Por David Paredes
1.
Las mediciones de popularidad se cifran sin explicaciones, presentan un porcentaje seco, sin acotación. De todos modos, el presidente Iván Duque ha dicho que no gobierna para las encuestas. Ahora está en la misma tribuna de Peñalosa: “Impopulares, pero eficientes”, reza una de las campañas del alcalde. Como quiera que sea, se hace evidente una brecha insalvable entre el proyecto del gobierno y el proyecto de las personas a quienes ese gobierno pretende representar.
Y es contradictorio hacer referencia a la representación cuando las decisiones de un gobernante parecen contener otro mensaje: “voy a hacerlo a mi modo, porque es cuanto ustedes necesitan aunque no lo entiendan/no lo puedan ver/no quieran/ no estén de acuerdo”. En esta actitud hay, cuando menos, desprecio por la visión de un porcentaje de la población, ponderación de la élite presuntamente especializada y arrogancia, pues no cabe ni una mínima probabilidad de que el funcionario acepte sus errores.
2.
Antes del 21N circularon por redes virtuales algunos videos de personas notablemente ofuscadas por la gran movilización popular que se veía venir. Amenazaban con tomar las armas y abrir fuego contra los manifestantes, no sólo para defender sus bienes o su integridad si no, según decían, para defender a Colombia de sus enemigos. Tal vez no se dieron cuenta de que su ánimo patriotero terminaba por insinuar la inoperancia del gobierno al cual, no sobra decirlo, querían dar apoyo.
Los vecinos “bienintencionados” que se reunieron para grabar esos videos son la prueba más elocuente del descrédito en el cual han caído las autoridades civiles y las instituciones del Estado. La cúpula uribista hace lo posible por sostener la idea de que el país está siendo gobernado a pesar de las adversidades. Habla de complots, de injerencia anarquista internacional, del Foro de Sao Paulo… Empeñados en mantener o recomponer la imagen pública, Iván Duque y su gabinete han sufrido reveses deplorables. Los operativos militares –útiles en los últimos años para devolver “popularidad” a los presidentes– han salido tan mal que el anterior Ministro de la Defensa aflojó las rodillas bajo el peso de sus decisiones macabras y, presionado por la oposición y por la opinión pública, abandonó el cargo.
3.
La brecha que separa a las élites del resto de la población tiene carácter histórico. Rafael Uribe Uribe, militar y político liberal, dio voz a las preocupaciones de esas élites cuando ni siquiera había terminado la Guerra de los Mil Días. El historiador Álvaro Villegas afirma que
Uribe no albergaba la menor duda de que la mayoría de los colombianos estaba degenerada, como lo mostraba la distracción, la puerilidad, la volubilidad, la falta de energía mental y la incapacidad de formarse una opinión propia […] La degeneración física estaba comprobada por un conjunto de signos anatómicos y fisiológicos como la baja estatura, las asimetrías craneales, la baja tasa de nupcialidad, la hipertensión […] Las causas de la degeneración eran una serie de factores como: la atmósfera enrarecida de las tierras altas, la alimentación inadecuada, la falta de higiene, la mala educación, el alcoholismo, las enfermedades tropicales, la miseria…
A los intelectuales de élite (que, según Villegas, habían dejado de ser los letrados para ser sustituidos por profesionales de “saberes prácticos” como la medicina y las ingenierías) les preocupaba la demora y la improbabilidad del progreso y la subsecuente prosperidad, razón por la cual, durante las primeras cuatro décadas del siglo XX, pusieron especial atención en la “eugenesia” (transformación genética) del pueblo colombiano. Pero la visión de un país inviable basada en argumentos presuntamente científicos no era –explica Villegas– exclusiva de los médicos: “sin importar su profesión, la élite afiliada a los partidos tradicionales e incluso a los emergentes partidos de izquierda se apropió de esas representaciones y construyó un imaginario sui generis sobre la nación”.
