Por: Incómodas

La Conmemoración del Día internacional de las mujeres no es cosa distinta que una invitación a recordar, no solo en el sentido de contextualizar el origen de la fecha conmemorativa, sino de rememorar el papel que las mujeres hemos tenido en la historia de la humanidad y la forma como, poco a poco, le hemos arrancado al mundo, a los estados, a los pueblos, al derecho, a la religión, los derechos y lugares en los que hoy nos desenvolvemos.

Hoy somos fruto de lo que fueron y lo que lucharon nuestras ancestras, y hemos asumido su legado a través de la revolución y la lucha constante que rompió y continúa rompiendo el paradigma patriarcal, misógino, racista y clasista bajo el que se construyeron las relaciones sociales en las que las mujeres hemos sido las otras.

Precisamente, cabe recordar que la exclusión de las mujeres ha estado atada a las narraciones impuestas sobre nuestros cuerpos; con ocasión del orden biológico, han sostenido que el cuerpo de las mujeres era más débil en relación al de los hombres. Esta narración se alimentaba de la idea de que, en la prehistoria, los hombres eran los encargados de la cacería, por su fuerza física, y las mujeres eran quienes recolectaban. Así mismo, después fue el hombre el que iba a la guerra y la mujer se quedaba en casa a cargo de las labores de cuidado. Ya sabemos a dónde llevó toda esta narración, que nos alejó de la posibilidad de estudiar, de votar, e impuso roles que han determinado por décadas la subvaloración de las mujeres. Sin embargo, recientes descubrimientos, como el del esqueleto femenino de una cazadora en Perú, hace temblar tal narración, sumado a que nosotras, las mujeres y feministas, hemos demostrado a lo largo de la historia que tal separación de roles por “nuestra condición biológica” resulta una falacia.

Dichas narraciones han sido replicadas por diversas estructuras, justificando la exclusión, la discriminación y la violencia contra nosotras, lo que ha representado la necesidad de unirnos en una lucha colectiva que nos permita vivirnos como sujetas políticas, de derechos y, sobre todo, libres. En efecto, dentro de las luchas históricas que las mujeres hemos emprendido, están el derecho al sufragio y la participación política, no solo para que se nos reconozca como ciudadanas, sino como sujetas políticas. El camino andado, así como todas nuestras luchas, ha sido doloroso: nuestras hermanas fueron estigmatizadas, amenazadas, encarceladas y asesinadas.

Este escenario que, así como otros fueron vetados durante mucho tiempo para nosotras -considerándonos como apéndice del hombre: sin voz, sin opinión y sin voto-, tuvo sus primeras transformaciones a partir de la lucha del movimiento femenino por el sufragio en 1848, especialmente en Estados Unidos y posteriormente en Europa, de la mano de las huelgas de mujeres obreras que exigían igualdad entre mujeres y hombres tanto en sus derechos laborales como en el campo civil. Fruto de estas luchas, Nueva Zelanda fue el primer país en aprobar el derecho al sufragio en 1893; sin embargo, en América Latina tuvieron que pasar más de treinta años para que este derecho fuera reconocido de manera paulatina, gracias a la lucha y el liderazgo decisivo de las mujeres.

Colombia no fue la excepción, varias mujeres lideraron y se organizaron en torno al reconocimiento de nuestros derechos civiles, laborales y políticos; algunas de las precursoras de esta lucha fueron María Cano, Soledad Acosta de Samper, Virginia Gutiérrez de Pineda y María Cristina Arango, entre muchas otras. Es así que, en 1922, la ley reconoce el derecho de las mujeres sobre la administración de sus bienes y en 1933 se reconoce el derecho de las mujeres a la educación. Pero es tan solo hasta 1954 que el Congreso de la República aprueba el voto para las mujeres, que votaron por primera vez en el plebiscito de 1957 en un contexto bastante complejo atravesado por el Frente Nacional.

No obstante, nuestra lucha por la participación política se ha mantenido, si bien hoy podemos elegir y ser elegidas, seguimos reclamando paridad en la elección de cargos públicos, que no se nos siga determinando como un relleno dentro de los partidos políticos a la hora de conformación de listas electorales, que se respeten nuestros derechos como sujetas políticas y que podamos decidir, conducir y determinar en la vida política.

