MEMORIAS DEL PARO NACIONAL AGRARIO Y POPULAR

Por: Diego Guevara

¿Por qué es importante recordar? O ¿para qué hacemos memoria? ¿Por qué hacer memoria del paro agrario del 2013?

Dicen los entendidos que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla como comedia o como tragedia. Esta frase, que se ha vuelto parte de la sabiduría popular, tiene un gran contenido de razón y argumento; es tan poco lo que la consciencia colectiva recuerda que, cada cierto tiempo y aprovechando los olvidos, vienen a visitarnos los viejos fantasmas de la guerra y de la muerte a amenazarnos con su retorno. A veces parece que las cicatrices de la barbarie y el despojo hubieran dejado de dolernos y que olvidamos esas marcas que nos han dejado los sucesos que configuraron nuestra historia.

La memoria es una herramienta que tenemos los pueblos para narrarnos y reconocernos en un pasado común, para resistirnos al olvido que nos imponen las grandes narrativas mediáticas o comerciales, para escribir nuestra historia desde las diferentes voces y sensibilidades, desde nuestras glorias y nuestros dolores, desde nuestra derrota y nuestra esperanza.

En el último periodo de nuestra vida como país, los grandes esfuerzos por la recuperación de memoria colectiva han tenido como eje principal los sucesos enmarcados en el conflicto que padece Colombia desde hace más de 60 años. Creemos que con mucha razón las organizaciones de víctimas, las comunidades, las instituciones gubernamentales y otros actores han implementado una amplia gama de métodos y estrategias para rescatar del olvido los horrores que nos dejó la guerra en campos y ciudades.

Sin embargo, han quedado en un segundo plano para la memoria hitos importantes como los procesos de lucha y resistencia de los sectores subalternos, las movilizaciones campesinas, las protestas estudiantiles y barriales que desde inicios de la década pasada empezaron a configurar el escenario político nacional, equilibrando la balanza para las clases populares. La situación actual nos demuestra que todas las apuestas de esa gran diversidad de actores han abierto el país hacia la democracia, la reconciliación y la materialización de derechos para las gentes del común.

En este sentido, un acontecimiento que merece ser recordado como uno de los levantamientos más grandes del pueblo colombiano en las últimas décadas es el Paro Nacional Agrario y Popular de 2013. Proceso de movilización que en el mes de agosto juntó a los pobres del campo y la ciudad en torno a la defensa de los derechos; en todos los rincones del país las comunidades campesinas, indígenas, afrodescendientes, el movimiento estudiantil, el sector magisterial y obrero y los marginados de las urbes se tomaron las carreteras, calles y avenidas para reclamar lo que por años les ha sido negado: la dignidad de ser tratados como hombres y mujeres con derechos: tierra, presencia efectiva del Estado en los territorios, salud, educación y, sobre todo, el fin de la cruenta guerra que a lo largo y ancho aniquila la vida y la esperanza.

La rebelión de los enruanados, como fue denominada en algunos círculos sociales y académicos, despertó también la solidaridad y la rabia contenida de los habitantes de las ciudades, convirtiéndose en una clara demostración de la fuerza de las gentes sencillas. La expresión popular fue tan grande que, en su momento, el entonces presidente Juan Manuel Santos intentó reducir la expresión campesina afirmando que: “ese tal paro no existe”. No solo se trató de una afirmación del presente. Es la ratificación de la negación de las luchas sociales que siempre han implementado las élites para desconocer su legitimidad, olvidarla, tergiversarla y estigmatizarla.

La respuesta por parte de las élites no fue distinta a su talante guerrerista, siendo la violencia desmedida el principal método para acallar la justa protesta, situación que dejó un trágico saldo de manifestantes perseguidos, detenidos, heridos y asesinados, pues mientras el Gobierno nacional hablaba de paz en La Habana, en suelo patrio golpeaba con todas su fuerza a quienes se atrevieron a confrontarlo.

Más allá de sus logros y sus alcances inmediatos, el Paro Nacional Agrario y Popular es una muestra fehaciente del espíritu valeroso del campesinado y los pueblos étnicos por conquistar una vida en condiciones de dignidad, que requiere ser recordado para que nadie tenga que volver a morir por manifestar su descontento, para que sigamos allanando el camino del buen vivir para todos y todas. Ese tal paro sí existió. Dejó huella. Lo hacemos memorable.

Es preciso hacer dos reflexiones al respecto: en primer lugar, la memoria no es un monumento en piedra que miramos a nuestras espaldas, sino más bien una antorcha que va alumbrando el sendero por el que vamos avanzando, el de las luchas y las transformaciones; segundo, si bien hoy los procesos de movilización han dado resultados visibles en materia legislativa e institucional, aún estamos a medio camino para que estos cambios se reflejen en la vida de quienes habitan el mundo rural. Cabe destacar que hoy el campesinado ha sido reconocido como sujeto de derechos ante un Estado que hasta hace algunos meses invisibilizaba su existencia.

Foto tomada de: elcampesino.co


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