Comunicación crítica para tiempos críticos

A dos años del estallido social: Una evocación de Las Mamás Primera Línea – Pasto

Por Ángela Navia López

“Bonita la suerte de venirnos a cruzar.
Bendita la palabra que se ha alzao por el pan.
Benditas compañeras de buenas revoluciones.
Benditos pensamientos que se volvieron canciones”

Así inicia la canción de La Muchacha. La primera vez que la escuché resonó la suerte de cruzarme en espacios de sueños, resistencias y luchas con valerosas mujeres. El paro del 2021 en Colombia no fue la excepción. Fue la bendita “suerte” de cruzarme con amigas de antaño y nuevas amistades. Con esas compañeras de buenas revoluciones coincidimos en la juntanza de las Madres Primera Línea – Pasto. En este escrito comparto algunos recuerdos de esta experiencia. Busca ser una provocación para recordar. No como la evocación de lo que quedó estático en el pasado; más bien como la remembranza móvil que dinamiza el presente. Pretende atizar el recuerdo colectivo para recordar que la escritura de la historia la podemos tener nosotras.

En otras ciudades del país ya se habían formado grupos de madres de la denominada primera línea. En Pasto, inicialmente nos juntamos dos; poco después ya éramos cuatro, luego dieciséis; al final, perdí la cuenta: éramos muchas madres de diferentes edades y perfiles. A varias las conocía desde siempre y son mis hermanas de muchos caminos; con otras fue un reencuentro después de muchos años; a otras tantas tuve la oportunidad de conocerlas por primera vez. Pese a la heterogeneidad y a la característica común de ser madres, algo más nos convocaba: el unirnos al Paro como mujeres que hemos parido y que queríamos, por un lado, arropar a los manifestantes y, por otro, manifestarnos, elevar nuestra voz de inconformismo ante una sociedad que explota, reprime y excluye.

Muchas cosas pueden decirse, escribirse, teorizarse de estas expresiones en el paro. Pero no quiero hacer un análisis profundo, ni mucho menos teorizar a las Madres Primera Línea.  Quiero compartir tres puntos desde la evocación personal. Lo hago a manera de imágenes, como aquellas que recordamos cuando vemos una y otra vez un material audiovisual. Como aquellas que quedan en nosotros con olor, música y color y las podemos palpar cada vez que volvemos sobre ellas.


Primera imagen: Una reunión para gestarnos

La discusión fundacional del reciente grupo versó sobre la pregunta: ¿seriamos madres primera línea en sentido real o solamente una expresión simbólica? En el primer caso implicaba enfrentar el escuadrón Móvil Antidisturbios- ESMAD-, romper barreras y permitir el avance de la movilización. En suma: cuidar toda una movilización y, si era preciso (como en efecto lo era), pelear ¿Estábamos dispuestas a eso? ¿Teníamos la capacidad física para hacerlo? La respuesta, traducida en un silencio tímido, era que no.

En el segundo caso seríamos una expresión simbólica y tendríamos que ser claras: no llevar escudos reales para no confundir a quienes realmente sí van al frente y asumen el tropel. Incluso se planteó que en este caso sería mejor no tomar el nombre de Primera línea porque en realidad no lo seríamos. Era mejor ser sinceras ante la movilización. La discusión no llegó a una conclusión cerrada. Incluso parecía algo ambiguo: seriamos primera línea, pero llevaríamos escudos simbólicos… ¡y que peleara la quisiera y pudiera!

Como todo lo que pasó en el gran paro del 2021, la determinación no estuvo dada por las disertaciones analíticas, ni mucho menos por una decisión vertical: apareció con la dinámica de la propia realidad.

Salimos a la calle como Madres Primera Línea: con pañoletas moradas y escudos de cartón. Muchos de esos escudos tenían la impronta de nuestros hijxs: su dibujo, su pintura, sus manitas. Mi escudo, por ejemplo, tenía los pincelazos y las manos de mi hijo. Lo hice con él. Creo que, sin proponernos, coincidimos en ese sello característico que tenían la mayoría de los escudos. No era para menos: la lucha también es por ellxs.

