Durante más de tres décadas, en círculos académicos y en escenarios de debate o de opinión, se ha hablado de lo incompatibles que pueden ser la Constitución de 1991 y el creciente centralismo político-administrativo de Colombia. Mientras la Constitución permitió crear las gobernaciones y, con esto, por decirlo de algún modo, distribuir el poder ejecutivo por todo el territorio nacional, en la práctica, el poder ha seguido siendo ejercido desde el centro.
Por su formación y experiencia, Javier Milei sabe de contrastes y matices. Sin embargo, aprovecha cualquier oportunidad para hablar sólo de los primeros (libertad versus regulación, capitalismo versus intervencionismo estatal), acaso porque sabe poner en escena aquella premisa según la cual los discursos radicales y simplistas dejan más réditos políticos (y electorales) que los análisis exhaustivos y complejos. No podría hablar de libertarismo ni venderse como emblema de libertad si, al mismo tiempo, aceptara la validez de la intervención del Estado, o si reconociera que las megaempresas, ponderadas por el pensamiento neoliberal como arcángeles de la prosperidad, no tienen disposición para incidir directamente sobre los problemas sociales y ambientales, muchas veces derivados del éxito de sus negocios.
La importancia de los hombres en la crianza de sus hijo/as ha sido un tema de discusión en la sociedad. A pesar de los avances en materia de igualdad de género, todavía existen barreras que dificultan la participación activa de los hombres en el cuidado y la crianza. Un claro ejemplo de esto fue la reciente no aprobación del aumento a 12 semanas en la licencia de paternidad en el país, aumento que venía en la Reforma laboral que se hundió en el Congreso por falta de quórum.
Suelo encontrar cosas que me interesan en los programas de telerrealidad. Entretenimiento vulgar, sí, pero también dilemas éticos, escenificación de rasgos grotescos de la sociedad, metáforas, problemas narrativos resueltos en la posproducción, etcétera. Hace años vi algunos capítulos de un programa aparentemente insípido que no cabía en el molde típico: no tenía el foco puesto en la representación de conflictos socioeconómicos, en la exhibición de talentos especiales o en la ilustración de los extremos a los que llegan las personas en condiciones de aislamiento. Sólo se trataba de seis personas jóvenes que pasaban una temporada en una casa ubicada en Tokio.
En días recientes, cierto sector de la opinión pública en Colombia se ha escandalizado porque Irene Vélez, Ministra de Minas, usó la expresión “decrecimiento económico” en un Congreso Nacional de Minería. Dicen que le falta experiencia, que su declaración fue impertinente, y juzgan su lectura como un error. Pero si en algo se equivoca la ministra es en hacer referencia al decrecimiento como si se tratara de una propuesta o una exigencia, y no como lo que es a todas luces: un proceso cada vez más impostergable, acaso obligado, acaso indispensable, anunciado y estudiado desde hace mucho tiempo.
Doctora: FRANCIA MARQUEZ Vicepresidenta electa de Colombia
Atento saludo.
Como nariñense y ciudadana del sur, arropada de profunda esperanza, escribo esta carta, desde esta tierra pluriétnica y multicultural, dirigida a usted, como Vicepresidenta electa de Colombia apelando a su sensibilidad social y su alto compromiso frente a la erradicación de las desigualdades estructurales para solicitar que, a través de su incidencia, sean priorizados los programas y proyectos que tengan por objeto la atención de las problemáticas de las mujeres y las niñas en el departamento de Nariño. La situación de las mujeres en Nariño es apremiante y quiero aprovechar esta carta para referirme a aquellas problemáticas más relevantes, buscando brindar un panorama de dicha situación para contribuir a la adopción de decisiones estratégicas .
En 1936 se produjo la clásica película de corte social Tiempos Modernos. En este filme, escrito, dirigido y protagonizado por Charles Chaplin, “Charlot”, el icónico vagabundo, representa los impactos de la denominada deshumanización de la sociedad industrializada, así como también narra la carencia de condiciones laborales y la proliferación de protestas en la época de la Gran Depresión de los años 30, en Estados Unidos.
Para la época del estreno de la película sólo habían transcurrido 47 años desde que la Segunda Internacional Socialista estableció el primero de mayo como el día en el que se conmemoraba el acuerdo que estableció como derecho de los trabajadores la jornada de ocho horas y el cumplimiento de otras demandas del movimiento obrero como la Seguridad Social para los trabajadores que incluía, entre otros: seguro contra enfermedades, accidentes de trabajo, invalidez y vejez, igualdad salarial, derecho al salario mínimo, disfrute de vacaciones, bonificaciones, pago de días festivos, derecho a la asociación sindical o el derecho a la huelga.
En este artículo pretendo hacer una interpelación al enfoque analítico sobre el trabajo de cuidado, el cual se viene instalando desde instituciones nacionales y organizaciones no gubernamentales cuando hacen referencia a la “economía del cuidado” como “una contribución del trabajo doméstico no remunerado de veinte puntos porcentuales (20%) en el PIB nacional”. Específicamente, esta mirada promueve la redistribución y reducción de este trabajo –a manos del Estado– porque constituye una recarga sobre las mujeres y/o los cuerpos feminizados, de modo que profundiza la dependencia económica y se fomenta la feminización de la pobreza. Si bien el análisis parte de una caracterización del problema que sitúa a la división (hetero)sexual del trabajo como el bastión del ordenamiento social, se centra en el acceso al dinero por parte de las mujeres y no sobre el lugar relacional que tiene el cuidado para el sostenimiento de la vida.
En mayo de 1968 por fin tomó forma el proyecto de Giorgio Rosa, ingeniero italiano empeñado en construir un Estado independiente en aguas del mar Adriático. Después de edificar una isla de acero, y en nombre del Derecho de libre autodeterminación de los pueblos, Rosa declaró su independencia y empezó con las gestiones para conseguir el reconocimiento y la legitimidad de la llamada Isla de las Rosas, para lo cual llevó su solicitud hasta el Concejo de las Naciones Unidas.
Lo que parecía un intento quijotesco se tornó peligroso para las autoridades civiles de Italia cuando dejó de ser individual. No eran pocas ni las personas que frecuentaban la isla ni aquellas que solicitaron la nacionalidad tras enterarse de que aquel territorio de cuatrocientos metros cuadrados era un país independiente, con su propio idioma, su emisora y la holgazanería entendida como derecho fundamental. Sin embargo, hasta este punto no es claro por qué se alarmaron las autoridades italianas, pero tampoco era requisito que existieran muchos motivos para que esas mismas autoridades desplegaran el gran operativo militar con el que destruyeron la isla. ¿Qué podía suceder si un puñado de ciudadanos decidía pasar una temporada –o quedarse a vivir– en ella? ¿A quién podía afectarle el robustecimiento y la propagación de un símbolo contracultural?
Entre tantas otras cosas, la pandemia Covid proscribió la celebración, en 2021, de las consabidas fiestas de fin e inicio de año en todo el mundo, lo cual suponía un duro golpe a la ya diezmada salud emocional de la gente. Aunque muchas personas terminaron encontrando la manera de engañar al virus y poder celebrar así Navidad, Año Nuevo y demás tradiciones familiares, no pudieron hacer lo mismo con respecto a las también tradicionales fiestas, festivales y carnavales populares. A inicios de 2022, sin embargo, estas celebraciones masivas volvieron a organizarse, a pesar de la amenaza latente (patente en algunas regiones) de la variante ómicron.