Por Gloria Ximena Garzón Guerrero

«Aquí estamos sin armas y con los brazos abiertos,
solo con nuestra magia».
Gloria Anzaldúa.

Curanderas, parteras, yerbateras, mujeres de conocimiento, brujas. Mujeres de los tiempos antiguos y de estos tiempos quienes, a viva voz o desde el silencio impuesto, se han encargado de mantener encendido el fuego con el que se encanta y reencanta al mundo. Mujeres perseguidas y quemadas en las piras. Mujeres que hicieron frente a los embates coloniales y quienes desde las huacas andinas continuaron practicando su religión antigua. Mujeres que en las largas travesías desde África al “nuevo mundo” traían consigo los secretos para curar y resistir. Mujeres todas que legaron a sus linajes los conocimientos de las plantas, de los minerales, de la relación con la Pacha, con el cosmos.

Volver la mirada en el tiempo y reconocer su fuerza implica también enfrentarse al genocidio, al silenciamiento y a los vejámenes sufridos por muchas en distintos momentos de la historia, principalmente con la llegada de la modernidad capitalista, cuando ocurrió un gran epistemicidio: la cacería de brujas. Tiempos donde linajes femeninos enteros fueron eliminados, puesto que se creía que la brujería se heredaba.

Norma Blasquez en su texto El retorno de las brujas: incorporación, aportaciones y críticas de las mujeres a la ciencia (2008), afirma que el concepto bruja fue una creación de las élites de finales del medioevo y comienzos de la modernidad europea, sobre la base del concepto de curandera, la reinterpretación de tradiciones populares sobre las mujeres y espíritus femeninos presentes en distintas tradiciones populares, así como la integración del imaginario judeocristiano que planteaba la existencia del demonio como antítesis del dios cristiano. Esto enmarcó todo conocimiento popular producido por mujeres, así como sus cuerpos, como demoníaco, por tanto, perseguidos y castigados con la muerte, siguiendo los preceptos impartidos por el Maellus Maleficarum (compendio publicado en 1487 por dos monjes dominicos alemanes quienes se basaron en citas bíblicas, documentos eclesiales, creencias y argumentos inquisitorios para dar cuenta de métodos para acabar con el culto al demonio, lo que justificó la gran matanza a mujeres del antiguo y nuevo mundo).

Para Silvia Federici, autora de Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpos y acumulación originaria (2010), la cacería de brujas impulsó la implantación del capitalismo, puesto que cambió las lógicas colectivas sobre la propiedad, monopolizó la producción del conocimiento, restringió el control que tenían las mujeres sobre su cuerpo, su maternidad, su erotismo, y centró su papel como reproductoras del orden social, cuya función principal se concentraría en maternar, cuidar, proveer alimento, afecto y reproducir las pautas que el nuevo sistema requería.

Por su origen, la nominación bruja ha cargado a lo largo de la historia con estigmas y señalamientos a las mujeres que portan y producen conocimientos relacionados con su cuerpo, la curación, la espiritualidad y el erotismo. Sin embargo, desde mediados del siglo veinte y con fuerza en las últimas décadas, los movimientos feministas han valorado y reivindicado los conocimientos de las brujas y su capacidad de resistencia, como una bandera contra la misoginia que ha caracterizado a la modernidad capitalista, colonial y patriarcal.

Por tanto, estos son tiempos de escuchar relatos de nuestras madres, de nuestras abuelas, de nuestras amigas. De formular nuevas preguntas de investigación. De revisitar documentos. De revisar investigaciones que en perspectiva feminista se siguen construyendo. De conversar al respecto. De aportar en la construcción de genealogías y posicionalidades bruja. De construir, co-construir y circular historias desde las voces de las mujeres guardianas de diversos conocimientos, quienes avivan la magia y reencantan el mundo.


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