Siempre me gustó la literatura. Recuerdo las horas de lectura en el espacio denominado Caen todas las cosas, del Liceo de la Universidad de Nariño, el colegio donde tuve la fortuna de estudiar. Gran nombre para ese proyecto: ¡que cesen todas las actividades, para que la mente vuele! Recuerdo que, al terminar la hora, seguía leyendo a escondidas al tiempo que discurrían las clases de física o biología; no podía suspender la historia. Perdón maestro, pensaba, pero necesito saber qué pasará con la suerte de Florentino Ariza.
No todos vemos ni vivimos en el mismo país. Mientras unos seguimos construyendo un país donde la vida y la justicia social sean horizonte necesario, otros andan con angustia, terror e incertidumbre porque la guerra finaliza y sus ventajas se ponen en cuestión. Mientras el país puede hacerse para y con las mayorías, la minoría está difundiendo sus temores como necesidad democrática. En las últimas ediciones de la revista Semana hemos leído la preocupación del «país político» de que se rompa la división de poderes que conforman su Estado, la alerta sobre un Gobierno que busca imponer un «régimen dictatorial» y atacar a su democracia. Analistas dicen una y otra vez que «las instituciones, todas, quedan en alerta y deben defender la institucionalidad y la democracia» cada vez que «su majestad» arremete.
En este artículo pretendo hacer una interpelación al enfoque analítico sobre el trabajo de cuidado, el cual se viene instalando desde instituciones nacionales y organizaciones no gubernamentales cuando hacen referencia a la “economía del cuidado” como “una contribución del trabajo doméstico no remunerado de veinte puntos porcentuales (20%) en el PIB nacional”. Específicamente, esta mirada promueve la redistribución y reducción de este trabajo –a manos del Estado– porque constituye una recarga sobre las mujeres y/o los cuerpos feminizados, de modo que profundiza la dependencia económica y se fomenta la feminización de la pobreza. Si bien el análisis parte de una caracterización del problema que sitúa a la división (hetero)sexual del trabajo como el bastión del ordenamiento social, se centra en el acceso al dinero por parte de las mujeres y no sobre el lugar relacional que tiene el cuidado para el sostenimiento de la vida.
En mayo de 1968 por fin tomó forma el proyecto de Giorgio Rosa, ingeniero italiano empeñado en construir un Estado independiente en aguas del mar Adriático. Después de edificar una isla de acero, y en nombre del Derecho de libre autodeterminación de los pueblos, Rosa declaró su independencia y empezó con las gestiones para conseguir el reconocimiento y la legitimidad de la llamada Isla de las Rosas, para lo cual llevó su solicitud hasta el Concejo de las Naciones Unidas.
Lo que parecía un intento quijotesco se tornó peligroso para las autoridades civiles de Italia cuando dejó de ser individual. No eran pocas ni las personas que frecuentaban la isla ni aquellas que solicitaron la nacionalidad tras enterarse de que aquel territorio de cuatrocientos metros cuadrados era un país independiente, con su propio idioma, su emisora y la holgazanería entendida como derecho fundamental. Sin embargo, hasta este punto no es claro por qué se alarmaron las autoridades italianas, pero tampoco era requisito que existieran muchos motivos para que esas mismas autoridades desplegaran el gran operativo militar con el que destruyeron la isla. ¿Qué podía suceder si un puñado de ciudadanos decidía pasar una temporada –o quedarse a vivir– en ella? ¿A quién podía afectarle el robustecimiento y la propagación de un símbolo contracultural?
A pesar de que nuestro país se define como «capitalista» (al menos tiene un papel menor en el capitalismo globalizado y su economía funciona con mano de obra asalariada, inversión extranjera libre de gabelas, acumulación de capital, etc.), persisten aún ciertos modelos de feudalismo en varios territorios rurales, que vale la pena explorar y que dejan en evidencia las fisuras de ese pretendido capitalismo que tanto se suele pregonar.
«Para empezar a privar a la muerte de su mayor ventaja sobre nosotros, adoptemos una actitud del todo opuesta a la común; privemos a la muerte de su extrañeza, frecuentémosla, acostumbrémonos a ella […] No sabemos dónde nos espera: así pues, esperémosla en todas partes. Practicar la muerte es practicar la libertad. El hombre que ha aprendido a morir ha desaprendido a ser esclavo».
Montaigne (citado por rimpoche en el libro tibetano de la vida y la muerte)
El virus comenzó su recorrido en China, se instaló luego en Europa y Estados Unidos, y ha llegado, finalmente, a Suramérica, a Colombia, a Bogotá. Tarda un poco más en llegar hasta el sur del país, hasta Pasto. Hace días llegó a Cali y ahora dicen que viene ya por Popayán…
Un recienteinforme de Oxfam sobre la desigualdad, publicado en enero del año pasado, empieza con una frase brutal y descorazonadora: «Tan sólo 8 personas (8 hombres en realidad) poseen ya la misma riqueza que 3.600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad». Ese contraste, esa «brecha» entre una élite absurdamente rica y una masa infinitamente pauperizada ha evidenciado, como no lo ha hecho ninguna otra cosa, el fracaso rotundo del modelo económico hegemónico: el Mercado (así con mayúscula, como prefería llamarlo Polanyi).