Gran parte de la consigna feminista, ha estado orientada a la desconstrucción de la dicotomía entre lo público y lo privado, porque históricamente las mujeres hemos sido determinadas a ocupar espacios de cuidado y labores reproductivas; es así como se han configurado recursos ideológicos que justifican los roles y estereotipos de género. Lo privado (las formas de entender las relaciones afectivas, lo emocional, el cuidado del hogar, las labores domésticas, la crianza de los hijos e hijas, entre otros asuntos) ha implicado empezar e incluirnos en la esfera de lo público a partir de los alcances históricos de la lucha de las mujeres, entendiendo todos los actos “privados” como políticos, que involucran a todas las mujeres en distintas latitudes.

Asimismo, lo público va más allá de poder ejercer la educación y el voto, puesto que ha trascendido al trabajo, la participación política, la autonomía por nuestros cuerpos y nuestras decisiones, entender las violencias, juntarnos para exigir lo que es nuestro, reconocer que aún existen brechas para que seamos en libertad y apostar por las mujeres que aún no poseen voz.

María Antonia Miranda (2014) relata cómo uno de los ejemplos literarios utilizados para referir la dicotomía público/privado es el de Antígona, la heroína de Sófocles, en la que el rey representa el Estado. Antígona desafía las obligaciones abstractas del Estado y rechaza la vida pública representada por Creonte, el rey. Sin embargo, Creonte no es simplemente un hombre, un rey del ámbito público; él es la manifestación de un tipo particular de política, el gobierno autoritario, al cual Antígona, como ciudadana, se opone.

Entonces, hablar de lo público y lo privado como se ha entendido representa un discurso de poder; por ello, resulta necesaria la inmersión de las mujeres en la vida social, política, económica, cultural, geográfica y territorial. Comprender que debemos buscar una transformación para pensar en un sistema de relaciones donde los hombres y las mujeres ocupamos distintos lugares en la red de dinámicas sociales; lugares que deben estar signados por la equidad y analizar que todo aquello que sucede en lo cotidiano configura lo político y es por esto que es digna nuestra lucha, porque hace parte del lente con el cual las mujeres observamos el mundo y entendemos la vida.

Finalmente, una de las luchas más importantes en el último tiempo ha tenido que ver con los derechos sexuales y reproductivos, particularmente, el aborto libre, seguro y gratuito. Dentro de los grandes avances logrados en Colombia se encuentra el reconocimiento del derecho fundamental a la interrupción voluntaria del embarazo, que tuvo lugar con ocasión de la Sentencia C-355 de 2006 y, de manera más reciente, con la despenalización parcial del aborto hasta la semana 24 de gestación, a partir de la Sentencia C-055 de 2022.

No obstante, es necesario decir que la conquista de este derecho, no tiene que ver con un favor que el Estado, a través de su aparato judicial, haya hecho a las mujeres; por el contrario, es el fruto de la denominada “marea verde”, que une al movimiento feminista en Colombia alrededor de una reclamación a una sola voz: “no somos cuerpos para la reproducción, la maternidad será libre o no será”.

La fuerza del movimiento feminista en Colombia, no solo como movimiento, sino como apuesta política, se siente cada vez con mayor fuerza, proyectando sus alcances en diversos rincones del país, aunque eso no implique que las luchas y retos sean idénticos, pues el feminismo, a partir de los contextos y realidades diversas de las mujeres en Colombia, presenta matices, lo que implica que la movilización y la consigna no son idénticas, ni homogéneas en todas partes del mundo, ni siquiera en el mismo país o contexto (Aristizabal, 2019). Pero hay algo cierto, y es que particularmente, alrededor de la legalización del aborto en la región latinoamericana, la marea verde ha logrado un impacto a tal magnitud, que hoy varios países celebran la articulación del movimiento y los resultados que en términos legislativos y judiciales se han logrado.

Estas y muchas luchas, enmarcan los retos que las mujeres hemos tenido a lo largo de la historia, pero también aquellos por los que continuamos resistiendo; cada una, desde el lugar en el que se encuentra, desde sus perspectivas, desde su propia construcción, tiene la capacidad de contribuir a la transformación de un estado de cosas que para las mujeres, hoy, resulta vetusto; cada una vive y acrecienta la marea feminista, se reconozca o no como tal, razón suficiente para seguir creyendo que una realidad distinta para nosotras es posible.


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