Por Brigythed Lucero Medina Diaz

Pensar la crisis actual en términos mediáticos nos obliga a replantear las nuevas prácticas y formas de manifestarse; la respuesta a teorías fascistas de una generación que no está dispuesta a callar es la defensa de la vida frente a una narrativa belicista que se esfuerza por vandalizar y criminalizar la protesta social, una muestra del discurso de violencia que ha atravesado al país durante muchos años. A este Gobierno y su relato de odio se le olvida que vivir en democracia es garantizar y defender la protesta social.

En Colombia la democracia representativa viene en crisis desde hace varios años, con una marcada burocracia y tradicionales formas de organización, a las cuales se suma la desgastada imagen de las instituciones. En consecuencia, en el marco del Paro Nacional, hoy son diversas y plurales las formas y maneras de manifestar el malestar social que se respira. Son grandes los esfuerzos de la juventud por desarmar el lenguaje.

Sin embargo, es desproporcionada la exhibición de la violencia; para los medios nacionales ha sido prioridad amplificar la desgastada narrativa con la que el uribismo llegó al poder, en donde prima la muerte agónica del ciudadano. Ahora bien, la furia manifestada en arengas, cantos, el grito y encuentro colectivo se ha tomado las calles de las principales ciudades del país y las tendencias de las redes sociales más populares y el resultado es que, al día de hoy, hay cientos de desaparecidos, algunas violaciones, heridos, y más de cuarenta fallecidos que deja una de las manifestaciones más extensas y violentas que ha vivido la urbanidad, a plena luz del día y a los ojos y cámaras de todos.

Como cientista social, gestora cultural y activista, he acompañado algunas manifestaciones, todas éstas pacíficas; todo marcha con normalidad hasta que no se nos posibilita el encuentro, cae la noche y los disparos no cesan. Con base a estos sucesos y a la retórica mencionada por Uribe de la llamada “revolución molecular disipada” presento este análisis:
 
Michel Foucault, en su clase final del curso Defender la sociedad, plantea la idea de cómo el racismo de Estado sería uno de los mecanismos del biopoder y de la biopolítica. Entre el poder de “hacer vivir y dejar morir”, el racismo de Estado determinaría quién vive y quién muere. Inspirado en Foucault, Achille Mbembe va más lejos y muestra cómo el biopoder es insuficiente para entender las relaciones de persecución contemporáneas, ya que existe una necropolítica que avanza para producir los “mundos de la muerte”.

A lo largo de varios años hemos visto cómo la retórica de Álvaro Uribe Vélez ha sabido usar mensajes en favor de esta denominada política de la muerte, llevando al lenguaje cotidiano palabras como: “castrochavismo”, “ideología de género” y otros conceptos útiles en su estrategia política, logrando polarizar el debate político, estigmatizar la protesta social e incitando a atentar contra líderes sociales y jóvenes, quienes no se convencen de su discurso. En un país diverso pretende eliminar matices, asesinar o tildar como amenazas a quienes son diferentes. En este lenguaje de terror, en medio de las manifestaciones pacíficas de cientos de personas en contra el Gobierno de Iván Duque, surge el término “revolución molecular disipada”.

Estas técnicas de lenguaje son parte de la necropolítica para establecer la idea de lo que “se puede hacer vivir y lo que se puede dejar morir”. Cuanto más fuertes los encuentros colectivos, las expresiones artísticas y culturales, las manifestaciones indígenas y las voces de la diversidad, mayor el desequilibrio entre el poder de la muerte sobre el de la vida. No es casualidad que “vándalos/vandalismo” sean las palabras usadas para juzgar la protesta; así mismo, ser joven, artista, activista, mujer, defensor de derechos humanos es, cada día más, una actividad arriesgada.

Cuanto más fuertes los encuentros colectivos, las expresiones artísticas y culturales, las manifestaciones indígenas y las voces de la diversidad, mayor el desequilibrio entre el poder de la muerte sobre el de la vida

Como menciona Mbembe, las relaciones se establecen por el derecho a matar, “establecen recortes de aceptabilidad para tomar una vida”, e instauran regímenes de miedo y precariedad. Cuando la función del estado saca a la luz la necropolítica como régimen de gobierno pasamos a percibir la movilización como crisis humanitaria. Es evidente que las tácticas de exclusión y persecución ya estaban instauradas mucho antes de nombrarlas o citarlas en Twitter.

Esta la lógica uribista, en la que defensores de Derechos Humanos han sido asesinados y que justifica el uso de la fuerza armada contra todos los manifestantes, evidencia lo que Mbembe definió como necropolítica, esto es, una “política basada en la idea de que para el poder unas vidas tienen valor y otras no”. Es matar a los que no le sirven al poder y dejarlos morir sin intervención social, atacarlos con sus políticas mientras son la evidencia de la desgarradora y cruel desigualdad.

Las nuevas generaciones manifiestan con responsabilidad sus preocupaciones sociales, políticas, económicas, culturales y ambientales, como necesidad de transformación en un sistema que reproduce la violencia basada en el control, la represión y la protección de sistemas políticos dominantes. Los jóvenes mostramos nuestra inconformidad frente a la constitución de un capitalismo basado en el aprovechamiento del capital humano, el recurso del tiempo y las habilidades y capacidades creativas. La respuesta del gobierno contra las movilizaciones ha develado su crueldad convirtiendo a la población en su principal enemiga, tanto con las reformas propuestas, así como los mensajes culturales y simbólicos, los que muestran que no prima el bienestar de la población si no su estrechez.

Los jóvenes mostramos nuestra inconformidad frente a la constitución de un capitalismo basado en el aprovechamiento del capital humano, el recurso del tiempo y las habilidades y capacidades creativas. La respuesta del gobierno ha develado su crueldad convirtiendo a la población en su principal enemiga

Cabe resaltar el papel que juega la ciudadanía crítica y alternativa, pues propone un duro golpe a esta lógica, con sus manifestaciones desarticula la represión internalizada que crean sistemas como el capitalismo. El derroche de expresiones en el Paro Nacional como revolución molecular muestra la intención de construir a partir de la diversidad; cuando se ataca y se invisibiliza la posibilidad de crear una política capaz de reconocer la pluralidad, se revela el carácter fascista de quienes criminalizan. Si nos dicen que no podemos vivir en el disenso y la multiplicidad de relatos, que queremos mentes débiles adaptadas al orden social, pues eso esta muy cerca al fascismo.

Las movilizaciones han mostrado grandes resultados de carácter simbólico; además, el nivel de convocatoria de los jóvenes a través de sus canales de comunicación y la creatividad para llamar a la comunidad internacional es de admirar. Pero en este gobierno y su lógica lo más probable es que se recrudecerán las prácticas de represión y estigmatización; el llamado es a que no caigamos en el juego y que nuestro mensaje se disperse como moléculas y llegue a cada rincón. En medio de todo este panorama hemos logrado que el mundo nos observe y escuche.

Foto de Miguel Garzón


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