Por Andrés Cuervo*
«Que los traten bien,
porque ellos (los actores)
son los resúmenes y breves crónicas de los tiempos».
W.S.
El teatro es el escenario donde se ponen de manifiesto los conflictos humanos para develar su naturaleza más íntima. El mejor ejemplo de ello está en la más representativa de todas las dramaturgias del más representativo de todos los dramaturgos: Hamlet de Shakespeare. Un príncipe acongojado aprovecha la presencia de una compañía de cómicos para representar el posible magnicidio de su padre a manos de su tío, el nuevo rey, con complicidad de su propia madre. Si su tío y su madre muestran incomodidad frente al espectáculo significará la confirmación de su culpa sobre sus acciones criminales. En efecto, Gertrudis se escandaliza y Claudio manda a detener la presentación en un acto de clara censura.
Nuestra historia, como país, está tan cargada de oscuridades y sin sentidos que, incluso sobre el escenario, donde las mismas luces del teatro deberían esclarecer la conducta humana, los conflictos se presentan de manera nebulosa, fragmentada y confusa. Así es nuestra verdad.
Pasto acudió “masivamente” a una cita con la verdad en el Teatro Imperial para presenciar la obra La resurrección de los condenados, producida por la Comisión de la Verdad, el Teatro Tierra, Ensamblaje Teatro y el grupo musical de Antonio Arnedo. Y digo “masivamente” así, entre comillas, porque si bien el Teatro Imperial ocupó prácticamente la totalidad de su capacidad, es indudable que este capítulo del postconflicto, denso y cada vez más incompleto, sigue resonando en un mismo sector de la sociedad pastusa. Ampliar este público no es tarea sólo de los actores que viajaron para entregar su voz y su cuerpo en un montaje necesario, ni exclusivo de la Comisión de la Verdad, que desarrolló su accionar en una coyuntura política que le era poco propicia; es de todos, entidades públicas y privadas, organizaciones, colectivos y ciudadanos, comprometidos con una conversación social que puede ser incomoda pero completamente urgente.
Este aspecto del público es necesario citarlo porque todo espectáculo teatral se debe analizar, mínimamente, en dos sentidos: como propuesta artística y como acontecimiento que sucede en colectividad.
Como propuesta artística identifico un montaje que decididamente no le apuesta a la claridad (reflejo de lo complejo que es para nosotros los colombianos discernir nuestra propia realidad), cargado de símbolos elaborados con imágenes potentes, en el que se dan cita la muerte y la fiesta y en el que la celebración ocupa un lugar de resistencia para arrebatarle nuestra existencia, como colombianos, a la violencia inútil y al sinsentido en el que nos quiere sumergir. El elemento escenográfico central, con mecanismos que posibilitan su mutación, es un peso muy grande sobre el escenario que no permite sentir el avance de la historia, muy similar al dolor y sus secuelas que nos amarran a ciclos repetitivos dentro del conflicto armado. Los coros, los cantos y las rondas son una clara manifestación de la necesidad de caminar juntos como pueblo, cohesionando nuestras diferencias, al menos, para poder contar nuestro difícil pasado.
Algunas decisiones dramatúrgicas no fueron de mi total agrado, sentía que los personajes se enmarcaron en un papel testimonial narrando su pasado y lo que les acontecía en su limbo presente, con una composición simbólica de fondo elaborada con acciones físicas, pero con pocas acciones internas que provoquen el desarrollo del drama. Por esto mismo el arco de los personajes no era amplio; es el caso de la Abuela de Todas las Abuelas que, cómo símbolo de todas las madres, víctimas directas de la guerra en Colombia en sus diversas manifestaciones, es contundente, pero su evolución dramática estaba muy ligada a su propia narración más que a sus acciones y decisiones. Pese a esta observación, que bien puede pertenecer a mis búsquedas personales, todos los elementos escénicos dispusieron el viaje de este personaje central en complicidad con el público: retroceder en los recuerdos para confrontar la memora, sin importar cuan doloroso pueda ser este trayecto.
Al final del montaje se provocó una catarsis, a manera de restauración de la esperanza, que motivó un estado colectivo de euforia. Sin embargo, muchos de los asistentes han vivenciado la futilidad de la guerra y éste último momento dejó un desabrido sinsabor en el que se mezclaban los multitudinarios aplausos enérgicos con los íntimos recuerdos y las cicatrices de un pasado que sigue latente.
Dentro de la óptica de discernir esta presentación como un acontecimiento que sucede en colectividad, es potente encontrarse con un Teatro Imperial lleno, con una multitud que siente importante estos espacios de reflexión para tratar de dimensionar colectivamente la herida que tenemos como nación y con un inquieto deseo de ser parte activa del proceso de sanación.
* Orientador de Procesos de Teatro y Cine Comunitario en Nariño y Putumayo. Provocador del Taller SHAKESPEARE: Sueños y Pesadillas de Postconflicto – Teatro El Ágora y El Excéntrico Polígono de las Puntas Redondas. Instagram: @cuervopoligonal
Foto tomada de la página web de la Comisión de la Verdad
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tavomonte dice:
Gracias por poner la mirada del artista y la opinión del dramaturgo. En la tarea del legado del Informe Final queda la tarea local y territorial de expandir esos relatos con nuestros grupos de teatro y todas las expresiones posibles y necesarias.
1 agosto 2022 — 18:08