuerdo tácito entre emisor y receptor, puede ser quebrantado en, al menos, dos situaciones: cuando el receptor se niega a suspender la incredulidad y cuando la suspende del todo. El segundo caso corresponde al mal que padece el personaje del cuento de Dick, un lector capaz de comprender el contenido de la historia pero incapaz de percibir que se trata de una obra de ficción.

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Las marcas de «los pájaros»

25 AÑOS DE CÓNDORES NO ENTIERRAN TODOS LOS DÍAS

Por Lidya Inés Muñoz
Historiadora

“… o una cruz o una lanza, pero era seña indeleble para que nadie ocupara la casa y la ruina entrara para siempre desde fuera”.

Corre el año de 1971; en el sector norte de Pasto, el viento alisio sopla demasiado frío. En Torobajo el olor del río próximo incomoda las horas que pasan muy lentas pero propician el refugio contra el tiempo. La luz es escasa, alguien suelta la memoria y escribe: “Tuluá jamás ha podido darse cuenta de cuándo comenzó todo, y aunque ha tenido durante años la extraña sensación de que su martirio va a terminar por fin mañana…”. Así comienza la historia de la muerte y de la vida en extraño forcejeo, en el lugar del Valle del Cauca, que detrás de la novela retrata fielmente el escenario social y político de Colombia, en los años 50.

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