Por Wladimir Uscátegui
Fotos: Frank Chávez

El 21N marca sin duda un punto de inflexión en la historia reciente del país. Aunque el cálculo oficial es de de 207.000 personas que salieron a marchar aquel día, estimaciones más cercanas a la realidad hablan de al menos cinco veces esa misma cifra: un millón de hombres y mujeres de todas las condiciones salieron a las calles a manifestar su descontento con el (des)gobierno del presidente Iván Duque.

Sin embargo, hay dos aspectos que permanecen un tanto indefinidos y amenazan con restarle impacto a la manifestación: uno, que pese a que existe un Comité del Paro, que fue el que convocó a la gran movilización nacional del 21 de noviembre, la ciudadanía se movilizó más por una decisión autónoma y espontánea que por directriz del Comité. De hecho, las manifestaciones posteriores al 21N (cacerolazo, velatón, marcha de antorchas) fueron desautorizadas por este, lo cual no fue óbice para que la gente las llevara a cabo de manera masiva.

Por otro lado, los motivos y demandas concretas parecen no estar del todo unificadas. Eso se evidencia, por ejemplo, en la diversidad de arengas y consignas proclamadas por los manifestantes, que van desde las «clásicas» (por no decir un poco anacrónicas) reivindicaciones sociales de los colectivos más «tradicionales» hasta otras más específicas de los colectivos ambientalistas/animalistas, así como reivindicaciones de género, apoyos al fracturado Acuerdo de paz, rechazo a la política guerrerista y el retorno de los «falsos positivos» y un largo etcétera.

Todo ello muestra que el descontento con el gobierno nacional es amplio y generalizado pero también que el Paro no ha logrado generar una agenda común. Más que por una causa unificada y focalizada, el Paro se mantiene cohesionado gracias a la indignación colectiva. Pero la indignación es cosa etérea y maleable, lo que ha provocado que múltiples sectores políticos estén tratando de instrumentalizar la protesta y cooptar al movimiento ciudadano. Hasta el propio Duque ha visto la oportunidad de justificar y apropiarse, al menos, de algunos aspectos del paro. Pero, por supuesto, no es el único.

Más que por una causa unificada y focalizada, el Paro se mantiene cohesionado gracias a la indignación colectiva. Pero la indignación es cosa etérea y maleable, lo que ha provocado que múltiples sectores políticos estén tratando de instrumentalizar la protesta y cooptar al movimiento ciudadano

Trataremos de resumir un tanto los discursos y estrategias de aprovechamiento e instrumentalización de la marcha de los sectores políticos más claramente identificados en el espectro ideológico: derecha, centro, izquierda.

1. El discurso de la derecha

Desde su primera alocución después del 21N, Duque ha intentado darle la vuelta al asunto y vender la tesis según la cual la movilización es una demostración de que, a pesar de todo, su gobierno ha garantizado el derecho a la protesta y, por lo tanto, es una democracia sólida. En esta matriz, una protesta que es en contra de su gobierno, termina convertida en una legitimadora del mismo. Por otro lado, el hecho de que las marchas se desarrollen en su mayor parte de manera pacífica también le sirve al gobierno para justificar la arremetida brutal y desproporcionada contra los «vándalos» y «desadaptados» que, según esta narrativa, son quienes «deslegitiman» la marcha; por lo tanto, es legítimo y hasta necesario reprimir a toda costa el «vandalismo» a fin de preservar y velar por el bienestar del resto de manifestantes, mayoritariamente pacíficos.

Además de excesivamente cínica (nada dice de los desmanes, abusos y crímenes cometidos por la fuerza pública ni de la macabra estrategia de terror implementada en ciudades como Cali y Bogotá), esta lectura es, por supuesto, bastante forzada, pero no hay que desdeñar el hecho de que el establecimiento tiene a su favor toda una maquinaria mediática y sendos líderes de opinión bien dispuestos a amplificar sus proclamas. Así, aunque forzada y ridícula, esta matriz ha tenido su efecto y es común escuchar opiniones ciudadanas en el sentido de que «la Policía (o el ESMAD) solo está haciendo su trabajo».

