Foto: Flickr (World Economic Forum)

Por David Paredes

Por su formación y experiencia, Javier Milei sabe de contrastes y matices. Sin embargo, aprovecha cualquier oportunidad para hablar sólo de los primeros (libertad versus regulación, capitalismo versus intervencionismo estatal), acaso porque sabe poner en escena aquella premisa según la cual los discursos radicales y simplistas dejan más réditos políticos (y electorales) que los análisis exhaustivos y complejos. No podría hablar de libertarismo ni venderse como emblema de libertad si, al mismo tiempo, aceptara la validez de la intervención del Estado, o si reconociera que las megaempresas, ponderadas por el pensamiento neoliberal como arcángeles de la prosperidad, no tienen disposición para incidir directamente sobre los problemas sociales y ambientales, muchas veces derivados del éxito de sus negocios.

Es entendible que, en el discurso que pronunció en el Foro Económico Mundial 2024, Milei haya evitado referirse a la innegable interacción (y, en algunos casos, hasta la relación funcional) entre los Estados y el modo capitalista de explotación, y que insista en mencionar una y otra vez la falsa correspondencia entre Estado y socialismo. Luego, indignado por el contenido de su propio evangelio, termina concluyendo que el anarcocapitalismo es la única solución a los problemas sociales, políticos y económicos del continente y del mundo entero.

Por otra parte, resulta elocuente que en el mismo Foro se presentara una carta firmada por alrededor de doscientas cincuenta personas multimillonarias, personas que llevan cuatro años pidiendo a los gobiernos del mundo que les cobren impuestos. La campaña conocida como “Millonarios por la humanidad” tuvo su primera manifestación en el año 2020, durante la pandemia, y ahora vuelve a captar atención con esta carta que bien puede ser entendida como el reconocimiento de que no basta la prosperidad económica para resolver problemas estructurales como la desigualdad, la pobreza y otros que, a la postre, terminan por afectar a la circulación de capital.

Aunque Milei y otros de su línea intentan desacreditar al grupo de personas interesadas en pagar impuestos, es claro que a ellas no las mueve la filantropía ni, mucho menos, alguna afinidad ideológica con el socialismo. Tal vez sea más sensato deducir que, en decidida oposición al fundamentalismo neoliberal, promueven la existencia de un Estado regulador porque los programas de bienestar (incluso los más precarios) propician condiciones mínimas para la existencia y la fluidez de los mercados, toda vez que la gestión estatal que garantiza rentas básicas o acceso a servicios, en tanto contribuye a la distribución de riqueza y sostiene niveles básicos de consumo, crea una atmósfera respirable para el sector empresarial.

Desde un punto de vista estrictamente económico, si cada vez hay menos personas que pueden pagar por bienes suntuarios, bienes de primera necesidad o servicios básicos, la demanda se verá interrumpida al cabo de un tiempo y no sin consecuencias lamentables. No parece haber muchas alternativas aparte de delegar a las instituciones estatales para que regulen tazas de interés, precios, salarios, condiciones laborales, etcétera, y para asegurar que millones de personas ingresen en los mercados aun cuando sea con un mínimo poder adquisitivo.

En algunos casos, la articulación entre Estado y sectores empresariales ha sido más que notable. Si bien es cierto que el funcionamiento de algunos Estados resulta deficiente por factores relacionados con la esclerosis burocrática y la corrupción, llevamos décadas comprobando que no por eso conviene desechar por completo las instituciones que crean y sostienen la estructura organizativa de las naciones sobre principios como la dignidad, la justicia y la inclusión. La radiodifusora suiza RTS, citada en el portal de la Deutsche Welle, sintetiza un caso que ha sido puesto como ejemplo en gran variedad de escenarios:

Además, al menos en teoría (la teoría que se materializa en las sociedades de forma lenta y parcial) las instituciones estatales tienen por objetivo la preservación de los entornos ambientales, pues las empresas (o, mejor dicho, los empresarios, a quienes Milei llama «héroes») exhiben y promueven una actitud propia de adolescentes que eligen cerrar los ojos para no ver las repercusiones de sus actos.

Otra sería la historia si los «héroes» de Milei al menos tomaran medidas contundentes para frenar las afectaciones a la biodiversidad de los territorios, la emisión desmesurada de gases de efecto invernadero o la sobreexplotación de materias primas no renovables. Si tomaran esas precauciones, los Estados efectivamente podrían parecer superfluos, anacrónicos, lastres que entorpecen la organización espontánea de los pueblos.

Pero a muchos de los intelectuales del emprendedurismo y el libre comercio, probablemente con el fin de eludir debates frenteros y vinculantes acerca de temas como la ecosostenibilidad, les basta con repetir que están gestando la prosperidad colectiva, y hasta hacen pie en ese discurso para estigmatizar a sus contradictores y atribuirse la superioridad moral que aparece en idearios como el de Milei: “Aquellos que supuestamente deben defender los valores de Occidente se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo y, en consecuencia, a la pobreza”. 

¿Defender los valores de Occidente? ¿Socialismo? A veces cabe pensar que este Robespierre gaucho ha entrado en escena un poco tarde.


Síguenos en nuestras redes:

Facebook: columnaabiertaweb
Twitter: @Columna_Abierta
Instagram: columnaabierta/