Por Paula Mogollón-García*

Es un nuevo año calendario y el ocho de marzo (8M) es una de las primeras fechas que llaman a la movilización social. Las iniciativas feministas ocupan las calles cada año en conmemoración de las históricas luchas de las mujeres por el acceso a derechos, particularmente, los relacionados con los laborales. No obstante, esa historicidad no radica en tiempos de un pasado lejano; por el contrario, se encuentran en permanente actualización e incorporación de contextos territoriales.

Entre los principales relatos que se traen a la memoria para el 8M, está el hecho presentado en 1909, cuando se calcinó a 129 mujeres dentro de la fábrica “Cotton Textile Factory” en New York, la cual fue incendiada a manos de sus dueños. Esto, debido a que las mujeres reclamaron por incrementos salariales, reducción de las jornadas de trabajo y la finalización del trabajo infantil. Un hecho que eriza la piel e indigna los corazones.

No obstante, los reclamos por los derechos laborales en New York en la primera década del siglo XX no se corresponden con las realidades que experimentan las mujeres en Colombia, ni siquiera en el siglo XXI. Los contextos laborales para las mujeres de Estados Unidos son sumamente diferentes a los que se vivían (viven) en Colombia, y no solamente por la diferencia temporal, sino por la escala que ocupa cada país en el proceso de la globalización y su correlato neoliberal.

En primer lugar, vale destacar que los mercados laborales asociados al capitalismo han ejercido exclusión a las mujeres. Cristina Carrasco & Tello (2013) sugieren que esto se debe a las designaciones sociales argumentadas en la división sexual del trabajo. En otras palabras, el lugar que la organización productiva y social le otorga a las mujeres y/o cuerpos feminizados es el de la reproducción y los cuidados.

En este sentido, el tiempo y los esfuerzos físicos, emocionales y mentales que se emplean para la reproducción, no son entendidos como trabajos y, por tanto, no se remuneran ni se reconocen en el mercado laboral. Las mujeres y/o cuerpos feminizados no son reconocidas como trabajadoras, y no precisan de derechos laborales.

Esto resulta fuertemente problemático porque al no reconocer los tiempos y prácticas de las mujeres y/o cuerpos feminizados como un trabajo conlleva a que estas no acceden a derechos laborales, de tal modo que las desigualdades materiales que viven estas personas son casi inquebrantables, es decir, no se pueden transformar. De manera que se mantienen círculos infinitos de pobreza, que profundizan las situaciones de dependencia económica a los sujetos proveedores –reconocidos como trabajadores–, y que, mayoritariamente ejercen dinámicas de poder sobre las personas cuidadoras. A esto, Silvia Federici (2013) lo ha denominado “el patriarcado del salario”, demostrando “el profundo androcentrismo de la sociedad capitalista” (Fraser, 2015).

En este sentido, es posible asegurar que las condiciones estructurales para que las mujeres y/o cuerpos feminizados se inserten al mercado laboral son sumamente excluyentes, en comparación con los hombres-trabajadores. Esta es una de las consecuencias de la priorización de la lucha obrera sobre la lucha feminista, un error que no puede continuar escribiéndose en la historia de la movilización social y emancipadora. Además, mal se haría en considerar que las luchas obreras son distantes de las feministas, más en un contexto neoliberal que busca fortalecer la globalización.

El correlato entre el neoliberalismo y la globalización se ha fundamentado en la diferenciación escalar: mientras que un país nórdico se considera del “primer mundo”, a Colombia –como país latinoamericano– se lo ha definido como un país “en vía del desarrollo” o “tercermundista”, es decir, un rango inferior en la escala jerárquica de la globalización.

Con la puesta en marcha del neoliberalismo en Colombia durante la década de los 90’s (también conocido como el tiempo de la apertura económica) para el avance de la globalización, las alteraciones legislativas en el mercado laboral fueron un factor determinante. Entre las reformas laborales registradas en Colombia se destacan: la Ley 50 de 1990, la Ley laboral 789 del 2002 y la adhesión entre la Ley 617 del 2000 y el Decreto 1919 del 2002, todas las cuales cambiaron las condiciones de acceso a derechos para los trabajadores (Martínez-Álvarez, 2015), en conexión con la exclusión de las mujeres y/o cuerpos feminizados de los roles productivos.

