RELATOS Y CONTRARELATOS FEMINISTAS

Por Milena Passos

Este texto nació remojado en la complicidad de varias copas de vino, confunde las voces de muchas mujeres que encuentran en el relato de la otra, su propia historia. Aquí el anonimato no es el de las cifras frívolas de los informes que anuncian nuestra muerte o desaparición, es la clandestinidad incendiaria que hará nacer un mundo nuevo.

I. Primer encuentro 

Crecí entre montañas, donde nace el agua y se hunden valles frondosos en los que crece la medicina. La sabiduría que comparten los mayores en el remedio es la luz que alumbra el camino de todas y todos los que andamos este suelo cubierto de copas altas, helechos y enredaderas.

Una noche la luz que alumbra la hoguera, el fuego, el abuelo fuego, se alojó en mi vientre para avisarme que dentro de mí ahora latían dos corazones.  Durante la ceremonia la luna no hizo su aparición, la cabaña estaba pobremente alumbrada con algunas velas, por lo que el fuego de mi vientre soportaba con inmensa luz y temeridad toda esa penosa oscuridad.

Quizás si hubiera habido otra mujer, una mamá, ella hubiera orientado mi quehacer. Pero no, solo estaba yo, inexperta, cuidando la entrada de la casa, manteniendo vivo el fuego, alumbrando la penumbra de cinco ancianos, sabios pero mansos, que dormían apagados en cualquier esquina de la choza. Hoy estoy convencida de que, aunque estos viejos advirtieran la amalgama de energía que alumbraba la noche, ni ellos, curtidos de canas, hubieran sabido expresar una sola palabra acertada, entonces humildemente abrazaron el recogimiento y el silencio.

Era la noche de mi encuentro.

II. Una hembra preñada

Con la luz de la mañana le dije a mi compañero lo que experimenté en la ceremonia. Él, aunque me miró con desconcierto, no dudó de lo que decía por la seguridad con la que lo hacía. Al día siguiente, en el centro médico, la prueba de sangre dio positiva. Me sentí orgullosa de mi intuición, la noche había sido un zambullido de autoconocimiento; sin embargo, estaba también terriblemente angustiada. Yo era Olegario en Los Bomberos de Benedetti, una as del presentimiento, solo que esta vez no adiviné si mañana llovería, ni si el martes el 57 iría a la cabeza; ni siquiera se trataba de la sospecha de mi casa ardiendo en llamas, sino de mi propia vida. Ardería como bruja en una hoguera sin la felicitación ni el abrazo de buenos amigos.

Al llegar a casa, con el sobre abierto del examen le dije: Soy una hembra preñada, no estoy avergonzada, esto no es una pena embarazosa, por eso no estoy en embarazo; aquí no hay mantos blancos que cuidar. Que quede claro, soy una hembra preñada.

Todo el misterio que alberga la vida, la naturaleza creadora y dadora en mí, el peso agigantado de la espera manifiesta en cada pequeño cambio de mi cuerpo. No podía olvidar ni un segundo lo que estaba viviendo; la sensibilidad despierta de mis pechos, mis piernas, mi vientre, mi rostro, eran la gota que caía una a una sobre mi frente atada, cloc, cloc, cloc, como en las viejas torturas, tic, tac, tic, tac, el tiempo corría.

III. Lejos de las esquinas, el todo, la vida

La vida es de nosotras las que hacemos la vida, las que la acunamos, las que la habitamos, las que sin reparos nos damos a la tibieza del cuidado; las que decidimos.

Hace años había decidido no ser madre. Condiciones como mi edad, mi procedencia o las particularidades de mi relación no voy a presentarlas a ustedes, porque no deben ser leídas como una justificación. No hacen falta justificaciones. Soy una anciana de mil años que abraza la existencia en su conjunto y no el capricho ciego de la sociedad que limita nuestra conciencia a las esquinas de lo correcto o lo incorrecto. Los binarismos son pequeñas esquinas ciegas, y coloniales,  que no nos permiten contemplar la complejidad de la existencia.

Por eso van por ahí camanduleros llenos de moralina, llamándose defensores de la vida, pero ignoran la infancia o la vejez triste que con hambre camina los pasadizos grises y olvidados de las ciudades por las que marchan.

La vida como consigna inerte no nos alcanza, hace falta ponerla en movimiento, en acción revolucionaria y en recuerdo emancipador.

IV. También tuve miedo

No convoqué a un consejo de brujas, como la serenidad me hubiera dicho que hiciera si hubiera estado conmigo; la verdad es que tuve miedo, no sé de qué. El hecho es que hice de mi habitación una cueva. Durante días las ventanas estuvieron cerradas y el teléfono estuvo apagado.  Leí veinte mil manuales para practicar un aborto con medicamentos, y sola, fui a comprar misoprostol.  Cualquiera que me hubiera visto durante esos días no iba a reconocer la inseguridad titubeante que se había acomodado en mi garganta.

Conocía bien la sentencia C-355 de 2006 y sus susodichas tres causales, sin embargo, temblaba de miedo al pensar que a alguien le pudiera parecer que no era suficiente riesgo para mi vida, el mar de tormentos en el que navegaba. No podría tolerar ni el más pequeño cuestionamiento sobre la sacralidad de mi cuerpo, el dialogo que tejí con la naturaleza fecunda de mi vientre para pedirle que no albergue una semilla, o mi intento torpe y desesperado de salvarme en soledad.

