Por Eve (Guaneñas Feministas)

El feminicidio es el resultado de un conjunto sucesivo de actos violentos, conforme a lo que dice Patsilí Toledo en su libro Feminicidio, resultado de una investigación en México. El Estado y el victimario son los mayores protagonistas en los feminicidios; el victimario perpetua el crimen, lo realiza porque sabe que puede hacerlo, pero a su vez el feminicidio es una muestra de que el Estado no solo no ha cumplido su trabajo de garante de los derechos humanos de las mujeres sino que, por el contrario, nos ha vulnerado en la prevención, investigación y en la sanción de cualquier delito contra las nosotras.

Los feminicidas están encubiertos por leyes sin brazos debido a que los gobiernos no están interesados en proteger a la mitad de la población, no solo en Colombia sino en América Latina y el mundo entero; las cifras son terroríficas. Los crímenes contra las mujeres están solapados con costumbres patriarcales que les permiten a los hombres defenderse y salir bien librados de lo que hacen. Nuestros miedos no son una ilusión o una respuesta a las cifras que vemos sino un temor histórico al sistema, los elementos estructurales que son determinantes sociales de los feminicidios.

Aunque legalmente en Colombia y en el mundo existe una normatividad que establece que las mujeres tenemos una diferenciación para el ejercicio y goce de los derechos humanos, localmente los convenios, tratados y pactos internacionales no han servido sino para salir a manifestarnos en las calles con bases teóricas y jurídicas. Sin embargo, como he mencionado anteriormente, esas leyes no se están cumpliendo y sigue prevaleciendo lo que llamamos la costumbre. El sistema de creencias personales esta por encima de las leyes y de la protección de las mujeres; el sistema ha establecido una inequidad que nos pone contra las cuerdas en esta lucha para sobrevivir.

Los violentos saben que pueden agredir libremente; las mujeres que están siendo agredidas no tienen salidas; la inequidad está en la división del trabajo, en el acceso a la educación, los salarios que aspiramos, la idea de éxito de una mujer con el matrimonio y la maternidad que ejercen presión para que no pierdan un “status” en la sociedad y ser vistas como fracasadas.

Adicionalmente, la presión familiar y social de ser reconocidas como “una buena mujer” que debe anteponer el cuidado de las demás personas que dependen de ella por encima de su propio cuidado es otra de las razones por las cuales una mujer no puede alejarse de su agresor. Lo anterior es el encubrimiento que tiene el violento en una sociedad que ha naturalizado la violencia en contra de las mujeres y un estado ausente y/o cómplice.

En Colombia las cifras de feminicidios perpetrados por parte de las parejas y exparejas son la mayoría; aunque no tenemos que adoptar el apellido de nuestra pareja al contraer matrimonio la realidad es que la sociedad sigue viendo en nosotras el “algo” de un hombre, la «mujer de», «esposa de», «hija de», «madre de», lo cual es una causa estructural importantísima en las violencias y el feminicidio como enfermedad de una sociedad. La violencia no se genera solamente en ámbitos domésticos, sino en todos los contextos en donde las dinámicas de poder siguen dando prelación a los hombres, los cuales al encontrar complicidad en un sistema deciden ejercer la violencia que puedan.

Las mujeres no estamos siendo reconocidas como seres humanos libres e independientes; la estructura patriarcal sigue tratándonos como objetos y se perpetua la idea con la cultura pop, los medios, la violencia simbólica, la violencia del estado y demás. Los hombres pueden ejercer sobre nosotras cualquier tipo de violencia por el hecho de que somos mujeres; el ser mujer para ellos ha sido alimentada con ideas de cosificación, por ende como seres inferiores, algo que se puede explotar y de lo cual se puede sacar provecho y tener beneficios, lo que es base para que el capitalismo se cimente en el patriarcado. La mercantilización de las mujeres alimenta el sistema estructural que está en nuestra contra; nada que imposibilite tener control sobre nuestros cuerpos y nuestras decisiones será emancipador, los acuerdos a los que se lleguen vulnerándonos no son acuerdos libres, son acuerdos que posibilitan al patriarcado tenernos calladas y resignadas con la idea de “aunque sea eso”.

Volviendo a la complicidad del Estado, podemos hacer un corto análisis de situaciones sucedidas en el Consejo de seguridad de la Gobernación de Nariño, llevado a cabo el día 20 de abril del año en curso, consejo que se dio a cabo por presión de la sociedad civil. La idea del Consejo fue, en palabras del Secretario de gobierno de la Gobernación de Nariño, para tomar “medidas de choque” ante la ola de femincidios registrados en el departamento en las últimas semanas. ¿Como pretende un gobierno emplear medidas de choque a algo estructural de lo cual ha sido participe? ¿Cómo pretende establecerlas sin mujeres a cargo del Consejo?

El Consejo fue un espectáculo deprimente, las mujeres no tuvimos garantías y el evento se tornó en escucha de todo; luego, las autoridades locales hicieron una exposición de las acciones que pretendidamente han llevado a cabo, pero sólo como para zafarse de responsabilidades. Las mujeres nos levantamos de la mesa y esperamos que las medidas no sean las de siempre (que la “seguridad” aumente en términos de unidades efectivas de policía y ejército; una forma militarizada de seguridad) sino medidas que pongan la vida en el centro. Como dijo la compañera Paula Mogollón en entrevista radial el mismo día del consejo: «lo que importa es la vida de las mujeres».

Algunos de los aportes en el Consejo fueron, entre otros, que las instituciones auditen y permitan auditorias que determinen las razones por las cuales no funcionan las rutas de atención a las mujeres; que las autoridades reestructuren o fortalezcan estas rutas como medida de choque y que lo hagan teniendo en cuenta a las mujeres y de manera interseccional: debe haber enfoque no solo de genero sino que además se trate cada caso en su contexto (trata, migrantes, comunidades afro, indígenas, raciales, palenques, y demás).

El gobierno local debe dejar de pensar en índices e invertir en transformaciones de ciudad, departamento y nación a largo plazo, así no sea el jefe de turno el que vea los resultados.

Para terminar, quisiera escribir algo que no debería pero que ante el mínimo señalamiento de que algo malo están haciendo los hombres siempre sale uno de ellos diciendo que no todos son así. Las mujeres sabemos que no todos son malos y que no todos son los asesinos, pero sabemos también que todos los asesinos, violadores, agresores son hombres y por eso tenemos miedo; no sabemos cuál sí y cuál no y aunque no todos son iguales, todos desde su sector o colectividad son privilegiados en el patriarcado. Les pedimos hacerse cargo de esos privilegios y en vez de levantar la voz por los que no, levanten la voz para que esos de ustedes dejen de hacer las atrocidades que hacen. Quisiera finalizar con la frase “La vida es el centro” para que no la olvidemos.

Ilustración tomada de la página de Facebook de Guaneñas feminsitas en resistencia


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