En este sentido, los tiempos de la flexibilización de los mercados de trabajo en Colombia redujeron los derechos laborales ganados por luchas sindicales: seguridad social, pensión, prestaciones sociales, cajas de compensación, entre otras, las cuales pasaron a ser administradas por fondos privados. De ahí que las condiciones de la población trabajadora en el país sean tan precarias y deshumanizadas.

Lo cierto es que la experiencia de las mujeres y/o cuerpos feminizados en la dinámica laboral carga con desigualdades estructurales históricas y con repercusiones interseccionales respecto a la pobreza y a la designación de género. En otras palabras, las reformas laborales:

demuestran, los pasos legislativos utilizados para contrarrestar la rigidez del mercado laboral, que estaba basado en un modelo proteccionista y de estabilidad de empleo, que, aunque históricamente excluía a las mujeres trabajadoras y pobres de este sistema de protección, con los cambios jurídicos acaecidos agravó sus condiciones de desprotección y vulnerabilidad laboral. (Martínez-Álvarez 2015, 83).

Martínez-Álvarez identifica que las desigualdades de las mujeres en el mercado laboral colombiano fueron agravadas y profundizadas con las reformas legislativas neoliberales para los mercados de trabajo. Es decir, que el acceso a los derechos laborales de los que se gozó por las luchas sindicales durante el siglo XX no han sido garantizados para las mujeres y/o cuerpos feminizados en Colombia.

Al contrastar esta situación con las cifras de desempleo analizadas por el Observatorio de Género de Nariño (2022), donde se destaca que la tasa de desempleo en mujeres disminuyó abismalmente, del 38,1% en el 2015 al 11,7% en el 2021, es posible reconocer que la inserción de las mujeres al mercado de trabajo ha sido importante; sin embargo, las condiciones en acceso a derechos laborales continúan manteniéndoles en situación de precarización y continuidad de las desigualdades estructurales, en términos materiales y culturales.

Reconocer que las mujeres y/o cuerpos feminizados encarnan profundas desigualdades para acceder a un empleo en condiciones de derechos y dignidad requiere de una revisión histórica del porqué se ha llegado hasta aquí. El patriarcado y la fase neoliberal del capitalismo en Colombia son los responsables de mantener los trabajos feminizados en la esfera privada u oculta, para continuar desconociendo sus derechos, en pro de la jerarquía globalizante.

Ante ello, el llamado es a conjugar las luchas obreras y feministas, y recuperar una de las consignas emblemáticas de Rosa Luxemburgo: “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”, es decir, que los derechos no sean para un sector de la sociedad, sino para todas, todes y todos. ¡Vamos que vamos, porque la revolución será feminista o no será!

Referencias

  • Carrasco, C., & Tello, E. (2013). Apuntes para una vida sostenible. En M. M. Solidari, Tejiendo alianzas para una vida sostenible. Consumo crítico, feminismo y soberanía alimentaria (pp. 11-44). Barcelona: Xarxa de Consum Solidari y Marcha Mundial de las Mujeres.
  • Federici, S. (2013). Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid: Traficantes de Sueños.
  • Fraser, N. (2015). Fortunas del feminismo. Del capitalismo gestionado por el Estado a la crisis neoliberal. Quito: Traficantes de sueños.
  • Martínez-Álvarez, J. J. (2015). Impacto de las reformas económicas neoliberales en Colombia desde 1990. In Vestigium Ire, 78-91.
  • O. G. Nariño. (2022). Cifras en Contexto Nariño 2021. Pasto: Universidad de Nariño.

* Paula es Economista de la UNAL y Magíster en Sociología de la FLACSO, Ecuador. Militante feminista, co-coordina el equipo de la Escuela Piel Adentro, Pasto y es investigadora senior del Observatorio de Género de Nariño.


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