Por Paula Andrea Marín Colorado

Publicada originalmente en francés, en 1991, por Gallimard y traducida por primera vez al español en 1993, Tusquets reedita ahora esta novela de la francesa Annie Ernaux, tras su obtención del Premio Formentor de las Letras 2019. Ernaux tiene una larga trayectoria como escritora, que comienza en la década de 1970, pero solo hasta el año pasado tuve noticias de su existencia. Como los mejores libros que han llegado a mí, este llegó por recomendación de un amigo que me la presentó diciendo que me “iba a gustar mucho”; no se equivocó.

La primera novela que leí de Ernaux: Una mujer, traducida y publicada en la década de 1980 por Seix Barral y cuya edición conseguí en, quizá, la mejor librería de libros leídos de Bogotá, ha sido una de las experiencias literarias y lectoras más bellas, profundas y transformadoras que he tenido en los últimos años. A la mejor manera de los lectores mesiánicos –todos los que leemos con pasión metafísica–, sentí que todas las mujeres –sobre todo, las de mi generación– deberíamos leer este libro para entender mejor la relación con nuestras madres. Lo sigo sintiendo.

Desde Una mujer, uno de los aspectos más sorprendentes de la escritura de Ernaux es su capacidad para transmitir(me) una experiencia muy íntima con la honestidad para decir lo que no había visto escrito ni oído en ninguna otra parte, lo que es tan difícil de hacer público en cualquier otra parte. Después de terminar esa novela, leí algunos comentarios de la obra de Ernaux, entre ellos, que había ganado el Premio Formentor y que su obra se basaba en episodios autobiográficos. A pesar de que para los escritores esto es una obviedad -pues ya sabemos que la imaginación pura no existe-, lo interesante para mí en Ernaux era su valentía en afirmarlo, en sostener que sus obras se basaban en acontecimientos de su propia vida.

Un viaje y una buena librería hicieron lo propio; así me encontré con Pura pasión. Inevitable empezar a leerla de inmediato y, para mi gran sorpresa, la pulsión de releerla apenas unos minutos después de haber llegado a su fin. La carátula, aunque bella, no le hace mucho honor a la propuesta del libro: en ella, vemos una mujer recostada de medio lado sobre una cama; a su lado, aparece una caja de pañuelos, circunstancia que inmediatamente sugiere llanto y nos conecta con el sufrimiento femenino más estereotipado. La autora del libro, sin embargo, arroja lejos los pañuelos y nos instala en el centro mismo de los sentimientos del personaje femenino, sin tratar de elaborarlos, maquillarlos, sin tratar de distanciarse de ellos, sin buscar consuelo, pero otorgándoles un sentido absoluto en su vida: “Sin que él lo sospeche, me ha ligado más al mundo”, dice la narradora, en una de sus reflexiones sobre lo que le ha pasado. Se trata del deseo, la atracción, el arrebato, el delirio, el frenesí, el rapto, el paroximo, en el que nos vemos envueltos por/con alguien.

Se trata del deseo, la atracción, el arrebato, el delirio, el frenesí, el rapto, el paroximo, en el que nos vemos envueltos por/con alguien

En este caso, se trata de una pasión delimitada por las circunstancias de los personajes: uno casado, sin hijos; la otra, divorciada (mayor que él), con hijos que ya no viven con ella. Los sentimientos se miden en el tiempo que pasa entre cada uno de los encuentros sexuales. Quienes hemos pasado por esa experiencia, nos vemos claramente reflejados en cada una de las palabras con las que la narradora expone (que no explica) sus sensaciones, sus emociones, sobre todo, en aquello que es casi inconfesable en público, inclusive con los amigos: la prenda de vestir que robamos al otro para atesorar; el tiempo que pasamos frente al espejo o en un almacén escogiendo cómo vestirnos, cómo oler para el otro; las frases que anotamos para contarle después; los objetos de la casa que movemos para que él (ella) los vea; buscar en todo lo que vivimos, vemos u oímos rastros de su presencia.

Da igual si hemos tenido un(a) amante, si hemos sido nosotros el (la) amante o si la relación que hemos tenido con alguien haya sido solo de piel; en cualquier situación, hacemos lo mismo, se despiertan los mismos sentimientos: el miedo al abandono, al fin, los celos, los deseos de una enfermedad o de la muerte, el tiempo que solo tiene sentido cuando se pasa junto a esa persona, los pequeños signos en el comportamiento del otro(a) a los que nos apegamos (o que justificamos) para sentirnos amados: “He descubierto de lo que uno puede ser capaz, que equivale a decir ser capaz de todo. De deseos sublimes o letales, de falta de dignidad, creencias y comportamientos que tildaba de insensatos en los demás, hasta que yo misma recurrí a ellos”.

Sin tocar lo cursi o el discurso amoroso edulcorado e idealizado o esperanzador, la narradora vive su deseo de manera fatal, como un dolor que no tiene consuelo más que el paso del tiempo que puede llegar a apaciguarlo. El problema de escribir esta pasión es narrarla como si se estuviera experimentando en el momento mismo, es decir, la intención comunicativa de esta obra parte de un imposible dado por la naturaleza misma de la escritura: el a posteriori de toda experiencia narrada. Lo imposible de la temporalidad se une a la capacidad de la narradora (otorgada por el ejercicio escritural) de ver su experiencia desde fuera, a ella misma no como alguien especial, sino inserto en una trama social. Así, la narradora entiende que su pasión es un lujo, porque se necesita de tiempo, dinero y libertad para vivirla: su trabajo de horario flexible, su casa de soltera, los recursos para comprar vestidos, lencería, bebidas y pasabocas.

Sin tocar lo cursi o el discurso amoroso edulcorado e idealizado o esperanzador, la narradora vive su deseo de manera fatal, como un dolor que no tiene consuelo más que el paso del tiempo que puede llegar a apaciguarlo

Él es un extranjero, casado que, más temprano que tarde, se irá del país por su trabajo. La pasión tiene aquí el escenario-cliché perfecto para desarrollarse y, escrituralmente, resulta admirable cómo Ernaux, sin negar el cliché, lo usa para dos cosas, principalmente: para decirnos cómo ella (todos) somos igual de vulgares (similares en nuestros gustos, comportamientos) y no hay motivo para pretendernos diferentes; para decirnos cómo escribir desde la experiencia propia, sin ocultarse detrás de lo “literario” requiere una gran dosis de “inocencia” (lejos del pudor), de escribir sin pensar en lo público del acto, en su publicación, pero también en la imposibilidad de esto: siempre escribimos con la esperanza de que alguien más lea aquello, de que alguien nos done el sentido que se completa entre la escritura y la lectura.

Lo maravilloso de Ernaux es conseguir un tipo de escritura que parece eludir esta esperanza para llegar mucho más rápido a la mente y a los sentidos del lector, y quedarse en ellos por mucho tiempo. ¿Cómo lo logra? Creando una hermandad, una empatía cuyo origen está en saber que la autora vivió una experiencia idéntica a la nuestra o que esa experiencia es “normal”, pues está en esas páginas o –de no haberla vivido– que es perfectamente posible vivirla. Tengan un(a) amante –parece decirnos Ernaux–, apasiónense por alguien, sean el/la amante, sepan que su pareja tiene o ha tenido un(a) amante; luego, sobrevivan.

Annie Ernaux, Pura pasión, Barcelona: Tusquets, 2019 [1993].


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