Por Edwin Manuel García

Supuestamente nos descubrieron hace más de 500 años. Ese “descubrimiento” negó nuestro ser, casi lo eliminó, imponiéndosenos formas ajenas que no se avienen a nuestra verdadera composición y espíritu, hasta avergonzarnos de nosotros mismos. Emprendimos una guerra de liberación, hace 200 años; reivindicando nuestro mestizaje universal, el Padre Libertador procuró recuperar nuestra dignidad, es decir, nuestro ser. Su proyecto fue incomprendido (por no decir traicionado), y se volvió a imponer la negación de nuestro ser y las formas ajenas.

El problema de nuestros países es que aún no hemos logrado descubrir qué somos, no conocemos las profundidades de nuestro ser exuberante, ni de nuestras formas físicas y geográficas, también exuberantes. Como lo señalara Martí, con el libro francés, inglés o norteamericano, de frac y corbatín, se pretendía gobernar repúblicas que habían surgido en paisajes indómitos, nacidos del llanero indomable, del Caribe aguerrido o del pastuso rebelde. Con anteojos europeos o gringos se pretendía leer los territorios del Zipa.

Ahora es necesario poner las cosas en su sitio: auto-descubrirnos y recurrir a nuestro ser profundo para retomar, en el contexto actual, aquello que se vio truncado primero por la invasión, después por la traición y siempre por la negación de nuestro ser. Nuestra educación debe resolver este asunto, debe ser la herramienta a través de la cual nos descubramos. Debemos conocernos a profundidad, esa debe ser la primera asignatura. “Conocer es resolver”, enseñó el mismo Apóstol de Cuba.

Entender nuestro país, su geografía y composición física, su ser profundo y esencia espiritual, establecer nuestras necesidades, proyectarnos un futuro con propósitos comunes. Afianzar nuestra identidad propia, en nuestro caso la identidad Caribe, para encontrarnos con el andino, el llanero, el paisa, el caucano, y construir desde la diversidad la categoría superior de la colombianidad. Tomar lo más avanzado del conocimiento humano, sin dejar de ser nosotros mismos: “injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero, el tronco ha de ser el de nuestras republicas”.

El espíritu de nuestra educación ha de ser no apegarnos a formulas ni a dogmas: educar en libertad, educar para crear: “inventamos o erramos” expresó el Maestro Simón Rodríguez. Construyamos una educación que se separe de las afugias y caprichos del mercado y se concentre en nuestras necesidades urgentes e históricas, que eduque el espíritu y la conciencia para bien de la nación y no para saturar el mercado de mano de obra barata. Una educación para el desarrollo sostenible ambientalmente, que conserve la casa común, modernice e industrialice nuestro país, partiendo por hacer justas las relaciones sociales y distribuyendo más equitativamente las riquezas que produzcamos. Una educación que procure llenar el espíritu y no los bolsillos, que inculque valores morales y patrióticos: educar para la paz y la democracia.

Foto de Scott Umstattd en Unsplash


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