A 40 años de aquel vuelo fatal

Por Edwin García

“¡Carajo pa’ ese Flaco!, / que jamás se debió morir, / cómo se le ocurrió ir / en el puto “pajarraco”, / y, siendo él tan berraco, / no ver la falta que hace / a este pueblo que yace / postrado y humillado, / esperando el llamado / que a la pasión abrace.”

A mi parecer, en la vital asignatura de entender el país y su gente y desprenderse de dogmas, además de Bateman podemos destacar dos aventajados más: Camilo Torres Restrepo, quien en la época más fuerte de los sectarismos de izquierda, cuando los prejuicios derivados de ideas preconcebidas en otras latitudes más se arraizaron en las mentes colonizadas (aunque valientes), se atrevió a la herejía de incorporar el mensaje de Cristo a los proyectos revolucionarios, demostrando una capacidad creadora inigualable. Según el Flaco, a Camilo aun le quedaba mucho por hacer en la lucha legal de las ciudades y campos, pero la falta de visión de la insurgencia dogmática lo lanzó al monte para que la guerra, ajena a su composición, lo consumiera.

El otro fue Jorge Eliecer Gaitán, quien en su precoz inteligencia concibió su tesis de grado, “Las ideas socialistas en Colombia”, como un verdadero tratado de asimilación creadora e interpretación propia de los planteamientos socialistas. Gaitán se yergue como teórico y práctico que busca rutas para ajustar las ideas más avanzadas de su época a las realidades
nacionales, no como suelen pretender muchos pseudomarxistas que no logran escapar a las posiciones del idealismo: la idea por encima de la realidad.

Pero, sin duda, el padre de la creación original y antidogmática fue Simón Bolívar, quien no podía titularse de otra manera que Libertador, por ser precisamente creador, opuesto a la asimilación sumisa. Ahí la esencia de su rico ideario que aun hoy alumbra el porvenir de América Latina.

Estos tres personajes determinaron la vida de Bateman.

Nació con la voz firme de los discursos de Gaitán y, por supuesto, con la frustración por su asesinato. Creció con Camilo en la universidad, lo defendió en las trifulcas estudiantiles y abrió su mente para recibir su apostolado, endureciendo “el cuero” con otra frustración por su muerte prematura en Patio Cemento. Maduró con Bolívar en los campamentos de las FARC y lo redescubrió en todo su esplendor cuando, expulsado -y desarmado- por los comunistas, abrió sus horizontes y se consolidó como creador, es decir, como bolivariano.

Bien puede decirse que estos personajes constituyeron los pilares de la acción política del Flaco, de la cual puede extraerse el esbozo teórico que jamás escribió, por no tener más tiempo y disciplina. Pero la acción perdura tanto como la palabra escrita si, siendo lo suficientemente transparente y honesta, revolucionaria y apasionada, llega a sembrarse en las almas de los hombres y mujeres: por eso la acción del Flaco germina como la más fértil
de las semillas.

Y es necesario detenerse y fijarse en sus inspiradores: todos nuestros (no de otras geografías); anduvieron por estas mismas tierras hablándole a la gente del común (no a reducidos grupúsculos “monasteriales”); llevaron su mensaje de libertad, de dignidad, de rebeldía, desprovisto de cuadrículas y debates estériles.

Se anticipó a la necesidad de la solución política del conflicto colombiano, entendió la paz como el resarcimiento de la histórica deuda del Estado con los pobres de este país; como la urgencia de cesar las odiosas diferenciaciones por motivos de razas, filiación política o ideológica; como la ruta para reconciliar la nación y pasar la página de la violencia.

Habló el lenguaje del pueblo y entendió que solo la participación masiva de los inmensos conglomerados sociales excluidos sería la salvación ante nuestros males: la democracia profunda es el oxígeno que hace falta a este país.

Por eso, en momentos definitivos como este, el referente batemaniano se fortalece y se fortalecerá. Será difícil decepcionarse de él, por lo acertado de su mensaje y porque se dispuso a ser percibido tal como era, como alguien común y corriente, sin endiosamientos.

Se opuso a ser visto como infalible porque consideró necesario acabar con los mitos de hombres perfectos. Sin duda, está instalado en la colombianidad, entre la gente que fue cautivada por su genialidad y su carcajada, entre las viejas generaciones que aun hoy dicen “ese sí era un revolucionario” y la juventud que descubre su relevancia sorprendidos por su claridad. Se resistió al olvido y lo venció, porque la actualidad lo reivindica y se empeña en evidenciar la importancia de su paso por esta vida.


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