Por David Paredes

Puesto que alude a algo que es una cosa y muchas, el título del libro resulta preciso para esta colección de testimonios, textos introspectivos, conversaciones, locuciones periodísticas, descripciones de sueños, breves relatos, breves ensayos… piezas que parecen agotarse en su brevedad pero que, de repente, descubrimos unidas por hebras sutiles y por un origen común. En cualquiera de los textos tropezamos con una palabra que fue importante en páginas anteriores y entonces creemos haber identificado conexiones implícitas, vínculos con un relato más amplio, inasible y fantasmagórico. En eso, tal como lo ha dicho Viviana Troya –autora del libro– en un par de entrevistas, el contenido de Tefra se asemeja a los materiales expulsados en una erupción volcánica, ceniza, piroclastos, gases, que provienen de una sustancia primigenia y que, por tanto, son evocaciones de un mismo fuego.

Por este libro desfilan personas de hoy y de los tiempos en que no había internet, personas de hace dos siglos y personas de un tiempo estático, el de los seres mitológicos. Y así, incorporando la musicalidad y las gramáticas del español que se habla en Pasto, la autora nos presenta paisajes tan familiares como extraños. Será porque escribió este libro en Londres; será porque la distancia le permitió hacer una lectura cuidadosa de aquello que dejamos pasar o que no habíamos observado por tenerlo demasiado cerca, que sólo es perceptible si uno se aleja, aguza la mirada y se fija de verdad. Gracias a este distanciamiento llegamos a ver el terror latente y la temeraria resignación de la ciudad erigida a un lado del volcán (o sobre él, no tan lejos del cráter) y percibimos lo exótico y lo habitual, grietas, temblores, grietas y temblores atinentes a lo físico y lo metafísico, infrasonidos, flujos de azufre que discurren por las venas del cuerpo y de la ciudad. «Debajo de esta ropita linda, las sonrisas y la casa arreglada, tú sabes que hay algo más que te llama».

llegamos a ver el terror latente y la temeraria resignación de la ciudad erigida a un lado del volcán y percibimos lo exótico y lo habitual, grietas y temblores atinentes a lo físico y lo metafísico, infrasonidos, flujos de azufre que discurren por las venas del cuerpo y de la ciudad

Estos textos nos invitan a volver la mirada sobre lo íntimo que nos resulta ajeno, un gran secreto, un magma debajo del yo, el tirano que unas veces emerge con bríos de temer y otras sólo se anuncia con humos y temblores. «Dicen que todos vivimos en secreto, y que somos la manera en que lo ocultamos y nada más». En estos términos, la identidad es cuanto hacemos para ocultar el nervio salvaje que nos constituye; lo inconsciente, se podría decir; lo que está dentro del volcán y permanece en esa otra línea temporal hasta que irrumpe en nuestra brevedad humana. En Tefra, la autora susurra que un volcán es, precisamente, la conjunción de temporalidades, lo sagrado que a veces coincide con la profanidad de nuestra vida y nuestro mundo.

En Tefra, la autora susurra que un volcán es, precisamente, la conjunción de temporalidades, lo sagrado que a veces coincide con la profanidad de nuestra vida y nuestro mundo

Pero tenemos una gran fascinación por eso que ocultamos. Aquí emerge otro tema importante del libro: las formas que frecuentamos para acceder a esa otra temporalidad, formas como el carnaval, fiesta que se suspende y se reanuda sin pretender que acabe alguna vez. El carnaval es un volcán en pausa. Su repetición nos ofrece la posibilidad de reconectarnos con un tiempo más grande. Supongo que en pos de esa reconexión convergen carnavales, rezos, mantras, íkaros, la música toda, el sexo, la danza giratoria de los derviches… En tanto trayecto circular, la repetición nos extrae por un momento de la vida humana inexorablemente proyectada hacia la sepultura. ¿No es este un principio importante en los rituales? Me refiero a la repetición de procedimientos y de la palabra hasta conseguir que evoquen una temporalidad no-humana, para que, de esa manera, se ensanche nuestra brevedad o al menos se escenifique la conexión con lo perdurable.

El idioma, los conflictos, el vértigo ante lo posible y ante la entrega, todo esto es tefra atemporal y contemporánea, antiquísima y reciente, tefra literaria confeccionada en el sur existencial en el cual Viviana Troya tiene su hogar, el sur desde donde interpela a la humanidad y recrea mitos y relatos de guerra. Por esta vía, la autora señala lo sagrado en la materia vulgar. Con suma tranquilidad deambula por el jardín que un buen número de escritores frecuenta pertinazmente en Nariño, el jardín del relato histórico, sin titubeos en el momento de proponer un acercamiento al drama amoroso-político y sin incurrir en el revisionismo que otros blanden con una mezcla de nostalgia y necedad fanática.

Este libro, valga la repetición, es muchas cosas. Néctar de borrachero. Contemplación de la ternura, la fiesta, el amor, el cielo y la tierra atravesados por una grandísima incertidumbre que se ha vuelto cotidiana.


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