En ese momento podríamos concluir que, finalmente, fue un acto simbólico. Sin embargo, con el paso de los meses y de este par de años, concluyo que no se trató únicamente de un performance simbólico. Quizá lo fue en el sentido del tropel en cuanto enfrentamiento físico; pero no como expresión de la lucha amplia que fue característica en este gran estallido. Tampoco lo fue si vemos la disputa femenina de la lucha.

Salir a las marchas como un cordón de mujeres madres, de variadas características, con la consigna de ser primera línea, fue la ruptura que puso sobre el escenario, en primer lugar, la idea del cuidado como forma de lucha: un cuidado colectivo que arrebata a los procesos de explotación el sentido común.

En segundo lugar, fue sumar a la indignación colectiva el sentir de mujeres igual de indignadas que lxs demás manifestantes. Se trató, entonces, de la indignación expresada en cuerpos de mujeres que demandan a gritos una sociedad diferente no solo para sus hijxs, también para los hijxs de un país entero que, desde nuestra certeza, merecen otras realidades.


Segunda imagen: Manos contra el hambre

A las marchas siguientes llegaron las madres de los jóvenes de la primera línea. Su presencia ratificó que no solo éramos una expresión simbólica. Dotaron el espacio de sentido y de energía. Entonces sobrevino la necesidad presente en todo campo de batalla: el alimento. Nos unimos en la preparación de comida para los jóvenes de la primera línea. No resulta un mito ni una frase de cajón lo que se dice: durante el paro miles de jóvenes en Colombia comieron mucho más o mejor de lo que sucede en su vida cotidiana. Solo este hecho sería suficiente para parar lo que sea necesario.

Llegaron donaciones y manos de mujeres que se juntaron para esta tarea. Paralelamente, surgieron también las ollas comunitarias. Si bien no fue una expresión derivada de las madres primera línea -aunque muchas madres hicieron parte de ellas- sería miope no mencionar esta actividad. Su papel fue protagónico: no solo se ocupaban del hambre de los manifestantes; también era el lenguaje contracorriente que impone el cuidado colectivo ante el egoísmo propio del sistema capitalista. Las recuerdo valientes, firmes, resistiendo con la olla y los alimentos los gases lacrimógenos y los múltiples atropellos por parte de la fuerza pública. Siento que estas líneas quedan cortas para el homenaje que merecen las mujeres que realizaron estas actividades.

En suma, el ejercicio de surtir alimento desde las madres primera línea, así como el de las ollas comunitarias, es la ratificación de lo que he venido resaltando en estas líneas: un cuidado colectivo que destruye lógicas individuales. En especial en un contexto que posicionó con ahínco la idea de cuidado como autorresponsabilidad. Es la pelea contra el “sálvese quien pueda”. Porque el paro sirvió para corroborar que nos salvamos todxs o no nos salvamos.

Recuerdo la insistencia de una gran compañera en posicionar la consigna: A cuidar para avanzar ¡Cuánta razón en su insistencia! La sociedad capitalista nos ubica en el lado antagónico. Por eso, lo afectivo en sentido colectivo se posicionan como una fuerza diferente ante las relaciones mercantiles que nos impone el capital.


Tercera imagen: Sintiendo la Victoria

Creo que si la victoria -contra el capital, la opresión, la explotación…- tiene un sonido debe ser el de los tambores y cantos de alegría. Si tiene olor, debe ser el de una fiesta. Si tiene imagen, debe ser el de una gran obra de teatro que, al abrirse el telón, exhibe los sueños materializados. Esta última imagen es eso: la del triunfo. Como si se tratará de un documental o material audiovisual, mi mente repasa dos momentos.

El primero es el inicio de una marcha en la Avenida de los Estudiantes, un sector al norte de Pasto. En medio de la multitud estábamos nosotras, no sé cuántas. Sentí nervios. Como la sensación que se tiene antes de salir ante un escenario con un gran público. No era el caso; pero era la misma sensación de nervios que experimentaba cuando participé en el grupo de teatro del Liceo de la Universidad de Nariño, La Chispa, o en el grupo teatral Carretaka antes de salir al escenario.

