Por Wladimir Uscátegui

Una vacuna, lo sabe todo el mundo, es un compuesto químico destinado a combatir un agente patológico. En Colombia, país de los eufemismos y del doble sentido, una «vacuna» es también la cuota que se paga a algún agente (criminal o gubernamental) para granjearse el favor de los mandamases de turno o comprar de ese modo el silencio cómplice de unos cuantos. En un momento en que las expectativas y esperanzas de la población están signadas por el acceso de una vacuna contra el Covid-19, los más recientes hechos políticos en Colombia parecen dar a entender que a la población se le aplicarán dos vacunas: una, contra el virus; la segunda, contra la indignación. En otras palabras, que el objetivo del Gobierno colombiano es especular con la vacuna y usarla como comodín con vistas en la contienda electoral para el 2022.

No de otra manera se explica la indolente negligencia y macabra inoperancia del Gobierno Duque para gestionar y concretar la compra de alguna de las vacunas que actualmente existen en el mercado. Mientras la mayoría de países empezaron desde hace meses sus respectivos planes de vacunación, Colombia está a la zaga en esta materia y apenas en estos días se ha anunciado un plan más o menos claro tanto para la adquisición de las vacunas como para la aplicación masiva de las mismas. La desesperación ha llegado a tal punto que en ciudades como Medellín la población ha tenido que conformarse con simulacros, una circunstancia que parecería risible de no ser porque lo que está en juego es la vida de las personas.

En cualquier caso, lo cierto, innegable, es que el manejo de la emergencia en Colombia ha sido desastroso, tal como lo demuestran las cifras de contagio y morbilidad, las cuales evidencian que el país ocupa un deshonroso lugar en el top mundial en cuanto a número de contagiados y muertos (en el subcontinente suramericano, está apenas por debajo de Brasil). Esta situación, aunada a la escasa, casi nula ayuda del gobierno a los sectores sociales y económicos más vulnerables y golpeados por la pandemia, ha generado una ola de indignación que, gracias a las políticas de confinamiento, toques de queda y demás disposiciones de contención social, no ha logrado materializarse en un movimiento activo y masivo.

Con un descontento social en aumento, con las cifras en contra y con una oposición vehemente (pero tristemente dividida), el gobierno Duque ha ido perdiendo credibilidad y popularidad; hasta los representantes del ala más radical de la bancada de gobierno han cuestionado su gestión, aunque en este caso se trate más de una estrategia de distracción encaminada a crear una falsa contradicción que será resuelta en 2022. En este contexto, la esperanza de una vacuna que permita retornar siquiera a una relativa «normalidad» ha empezado a barajarse como un as en el siniestro juego de mesa político y permite suponer que dicha carta será esgrimida, lanzada al tablero, en el momento oportuno; esto es, cuando la contienda lo requiera.

la esperanza de una vacuna que permita retornar siquiera a una relativa «normalidad» ha empezado a barajarse como un as en el siniestro juego de mesa político y permite suponer que dicha carta será esgrimida, lanzada al tablero, en el momento oportuno; esto es, cuando la contienda lo requiera

De cumplirse el plan de vacunación (cargado de buenas intenciones pero aún con bastantes zonas de bruma), es previsible que sus logros serán explotados, magnificados, por la Santa alianza de Gobierno y medios de comunicación, que intentarán vendernos la tesis de que la inoperancia, insensatez y mezquindad del gobierno Duque no es más que una reacción normal ante el imprevisible embate de la pandemia.

Si bien es cierto que prácticamente todos los países del mundo tuvieron que improvisar sobre la marcha ante un evento imprevisible (aunque anunciado), también lo es que a un año del inicio de la pandemia, muchos de ellos supieron tomar las medidas necesarias para minimizar las oleadas subsiguientes de contagios y muertes. No ha sido este el caso de Colombia, aún hoy en deuda en materia de equipamiento suficiente en clínicas y hospitales; pago de honorarios profesionales del personal médico y, como es el objeto de esta nota, adquisición de la vacuna.

Por otro lado, según el plan anunciado por el Presidente, el proceso de inmunización masiva llevará el tiempo suficiente como para que empate con el inicio de las campañas electorales con vistas a las elecciones del próximo año. Como suele suceder siempre, el gobierno arranca con la ventaja de disponer de las maquinarias y las instituciones, circunstancia a la que habrá que sumar ese as bajo la manga: una vacuna que podría, en la recta final del gobierno, reivindicar la desastrosa gestión de la crisis. De este modo, las consabidas y tradicionales triquiñuelas políticas (compra de votos, fraude contable, ofrecimiento de puestos y cargos, etc.) podrían estar condicionadas esta vez al acceso a la tan esperada vacuna.

Como suele suceder, el gobierno arranca con la ventaja de disponer de las maquinarias y las instituciones, circunstancia a la que habrá que sumar ese as bajo la manga: una vacuna que podría, en la recta final del gobierno, reivindicar la desastrosa gestión de la crisis

Photo: Daniel Schludi @ Unsplash


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