Durante dos días no entró el sol por mi ventana. Pero tocó a la puerta, era una de mis amigas extrañada de mi ausencia. No hizo preguntas cuyas respuestas eran obvias, ni caras de espanto, ni juicios de ningún tipo, se abrazó a mí y a mis miedos. Me convenció de asistir al hospital y ahí, amparada por la fortaleza de su compañía, le dije a la doctora lo ocurrido.

Debo preguntar qué hacer -dijo la médico-. Entonces pensé que todo iría muy mal. Me miraba como la oficial buena que quería evitarme una pena, pero estaba atada por la rigidez de sus normas. Debe atenderme, vine a pedir ayuda -le dije-, mi salud mental y ahora también física están comprometidas.  Ella no dijo nada y solo salió del consultorio. La ansiedad me carcomía. Regresó con un camillero y me indicó que debía hospitalizarme y hacerme exámenes ahora mismo.

V. Tragos amargos

Durante los días siguientes recibí de los tratos más comprensivos a los tratos más crueles. El aborto se había hecho de manera incompleta, así que nuevamente me suministraron misoprostol vía vaginal. En el día podía ser revisada hasta cuatro veces por diferentes personas; había enfermeras que sonreían en silencio sin preguntar nada, una en particular después de revisarme me apretaba la mano siempre para despedirse; sonreía con complicidad, con la mirada me decía: vas a salir de aquí, hiciste bien en venir.

 El médico que me atendió después de haber hecho una ecografía, me manifestó que me ayudaría practicando un legrado solo porque quedaban apenas residuos en mí, pero si no fuera así él objetaría conciencia, su Dios no se lo perdonaría. Hubo personal que no desaprovechó la ocasión para recordarme que iría al infierno, otros decían que me despidiera de la oportunidad de ser madre, -pero bueno, de todas formas no lo mereces-; alguien más al descubrirme llorando, una noche me dijo que yo me lo había buscado.

Me cansé de contestar sus oprobios, de advertir que hablaría a su superior, de recordarles que era mi derecho, de invocar la sentencia C-355 de 2006 como un escudo blando al que me aferraba a pesar de su inutilidad. Claro que conocían la sentencia, pero más allá del servicio médico que me prestaban por no cometer “un delito” peor, me quedó claro que las normas no se hicieron para empatizar.

 Después de haber querido como nunca antes razonar con leguleyadas, comprendí que no tenía caso, estaba en sus manos. Era de ellos, y ellos presos de la ignorancia, de la arrogancia. El silencio se hizo entonces mi compañero y terminé disputando el dios que habría de habitar la sala de urgencias: Señor, hazme un instrumento de tu paz, que donde haya odio, yo lleve amor, donde haya ofensa perdón (…) Maestro, haz que yo no busque tanto ser consolada sino consolar, ser comprendida sino comprender, ser amada sino amar. Ancestras, me estoy salvando, pero qué mal sabe el vinagre cuando morimos de sed.

VI. Me cuidan mis amigas

Ya no recuerdo cuántos días pasaron, casi fue una semana en la que solo hablaba cuando la situación lo requería, o mi amiga, mi buena amiga iba a visitarme durante 30 minutos y me llevaba libros para distraerme. Cuando por fin llegó el día en el que me practicarían el legrado, nadie medió palabra, me pidieron prepararme, un joven enfermero me ayudó amablemente a empacar mi ropa y se encargó de llamar a mi amiga cuando se lo pedí. Sólo recuerdo la máscara de anestesia venir hacia mí y despertar desnuda, sola, en una habitación diferente a la que había ingresado.

Desperté asustada, grité por ayuda y llegó una enfermera que, en lugar de procurar calmarme, empezó a señalarme con su camándula: ya lograste lo que querías, ¿estás contenta? -me decía. Yo la miré con desprecio y le pedí que llamara el médico. Entonces entró otra enfermera, me explicó que el médico que me había atendido ya no se encontraba, le pidió a su compañera salir de la habitación y se disculpó por la situación. Me explicó cuestiones de cuidados simples, me calmó, e hizo pasar a Carol, que aguardaba afuera llena de alegría. A su amistad le debo la vida. Me llevó a su casa y lloré toda la noche hasta quedarme dormida, eran lágrimas de alegría, de dolor, de agradecimiento.

Había sobrevivido.

VII. 21 de febrero de 2022

Hoy recuerdo lo ocurrido desde la distancia que el tiempo me permite, no duele, siento alivio. Estoy agradecida con las mujeres que caminan paso a paso, allanando el terreno de la libertad de todas. Se despenaliza el aborto hasta la semana 24 de gestación, ninguna tendrá que convencer a nadie. La decisión sobre su cuerpo no tendrá que ser validada por nadie. Sin embargo, seguimos alerta, vigilantes: Caminamos hacia la despenalización total, legal y social.

“No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.


Síguenos en nuestras redes:

Facebook: columnaabiertaweb
Twitter: @Columna_Abierta
Instagram: columnaabierta/