La marcha inició: los jóvenes de la primera línea nos hicieron calle para pasar al frente. Así lo hicimos: caminamos por esa calle triunfal; sonaban los escudos de metal, pitos y trompetas; nos grababan múltiples cámaras y los transeúntes nos aplaudían. En mi vida he estado en muchas marchas, pero nunca me he sentido como aquel día: ¡éramos importantes! No me equivocaba en mi sensación de nervios, éramos unas de las grandes protagonistas en esta historia de rebeldía.

El segundo recuerdo audiovisual es similar. Esta vez en la llegada de alguna de las marchas. Nos acercábamos a la Plaza de Nariño, la plaza principal. Los chicos de la primera línea hicieron una especie de entrada para nosotras las madres. Mi mente recuerda ese momento como una entrada triunfal: arengas, música, algarabía, euforia. Una sensación similar la tuve en una de las marchas del paro agrario del 2013: estábamos entrando triunfantes a la plaza principal, una real proeza cuando el alcalde de entonces se empecinó en que los manifestantes -principalmente campesinos y estudiantes- no entráramos a la plaza. En aquel momento la sensación se interrumpió porque caí en manos de la brutalidad policial.

Esta vez fue diferente. La sensación alcanzó la efervescencia. Entramos a la calle 18. Lo hicimos corriendo, en algún momento cogidas de la mano, en otras saltando, gritando… con una emoción que no puedo traducir en palabras. Por algunos minutos sentí que habíamos triunfado; no solo las madres primeras línea; todo el paro. Y no solo que habíamos triunfado en cuanto a las exigencias puntuales de las movilizaciones, era un triunfo de la humanidad entera.

Sentí que llegaba nuestro amanecer, que corríamos rumbo a poner la bandera de la victoria, la bandera de la emancipación y esa la llevábamos nosotras, las mujeres. Tal vez esto resulte irrisorio o exagerado, pero es la ejemplificación del cumulo de emociones que, estoy segura, eran colectivas. Creo que si algún día se siente por un minuto el triunfo de la revolución (entendida en términos amplios) debe ser una sensación muy similar. Entonces, ¿por qué negarnos a sentir esa sensación, si recordamos estos segundos como posibilidad de lo que puede ser posible?

Avivar estas tres imágenes me llevan a pensar que lo que se vivió hace dos años no fue un acontecimiento más. Creo que el tiempo es corto para evaluar muchas cosas, pero que también es suficiente para hacernos creer, como algunos sectores pretenden, que fue un simple suceso. Que ya pasó. Que fue un momento de agitación rebelde que se disolvió en el aire.

Es por eso que el recuerdo también se disputa. Las Madres Primera Línea fueron una más de entre las múltiples expresiones de ese gran estallido. Junto con las otras primeras líneas -las del tropel, las de defensores y defensoras de derechos humanos, la de las ollas- delinean el presente en cuanto a todo lo que podemos construir y deconstruir.

Algunxs, desde una lectura tradicional de la política de izquierda, dirán que las madres primeras línea no sirvió para nada porque no desembocó en una organización o en una célula para algún partido. Otros dirán que tampoco sirvió porque todo eso se diluye en la nueva dinámica institucional del país. Disto de las dos visiones. La primera se niega a mirar las dinámicas de movilización de las últimas décadas; presenta una miopía al considerar que lo que “sirve” es lo que engrosa sus filas partidarias.

La segunda tiende a simplificar las luchas, las del paro 2021 y las históricas del país, al considerar, sin una óptica dialéctica, que se mimetizan en el gobierno actual. Me basta mirar a mi alrededor: a la madre docente de escuela rural, a la universitaria, a la defensora de derechos humanos, a la sindicalista, en general a la mujer de ayer y de hoy que lucha, para comprender que sus batallas y sueños no se han diluido.

Mi admiración, respeto y cariño para todas las mujeres que nos convocamos en las madres primera línea. Sin duda son las “benditas compañeras de buenas revoluciones”. Dos años y seguimos…


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