Por Gustavo Montenegro Cardona

En 1936 se produjo la clásica película de corte social Tiempos Modernos. En este filme, escrito, dirigido y protagonizado por Charles Chaplin, “Charlot”, el icónico vagabundo, representa los impactos de la denominada deshumanización de la sociedad industrializada, así como también narra la carencia de condiciones laborales y la proliferación de protestas en la época de la Gran Depresión de los años 30, en Estados Unidos. 

Para la época del estreno de la película sólo habían transcurrido 47 años desde que la Segunda Internacional Socialista estableció el primero de mayo como el día en el que se conmemoraba el acuerdo que estableció como derecho de los trabajadores la jornada de ocho horas y el cumplimiento de otras demandas del movimiento obrero como la Seguridad Social para los trabajadores que incluía, entre otros: seguro contra enfermedades, accidentes de trabajo, invalidez y vejez, igualdad salarial, derecho al salario mínimo, disfrute de vacaciones, bonificaciones, pago de días festivos, derecho a la asociación sindical o el derecho a la huelga.

“Charlot” enloquece en la fábrica. El responsable de ajustar los tornillos de las máquinas termina por perder una tuerca de su cabeza. El vagabundo es presionado por las voces de un patrón robotizado. La mecanización del oficio termina por enfermarlo. Al volver a la calle, el protagonista se ve involucrado en una huelga, lo tachan de comunista y lo encarcelan. Así comienza un ciclo repetitivo de este buscador de oportunidades que intenta sobrevivir en medio de la crisis económica, sin oportunidades, estigmatizado y rechazado.

El relato de Chaplin parece seguir vigente 86 años después de su estreno y 136 años después de los sucesos de Chicago que dieron paso a la declaración del 1 de mayo como el Día del Trabajador. Desde 1886 el mundo se ha transformado, los obreros se convirtieron en trabajadores, poco a poco desapareció la clase obrera; los trabajadores se convirtieron en empleados, los empleados en informales, los informales en emprendedores y así, con el tiempo, el Estado sustituyó su responsabilidad por garantizar condiciones laborales dignas para sus ciudadanos, en una serie de discursos y políticas que terminaron por enlodar los alcances de las luchas obreras. 

En Colombia, de acuerdo con las cifras del DANE a octubre de 2021, 2. 9 millones de personas se encontraban inactivas laboralmente. El desempleo llegó al 11.8% (8,7% en hombres y 15,9% en mujeres). En cuanto a horas trabajadas a la semana, el 59,2% de la población ocupada laboró más de 40 horas y el 27,4% lo hizo entre 21 y 40 horas. Por otra parte, según datos de la Fuente de Información Laboral de Colombia (Filco), para 2019 únicamente el 35,3% de los colombianos con algún tipo de ocupación contaba con un contrato de trabajo escrito.

Según la OMS, el estrés laboral, generado entre otras causas por la alta presión por las exigencias de la productividad, el poco tiempo de ocio, la tensión de los ambientes de trabajo, la competencia y la competitividad, se constituyó en la duodécima causa de muerte de los trabajadores en el mundo. Sin duda, las condiciones laborales generadas durante la pandemia por Covid-19 afectó significativamente el estado de salud de los trabajadores colombianos.

El aumento de contratos por Orden de Prestación de Servicios, la eliminación de horas extras, la responsabilidad del pago de salud, pensión y otros parafiscales que quedaron en manos de los empleados, la inestabilidad laboral y el detrimento de la seguridad de los trabajadores configuran la foto panorámica de nuestros tiempos modernos que dialogan con mucha similitud con aquel filme de 1936.

La era de la productividad y de los adictos al trabajo eleva las jornadas laborales en las que apenas hay tiempo para saciar el hambre, beber todo el café del mundo y rendir por más de 14 o 16 horas al día. Para muchos no existen los fines de semana, ni los días festivos. Pasarán años, antes de que la mayoría de los nuevos profesionales universitarios que se insertan en la vida laboral firmen un contrato a término indefinido que incluya todas las prestaciones sociales. Es asunto de unos pocos privilegiados el derecho a bonificaciones, seguros o indemnizaciones. El tema pensional sigue generando todo tipo de debates. El maniqueo discurso del emprendimiento es un sofisma de distracción que le achaca toda la responsabilidad de la autonomía, la seguridad y la garantía de derechos a quien se atreve a caminar la tortuosa ruta de hacer empresa en Colombia.

Mientras tanto, la protesta social, igual que lo vivió Charlot en su ficción cinematográfica, es una acción estigmatizada y estigmatizante. Todo trabajador, empleado u obrero que se atreva a renegar de sus condiciones laborales es tachado de comunista, desagradecido, vago, vándalo o miembro activo de la izquierda enfurecida.

Punto aparte merece el tema de la equidad salarial entre hombres y mujeres. Aún persisten profundas brechas laborales entre los géneros. También el sistema educativo quedó enquistado en la formación para el empleo y el Estado sigue siendo una macro estructura dedicada a solventar las demandas burocráticas a través de la fatídica mañana de transaccionar votos por puestos.

Así, pasó otro 1 de mayo, una fecha conmemorativa que nos genera preguntas, que plantea desafíos inmensos y que nos reta a pensar, justo en medio de una tensa campaña electoral, de tiempos complejos y posmodernos, sobre la realidad de la clase trabajadora que ya no goza de los privilegios soñados por los mártires de Chicago.


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