A los intelectuales de élite les preocupaba la demora y la improbabilidad del progreso y la subsecuente prosperidad, razón por la cual, durante las primeras cuatro décadas del siglo XX, pusieron especial atención en la “eugenesia” (transformación genética) del pueblo colombiano
4.
Es admirable, al tiempo que muy diciente, el hecho de que en los días anteriores las movilizaciones hayan sido masivas y simultáneas en territorios tan disímiles como Bucaramanga, Pasto, Ibagué, Barranquilla, Cali, Medellín, Bogotá, Neiva… cada uno con formas particulares de ser y habitar. Millones de colombianas y colombianos ven en Duque y su gabinete a un grupo de funcionarios que no les representan y que, en diferentes grados, les han perjudicado con las decisiones que toman.
La desaprobación es comprensible toda vez que Colombia se presenta como país diverso en las propagandas que impulsan el turismo, pero se toma por entidad territorial homogénea cuando se ratifican acciones como la fumigación, las reformas tributarias o la explotación de gas licuado de petróleo por medio del “fracking”. Da la impresión de que las élites no pueden (o no quieren) entender la complejidad y las particularidades del territorio nacional. Y el problema de gobernabilidad de Duque tiene alguna relación con el hecho de que no llegó a la presidencia con el propósito de albergar en su programa de gobierno los intereses de un país, sino los de un partido.
Colombia se presenta como país diverso en las propagandas que impulsan el turismo, pero se toma por entidad territorial homogénea cuando se ratifican acciones como la fumigación, las reformas tributarias o la explotación de gas licuado de petróleo por medio del “fracking”
5.
¿Qué sucede con los no representados? ¿Qué sucede cuando las decisiones o la desidia del gobernante atentan contra la integridad y el proyecto de vida de ellos/ellas?
La preocupación ya no es la de principios del siglo pasado. La prosperidad, al menos para las élites, no está en duda. Pero millones de personas reclaman espacio para que la discusión gire en torno a quiénes pueden gozar de la prosperidad. En estas circunstancias, adquiere importancia el hecho de que los representantes de la élite colombiana injurien a las mayorías diciéndoles “estudien, vagos”, o “ustedes quieren todo regalado”. Y pueden cundir los discursos de manipulación como la etiqueta propuesta por la Presidencia de la República en vísperas del 21N: “Yo no marcho. Yo produzco” (para que algunas personas entre la clase trabajadora adopten como propios los dogmas de un grupo de empresarios).
Sin embargo, resulta inocultable un problema antiguo del que se deriva un malestar cada vez más nítido: aparte de que el presidente ejerce sus funciones bajo el influjo de un partido que representa los intereses de unas élites específicas, aquello que llamamos “democracia” funciona cada vez menos, pues el sistema de participación que hemos idealizado no compagina con un modelo neoliberal en el que no es posible que ganen todos.
Tienen razón quienes dicen que las y los manifestantes están poniendo la mirada no sólo en el personaje de turno que oficia como presidente sino en el modelo que se sostiene por medio de diferentes formas de violencia. En este punto, cabe preguntar: ¿qué sucede con las personas, muchas, que no son representadas ni por el gobierno ni por los partidos de oposición ni por el Comité Nacional del Paro? El malestar no se deja apañar con “promociones” como los tres días sin IVA y la “conversación nacional”, ante los ojos de las y los manifestantes, no ofrece ninguna garantía. Alguien tendrá que ceder. Y esta vez, al parecer, no cederán las multitudes que llevan dieciocho días concentrándose a diario en las calles de las principales ciudades de Colombia.
Alguien tendrá que ceder. Y esta vez, al parecer, no cederán las multitudes que llevan dieciocho días concentrándose a diario en las calles de las principales ciudades de Colombia
Villegas, A. (2007). Nación, intelectuales de élite y representaciones de degeneración y regeneración, Colombia, 1906-1937. Iberoamericana, VII, 28, 7-24.
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