Por David Paredes
Por su formación y experiencia, Javier Milei sabe de contrastes y matices. Sin embargo, aprovecha cualquier oportunidad para hablar sólo de los primeros (libertad versus regulación, capitalismo versus intervencionismo estatal), acaso porque sabe poner en escena aquella premisa según la cual los discursos radicales y simplistas dejan más réditos políticos (y electorales) que los análisis exhaustivos y complejos. No podría hablar de libertarismo ni venderse como emblema de libertad si, al mismo tiempo, aceptara la validez de la intervención del Estado, o si reconociera que las megaempresas, ponderadas por el pensamiento neoliberal como arcángeles de la prosperidad, no tienen disposición para incidir directamente sobre los problemas sociales y ambientales, muchas veces derivados del éxito de sus negocios.
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