Por Edwin García

Este artículo no tiene la finalidad de abarcar la totalidad del análisis sobre el movimiento democratizador chileno que recientemente obtuvo un triunfo en las urnas al aprobarse la promulgación de una nueva constitución; pretende simplemente aportar ideas al debate necesario sobre tan importante suceso, que puedan, por reflejo, servirnos en Colombia. Es necesario debatir y teorizar sobre los hechos recientes en aquel país hermano y sobre todos los fenómenos políticos y sociales que ocurren a nuestro alrededor: quienes desprecian el ejercicio de teorizar para priorizar un activismo irreflexivo están tan errados como quienes sobrevaloran el ejercicio teórico distanciado de la acción de la ciudadanía: hay que sospechar de ambos extremos.

Hecha esa breve introducción, empezaré por anotar que el proceso democratizador de Chile tiene un muy importante referente en la experiencia de la Unidad Popular, que conducía al país por la senda del socialismo bajo el liderazgo de Salvador Allende. Cuando en la mayoría de países de nuestro continente se libraban guerras de guerrillas revolucionarias para tomar el poder, en Chile se accedía al gobierno por la vía pacífica-electoral; el truncamiento de esta experiencia no significó el fracaso per se de la vía pacifica-electoral para llevar a cabo las transformaciones necesarias, así como en su momento la experiencia fallida del Che en Bolivia no significó el fracaso general de la vía armada y la guerra de guerrillas.

Después del terrible golpe militar en Chile, la dictadura promulgó una constitución en 1980, la cual inauguró, con sangre inocente del pueblo chileno, la era del neoliberalismo, cuyas recetas venían del norte. Esta constitución, casi contemporánea con la colombiana (1991), impuso ese modelo económico a sangre y fuego, arrebatando la vida de muchos de los mejores hijos e hijas de Chile.

La acumulación durante décadas del malestar generado por el modelo económico propició un ambiente caldeado. Importantes procesos de movilización se gestaron en el país austral; todos tenían como punto de encuentro su carácter antineoliberal: los justos reclamos contra la exclusión, la pobreza y los deplorables sistemas de educación, salud, transporte, pensional, laboral, servicios públicos, etc., obtuvieron como respuesta la cruel represión de los órganos de seguridad del estado y el desconocimiento del gobierno nacional.

La magia de la tecnología democratizó la información de lo que acontecía: a través de videos, fotos y notas de la prensa alternativa, el mundo conoció en tiempo real los sucesos y la heroicidad del pueblo chileno, contribuyendo también a la masificación de las protestas y manifestaciones de inconformismo que, con gran despliegue de creatividad, coparon las redes sociales para contar la verdad.

Del salto de un torniquete del metro en Santiago, se pasó rápidamente a movilizaciones gigantescas que causaron admiración en todo el Continente. Las movilizaciones fueron escalando en beligerancia y violencia por parte de los manifestantes, que respondían cada vez más organizadamente a la brutalidad policial.

El pueblo chileno aprendió rápidamente de su propia experiencia, desarrolló tácticas propias de combate callejero: en la pelea diaria, obligados por la sobrevivencia, se especializaron diversos grupos y equipos en cada tarea necesaria; con ingenio y valentía hicieron retroceder a los gendarmes del sistema: con ellos retrocedía la arrogancia e “indestructibilidad” neoliberal.
La imagen de Allende y otros mártires volvieron a recorrer las calles y la admiración de los países vecinos se convirtió en esperanza. Las muestras de solidaridad y respaldo no se hicieron esperar.

El establecimiento tuvo que ceder a las exigencias del pueblo movilizado, el cual en las urnas ratificó lo que en las calles expresó con sobrado coraje: es necesario un nuevo marco constitucional construido por las fuerzas vivas de la nación, que refleje la diversidad y, sobre todo, que esté orientado a superar los padecimientos del pueblo chileno.

La ciudadanía activa de aquel país se anotó una importante victoria que debe ser profundizada cada vez más. El siguiente paso ha de ser la elección de una Convención Constitucional paritaria (otro logro inédito del movimiento social chileno) que encarne realmente el sentir popular y plasme en la nueva constitución las exigencias que el pueblo movilizado expresaba en la calle.

De este somero y apretado esbozo podemos extraer las siguientes conclusiones:

  1. Los procesos de movilización tienen sus desarrollos propios y van escalando en niveles de beligerancia de acuerdo a las condiciones particulares de cada lugar. No se puede pretender acelerar esos niveles ni imponer la acción violenta, como tampoco se pueden retrasar u obstaculizar una vez se desatan.
  2. El uso de la violencia por parte de las masas es legítimo. Esto no se puede confundir con la violencia ejercida por grupúsculos que no leen acertadamente los ritmos y niveles de los procesos de movilización y procuran imponer la violencia prematuramente, como tampoco se puede negar la violencia legítima de las masas por caprichos y poses pacifistas, de conveniencia o cobardía.
  3. El neoliberalismo, como modelo económico, ha mostrado su crueldad, como también viene mostrando desde hace décadas su fracaso, al estar tan lejos de dar solución a las problemáticas sociales e, incluso, políticas de los pueblos del Continente.
  4. Los sistemas constitucionales y legales que amparan al neoliberalismo han colapsado: se impone la necesidad de construir nuevos marcos constitucionales que reflejen verdaderamente el sentir de la población, surjan directamente de las necesidades de la gente y den cabida a la participación de unas ciudadanías cada vez más informadas, deliberantes y activas.
  5. El aparato mediático del neoliberalismo, baluarte del modelo, está perdiendo la lucha informativa, porque cada individuo se convierte en un potencial difusor de la verdad: la democratización de la información exige, asimismo, la democratización de la vida política, así como mejores condiciones de vida social, económica y cultural.

Photo de Allan Rodrigues @ Unsplash


Síguenos en nuestras redes:

Facebook: columnaabiertaweb
Twitter: @Columna_Abierta
Instagram: columnaabierta/