Por Wladimir Uscátegui

El estreno de la versión live-action de Barbie estuvo antecedida de una campaña de expectativa que debe contarse entre las más efectivas de cuantas se tenga memoria: que hasta la oficina de prensa de la Presidencia de la República de Colombia haya cedido a la tentación de unirse al trending topic del momento es apenas una muestra del enorme impacto de la campaña orquestada por los ejecutivos de Mattel; no me hubiese extrañado en absoluto si el día del estreno la Estación Espacial Internacional hubiera mostrado una imagen del planeta Tierra teñido de rosa… (UwU)

Parte de esta elaborada estrategia consistió en hacer un par de proyecciones más o menos privadas antes de su estreno público el 21 de julio, lo que permitió cosechar una buena cantidad de encomios entre algunos de los críticos más reputados de Estados Unidos. Precedida así por una descomunal campaña de anticipación (que hizo subir los niveles de ansiedad del fandom a cimas estratosféricas) y cierto reconocimiento crítico (para enganchar al público menos histérico y más “adulto”), el éxito de taquilla estaba más que garantizado…

Sin embargo, la película aspira a ser mucho, mucho más que un producto “de temporada”. De hecho, siguiendo la nomenclatura de la chaviza, Barbie está llamada a ser el “evento canónico” de nuestro tiempo, una pieza que, para bien o para mal, definirá el ‘ethos’ de una generación de Kens en proyecto de “deconstruirse” (signifique eso lo que signifique) y unas Barbies angustiadas, presas de la ansiedad y cada vez más conscientes de su propia opresión/depresión: la angustia ante la muerte es la primera de una serie de sensaciones incómodas que llevarán a la heroína de generaciones a cuestionar su mundo de plástico, estereotipos y colores pastel e iniciar un viaje hacia el “mundo real”.

Catalogada como una comedia o una ‘dramedia’, creo más preciso enmarcarla dentro del subgénero ‘coming of age’; es decir, es una película que busca describir el despertar de la conciencia de una serie de personajes sumidos en un estado de infantilización perenne, indefinido (tanto que ni siquiera creen tener genitales). El tránsito de los personajes de Barbie Land al mundo “real” es justamente el tránsito de la niñez a la edad adulta, de la candidez a la decadencia, de Barbie a Barbara…

Desde un punto de vista artístico los logros de la película no son pocos, aunque tampoco se puede decir que sea una obra maestra o cosa parecida. Es una película bien hecha: bien escrita, bien dirigida y bien actuada (Margot Robbie fue un total acierto en el casting). La recreación de Barbie Land es su mayor logro, con sus decorados de plástico, sus colores planos y su clima estival y hedonista. La descripción del mundo real, por el contrario, es estereotipada, ridícula y aburrida y todo lo que transcurre en este escenario es tan predecible como intrascendente.

Ahora, desde el punto de vista argumental, que es su mayor reclamo, la película despliega un discurso ambiguo: lo suficientemente “progre” como para despertar la ira de los sectores más conservadores al tiempo que lo suficientemente conservador como para enojar a la progresía más recalcitrante, la misma que sigue sin comprender que Barbie no es un documental sobre el origen del patriarcado sino un producto de entretenimiento creado por una de las industrias (la cinematográfica) más machistas e inequitativas de cuantas existen.

En este aspecto, hay que decir que la película cumple con su objetivo (aunque no siempre con las expectativas de una parte de la audiencia): logra actualizar a su modelo a los tiempos actuales (una Barbie angustiada y con miedo a la muerte es más cercana a las niñas de hoy) y casi la convierte en un ícono de la lucha feminista, pero su auto-crítica no deja de ser superficial y políticamente correcta, casi caricaturizada y excesivamente reductiva. Lo cual no es de extrañar, pues nadie podía haber esperado una obra que significara la ruina de Mattel. Que la película se estrenara (junto con el otro blockbuster de la temporada: la biopic de Oppenheimer) al mismo tiempo que los sindicatos de guionistas y actores/actrices de Hollywood entraban en huelga es otra jugada bien calculada que deja a las claras que la industria no da puntada sin dedal y que no ofrece nada a cambio de obtener un beneficio mayor.

Si se tienen presentes en todo momento estas circunstancias, resultan un poco obvias y hasta ridículas las críticas que se le hacen a la película. Es decir, ¿a alguien en su sano juicio se le pudo pasar por la cabeza que Barbie iba a ser la película que destruyera a Hollywood, a la industria de las muñecas para niñas y al patriarcado mismo? ¿Hay que recordar a la audiencia en todo momento que esta no es la biografía de una mujer real sino, al contrario, una recreación real de un personaje de ficción?

Por otro lado, está la cuestión molesta acerca de quiénes son los/las agentes difusorxs de ciertos discursos. Parece bastante obvio que no iba a ser una muñeca estereotipada la mejor depositaria de la misión de educar a las nuevas generaciones en asuntos como la igualdad de género y la heteronormatividad, pero se agradece que al menos lo intente. Esto, por supuesto, más que una virtud de los productores es una consecuencia lógica de las múltiples acciones reivindicativas que desde el surgimiento del MeToo han venido abriéndose un hueco en Hollywood.

El debate no es nuevo: hace un par de años, cuando Bad Bunny lanzó su éxito “Yo perreo sola”, no faltaron las voces que defenestraron al artista por querer simpatizar con una causa que, a priori, era/es contraria a las manifestaciones de machismo y sexismo que caracterizan a casi toda la música popular (aunque no fue la primera ni la última vez que lo hizo). Algo, quizás mucho de razón asiste a quienes asumen esta postura, aunque también es cierto que en una lucha tan urgente como la de la defensa y promoción de los derechos de las mujeres, no sobra aprovechar las armas de la contraparte. Que para bien o para mal, hoy existan millones de personas discutiendo, debatiendo, siquiera preguntándose acerca del feminismo, del patriarcado y los roles de género, es una oportunidad que habrá que aprovechar.

Que después de seis décadas, Barbie haya empezado a hacer consciencia de su nefasta influencia en la manera en que las niñas asumen su feminidad, su lugar en el mundo y su valor social, es una buena oportunidad para empatizar con todas aquellas mujeres que han crecido siguiendo su ejemplo. Porque, al final de cuentas, Barbie es el nombre genérico de un montón de mujeres a quienes mal haríamos en negarles la posibilidad de expresarse y deconstruirse (signifique eso lo que signifique). En la lucha por la igualdad, la equidad y la justicia, creo, sirve más generar alianzas que rivalidades…


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