Por Gustavo Montenegro Cardona
El comediante, título de película en el entorno de Netflix, de entrada abre la expectativa de poder enfrentarse a una cinta para pasar el rato, para la distracción nocturna y sumar algunas horas de diversión antes de cerrar el día. Rueda el archivo y a medida que el tiempo pasa la narración adquiere cuerpo y sentido. El título se constituye en un anzuelo con buena carnada y cumple con la función de atrapar al espectador que busca, sin saber con qué se puede encontrar.
El comediante está hecha de fragmentos. Es una historia que suma momentos. Las escenas, islas desconectadas en apariencia, están rodeadas por un mar de nostalgia, de tristeza, de descontento y depresión profunda. El personaje se va mostrando con el paso de los minutos bajo la premisa común del triste payaso, del que queriendo divertir al mundo, guarda en su íntima soledad y su diálogo interno, una serie de quejas, reclamos y dolores acumulados por la desgraciada vida que le ha correspondido en la baraja de los naipes.
Lo que menos tiene la película es comedia y su relato se acerca más a la tragedia; está untada de más drama que de situaciones humorísticas y es una película que cae bien, justamente, porque nos invita a pensar, aunque sea un poco, en aquellas situaciones que envuelven a estos seres humanos que hacen de todo, lo buscan todo, prueban de todo y lo sufren todo mientras caminan por el tortuoso sendero de la esperanza que promete llevarlos al éxito.
El personaje encarna a los fracasados, a aquellos que son señalados por la sociedad como una rara especie de hombres y mujeres que se encuentran fuera de la sintonía de las victorias cotidianas, de los afortunados, de los que todo lo encuentran antes de los cuarenta, de los que cargan con el aura bendita del triunfo. El drama entonces se constituye en una carta de invitación a la empatía, a la comprensión de la desgracia de este comediante al que se le niega la felicidad. En el entramado, el discurso narrativo nos obliga a pisar el suelo de la reflexión humana, el césped sin podar de las presiones sociales, el minado campo del amor en los tiempos de la ficción tejida por los acelerados ritmos de la información, del sobre costo de la imagen digitalizada y la explosión de la simbología tecnológica y sus impactos en las frágiles emociones humanas.
Lo jocoso se vuelve trauma, las ocurrencias significan dolor, la crudeza se agudiza de situación en situación y así el comediante permite que la historia vaya tomando matices, ligeros, suaves, pero al fin y al cabo matices, tonalidades que evocan sentimientos y que terminan por generar conexión con la propuesta discursiva que sin mayor pretensión quiere exponer un Gabriel Nuncio que resulta inteligente, hábil en el guion, natural en la actuación y medido en la dirección de esta película que es un poco más que un simple divertimento nocturno de fin de semana.
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