Además de cínica, la tesis del gobierno nacional es, por supuesto, bastante forzada, pero no hay que desdeñar el hecho de que el establecimiento tiene a su favor toda una maquinaria mediática y sendos líderes de opinión bien dispuestos a amplificar sus proclamas

2. El discurso de centro

Tan difuso como incoherente, el «centro» ha sido, no obstante, el sector que más ha sabido «venderse» mediáticamente y el que más ha intentado apropiarse, aprovechar e instrumentalizar (es decir, usar para sus fines) la movilización ciudadana. Dos aspectos han sido claves para validar su discurso: por un lado, el carácter pacífico de las movilizaciones les sirve para insistir en sus tesis acerca de la «polarización», un escenario de confrontación entre izquierda y derecha en el que el centro está llamado a asumir el rol de conciliador y redentor.

Tan difuso como incoherente, el «centro» ha sido, no obstante, el sector que más ha sabido «venderse» mediáticamente y el que más ha intentado apropiarse, aprovechar e instrumentalizar (es decir, usar para sus fines) la movilización ciudadana

Por otro lado, que el hecho de que las manifestaciones sean eminentemente ciudadanas, de grupos sociales amplios sin una filiación partidista clara, les permite manosear el ambiguo concepto de «ciudadanía» y añadirle adjetivos a su antojo, siempre que coincidan con sus posturas ideológicas. Es así como hemos visto surgir adefesios retóricos como «ciudadanías libres», «nuevas ciudadanías» y otros eufemismos biensonantes, difusos y candorosos con los que se intenta despojar a la marcha de su componente más beligerante y politizado.

Esta narrativa le ha permitido al «centro» apropiarse y arrogarse la paternidad «moral» e ideológica de todas las manifestaciones culturales, artísticas y no confrontacionales, como los cacerolazos, velatones e incluso otras rayanas en lo ridículo y cursi como las besatones, abrazatones, jornadas de borrado de grafitis… En fin, que el centro le apuesta a una movilización estética y moral, de ciudadanos y ciudadanas juiciosas y disciplinadas.

3. El discurso de la izquierda

Aunque existen diversos sectores progresistas o de izquierda que apoyan el Paro, a nivel mediático y político ha sido Gustavo Petro el que ha encarnado la versión más radical del mismo, lo que ha justificado que los otros dos sectores lo criminalicen y hasta responsabilicen de todo cuanto de negativo tiene el Paro, incluidas las muertes de manifestantes. Y ello a pesar de que él mismo ha negado estar detrás de la organización del mismo, lo cual es cierto. Sin embargo, mientras el centro se arroga la condición de ser el referente de todo lo bueno (las expresiones artísticas, los gestos de reconciliación, el pacifismo), a Petro se le endilga la responsabilidad de todo lo negativo: el «vandalismo» (aunque venga de los propios agentes del Estado), la represión, la violencia y el terror.

Mientras el centro se arroga la condición de ser el referente de todo lo bueno (las expresiones artísticas, los gestos de reconciliación, el pacifismo), a Petro se le endilga la responsabilidad de todo lo negativo: el «vandalismo» (aunque venga de los propios agentes del Estado), la represión, la violencia y el terror.

Cierto es que, fiel a su estilo, vehemente y poco sutil, Petro ha hecho poco por apaciguar los ánimos y, al contrario, sus trinos y declaraciones han sido siempre encendidas, siempre en la línea de denunciar abusos y, más importante, ofrecer algunas ideas para organizarse y amplificar el impacto de las marchas. Sin embargo, su mayor error quizá sea intentar reproducir ejemplos externos (Chile, Ecuador), ignorando ciertas especificidades sociales e incluso culturales que impiden que el Paro se desarrolle igual que en otros lados.

Por otra parte, y conocedor de las «virtudes» de las redes sociales (especialmente Twitter), Petro se ha decantado por ofrecer opiniones abruptas, siempre «en caliente» y, por desgracia, un poco reduccionistas, en abierto contraste con sus entrevistas y exposiciones más complejas y mesuradas, en las que suele desplegar todo su arsenal argumentativo y, hay que decirlo, retórico, que es el que mayor impacto tiene en la población en general. Pero está claro que para él es «ahora o nunca»…

En resumen, que el Paro Nacional, que hoy cumple ya ocho días ininterrumpidos, tiene varios «dolientes» y diversos grupos que pretenden adueñarse y cooptarlo para sus fines políticos. De esa pugna ideológica habrá de surgir un liderazgo claro que determine la orientación de la masa. O quizá no…


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