Por Camilo Parra

Pienso hoy en lo que significó la campaña presidencial de Petro y Francia y recuerdo las palabras de Violeta Parra: “lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber”; no por desprecio a lo que significa la base programática sino porque nos hicieron vivir un momento más que emotivo en esta época electoral, nos dieron frases y momentos que dejaron sin barrera a las lágrimas. «Los vientos del sur» fue el significante llamado a llenar el vacío al que estábamos acostumbrados en cada elección que perdíamos. Hoy, luego de un cúmulo de resistencias, la celebración multitudinaria en las calles de cada territorio -en especial en Nariño- nos mostraron que merecíamos esta emotividad.

En su programa El lunes del Canal Capital, decía Santiago Rivas que el discurso de Petro, que duro 41 minutos, prefigura sus próximas alocuciones presidenciales: la comunicación de acciones concretas y puntuales. Hoy, ad portas de inaugurar un nuevo ciclo de gobierno, podemos enumerar dos elementos puntuales: el primero es que, tal como lo señalaba el periodista Gustavo Montenegro en la columna publicada aquí mismo el día de ayer, ya los medios tradicionales han asumido su rol de oposición, a despecho incluso de los sectores políticos más retardatarios; segundo, que quienes colaboramos activamente en la campaña de Petro y Francia ya empezamos a reclamar con ansias el cumplimiento de las promesas.

Este tipo de exigencias son tan racionales como urgentes, pero para ello debemos entender cómo funciona y cómo ha venido funcionando (si es que lo ha hecho) el estado, cómo nos deja de herido el territorio el presidente más impopular de nuestra historia. Por eso, para contrarrestar la campaña sucia y cumplir las exigencias del electorado se hace necesario que entendamos que la posibilidad de cambio del país depende tanto de los elegidos como de los que eligieron/elegimos; que hoy es este movimiento social disperso la fuerza viva del anhelado cambio. Propongo, pues, estas reflexiones:

1. El movimiento social nunca se ha disputado el Estado, en términos electorales; el movimiento social se disputa las condiciones de lucha. Y es en este espacio que los modelos de Estado cobran relevancia para ensanchar las grietas de oportunidad a lo que hoy denominamos «cambio», en sus distintas dimensiones. En los contemporáneos Estados neoliberales (en resumidas cuentas: nuestros gobiernos de derechas) esas grietas de oportunidad son más reducidas. Por eso la suma de resistencias que nos han llevado hasta este momento de acción de los movimientos sociales son más viables.

En este sentido Latinoamérica nos ha puesto diversos ejemplos que podemos tener en cuenta, tal es el caso boliviano con Evo Morales y el MAS; el kirchnerismo en Argentina y el movimiento feminista; más recientemente, el caso chileno, con Boric y el movimiento estudiantil. Sin embargo, el caso colombiano implica los retos de establecer ese movimiento -más organizado- y no tan “libre”, en un sentido anárquico. La celebración del día de elecciones demuestra que esa fuerza viva puede convertirse en fuerza partidaria, fuerza movilizadora que asuma retos. Puede que no se establezca como algo formal, pero esa fuerza viva debería acompañar cada proyecto de ley, cada reforma, cada acto legislativo y, al mismo tiempo, proponer y presionar en campos y ciudades las políticas sociales que materialicen nuestras exigencias de cambio real.

En los gobiernos boliviano, argentino o chileno no fueron sus presidentes quienes les hicieron un favor al indigenismo, al feminismo, a los estudiantes; en nuestro caso, no es Petro quien le hace un favor a los campesinos, lideres sociales, toda la ciudadanía votante, activista, etc.; en estados progresistas, las grietas abiertas de oportunidad son viables y por lo tanto las sumas de acción son más y mejores.

II. En las olas progresistas latinoamericanas ninguna ha confrontado directamente las estructuras del sistema porque no le corresponde a ningún Estado cambiarlas. El Estado es y será siempre un aparato de dominación de clase, con todo y lo que ese término puede significar. Lo que transforma un Estado neoliberal en un Estado progresista es la relevancia que tienen los aparatos represivos del estado; la financiación de los derechos fundamentales; la responsabilidad fiscal; etc. En el Estado neoliberal se privatiza y se desfinancia la política social y se reemplaza con asistencialismos; en el Estado progresista se redistribuye la riqueza. Al Estado no le corresponde la transformación social, eso le corresponde al pueblo organizado.

Es necesario hacer constantes análisis y tener una comprensión histórica respecto al Estado. Sea quien sea que esté en la presidencia, tendrá que afrontar los alcances y límites de su gobierno. Es necesario, sobre todo, comprender que lo que hacemos en elecciones no es cambiar el país, es elegir las condiciones de lucha.

III. El progresismo, esta idea de transformar nuestras condiciones estructurales es un proyecto político, filosófico, ético y social. Debemos evaluar cómo, a mediano y largo plazo, un nuevo modelo de producción sería posible. En términos gramscianos, esto implica que los valores del progresismo, las ansias de cambio, de justicia social, se conviertan en sentido común, sean el nuevo marco de realidad de la sociedad.

IV. A manera de conclusión, son las ansias de cambio el significante más bello y más lleno de posibilidades en el mundo. Se entiende que la sociedad se resista al cambio por el miedo impuesto; se entiende que, aun hoy, esa resistencia siga latente, pero la forma de materializar el cambio en un Estado progresista es mediante la máxima marxista de que las necesidades materiales de cada quién estén resueltas absolutamente: “a cada quien, según su capacidad, a cada quien según su necesidad”.

Que lleguemos al cambio depende de la abolición de la dominación ejercida mediante el miedo. Parafraseando a Francia Márquez, el cambio implica entendernos como una clase que ha sido constantemente asesinada, explotada, insultada en su dignidad y en su intelectualidad. Dice Pascal que “no hay nada más fuerte que una idea cuyo tiempo ha llegado”; así se vaticina una nueva grieta de oportunidad en donde cada una de nosotras nos desarrollemos «multidimensionalmente» -como diría el profesor Julián Sabogal- en un bien vivir (en el vivir sabroso), representados en el sueño del futuro, entre valores fundamentales como la solidaridad (expresada en la movilización contante) y la generosidad; politizando la empatía. Seremos humanamente humanos en este nuevo terreno social apropiado para mundos nuevos, por medio del amor (en clave revolucionaria de la política del amor).

Foto de Ricardo Arce en Unsplash


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