Durante los últimos veinte años, en el departamento de Nariño hubo una seguidilla de cinco gobiernos autodenominados “alternativos” (siempre entre comillas, toda vez que se trataba algunas veces de un “significante vacío”) que parecían señalar una tendencia más o menos clara en los derroteros electorales de la región, misma que sirvió para legitimar una narrativa según la cual Nariño era un territorio a contracorriente de la agenda mayormente derechista que primó en el país durante el mismo periodo de tiempo. Sin embargo, la elección de John Rojas Cabrera para el período 2020-2023 pone un punto final a esa tendencia a la vez que plantea serios interrogantes acerca de las razones que condujeron a la debacle del proyecto alternativo (máxime cuando también la Alcaldía de la capital del departamento queda en manos de sectores “tradicionales”) y sobre lo que cabe augurar para el cuatrenio que comienza.

En este nuevo contexto, lo primero que cabe preguntarse es por qué el pueblo de Nariño decidió dar por terminado el ciclo alternativo y abrazar banderas más próximas a la derecha nacional. Ante esta cuestión pueden plantearse varias hipótesis, todas las cuales, empero, conducen a una misma conclusión paradójica: como si fuera una tradición o un sino trágico, en Nariño se volvió a votar en contravía de lo que dicta la agenda en el resto del país. Dicho de otro modo, que mientras los proyectos “alternativos” arribaban al poder en las ciudades más importantes del país (Bogotá, Medellín, Cali) y ganaban importantes espacios de representatividad en casi todo el territorio nacional, restándole impulso a las fuerzas más reaccionarias, en Nariño, presunto bastión de la alternatividad, se decretaba el óbito a esta última y se daba la bienvenida a un gobierno de sesgo muy distinto.

Una primera hipótesis sugiere que se aplicó el famoso “voto de castigo” al saliente gobierno. Es un lugar común decir que ahí donde la derecha triunfa es porque la izquierda ha fracasado (y viceversa) y el aplastante resultado de la más reciente contienda electoral, que deja a las fuerzas alternativas apenas con aliento suficiente para sobrevivir, confirmaría esta sospecha. Así, a la administración saliente se le habría cobrado su escasa o nula capacidad de proponer opciones de relevo, condición sine qua non en proyectos que se presumen de largo aliento.

En este escenario cabe incluso plantear una hipótesis subsidiaria: que el movimiento alternativo parece no haber podido o, peor, no haber querido prolongar su hegemonía. Como ya es tristemente rutinario, los movimientos alternativos fueron incapaces de consolidar una candidatura unificada a la Gobernación y terminaron atomizados en varias campañas sin demasiada aceptación e incluso difícilmente catalogables como “alternativas” o “progresistas”. De ese modo, mientras el empresario Víctor Rivas terminaba abrevando en las toldas del actual mandatario departamental, el candidato de la Colombia Humana era proclamado por unas bases exiguas sin el respaldo del líder natural del movimiento, Gustavo Petro, quien, de manera bastante polémica e inconsecuente con su ideario, optó por avalar a un viejo cacique liberal.

los movimientos alternativos fueron incapaces de consolidar una candidatura unificada a la Gobernación y terminaron atomizados en varias campañas sin demasiada aceptación e incluso difícilmente catalogables como “alternativas” o “progresistas”

Esta primera hipótesis, empero, no lo explica todo pues, en una democracia tan vulnerable y ambigua como la nuestra, no podemos desestimar el peso específico que tienen algunas de las estrategias (muchas veces non sanctas) que determinan una elección política. La segunda hipótesis, entonces, es que los sectores tradicionales encontraron finalmente la fórmula para mover el fiel de la balanza electoral hacia su lado, aprovechando las siempre difusas fronteras ideológicas entre “alternativos” y “tradicionales” y, sobre todo, los aún más difusos “principios programáticos” (para decirlo con un eufemismo) de la clase política.

Como sabemos, el fin del bipartidismo en Colombia abrió la puerta a un sinfín de partidos, movimientos y coaliciones a cual más variopinta integradas por políticos de diverso linaje que, sin embargo, logran ponerse de acuerdo en un objetivo común: obtener una tajada de la torta burocrática. En Nariño, efectivamente, esta ha sido la nota común; en la mayoría de casos han ganado movimientos con denominaciones caprichosas que suelen no ser mucho más que la suma de voluntades particulares, sin demasiada cohesión ideológica. No es de extrañar, pues, que las administraciones sean muchas veces un ecosistema “dinámico” en el que logran coexistir (a veces de manera problemática; otras, más armónica) diversos especímenes de la fauna política. En un contexto tan ambiguo e indefinido como este, la palabra “alternativo” ha venido a servir de simple artificio retórico, un significante vacío sin contenido sustantivo usado para camuflar propuestas políticas sin identidad ideológica.

En Nariño, en la mayoría de casos han ganado movimientos con denominaciones caprichosas que suelen no ser mucho más que la suma de voluntades particulares, sin demasiada cohesión ideológica. No es de extrañar que las administraciones sean muchas veces un ecosistema “dinámico” en el que logran coexistir diversos especímenes de la fauna política

A todo esto habría que añadir un factor fundamental: la realidad cruda es que, tal como sucede en la mayor parte del territorio nacional, en Nariño los motivos que definen una elección son escasamente ideológicos o programáticos; la política clientelar, los acuerdos burocráticos y la oferta contractual siguen siendo determinantes en este aspecto. Al fin y al cabo, el ciudadano o ciudadana común tienden (con toda la razón del mundo, hay que decirlo) a anteponer la satisfacción de necesidades inmediatas a sus principios ideológicos o sus simpatías partidistas. De este modo, unos y otros terminan inmersos en un círculo vicioso difícil de romper.

Finalmente, sugerimos una última hipótesis que está relacionada con la necesidad siempre vigente de hacer parte del diálogo nacional. Cansados de ir siempre a la zaga de la agenda nacional y lidiar con el pesado lastre de la periferia, los y las nariñenses parecen haber visto en el proyecto del actual mandatario regional una oportunidad (quizá envenenada) de entrar en diálogo directo y cordial con un gobierno nacional que, en el contexto y circunstancias actuales y por razones bien diversas, tiene el ojo puesto en este territorio. Es probable que el pueblo de Nariño haya visto mayores opciones de beneficio (o, puesto al contrario, menores riesgos) en un escenario de buenas relaciones con el gobierno Duque. Semanas antes de su posesión, el actual gobernador difundía,  junto al alcalde la capital, una foto que permitía augurar buenas relaciones con el presidente…

Como es apenas obvio, las hipótesis que expliquen el giro podrían multiplicarse, aunque lo más seguro es que ninguna de ellas lo logre por sí sola, siendo más bien subsidiarias unas de otras. Lo único cierto es que todas llevan invariablemente a la misma conclusión: Nariño empieza a trasegar un camino que lo alejará de las políticas de corte social y progresista que son el signo de la alternatividad y, en contra, lo acercará a la política, a todas luces regresiva, del gobierno nacional. Por su parte, el movimiento autodenominado alternativo deberá, primero, asumir su responsabilidad en la debacle y, después, plantear acciones reales y efectivas (que vayan más allá de una predecible oposición mediática y puramente formal) que refuercen la acción ciudadana de control y fiscalización. De hecho, ha sido la ciudadanía llana la que ha empezado ya a promover escenarios de defensa del territorio y observancia del plan de gobierno.

Nariño empieza a trasegar un camino que lo alejará de las políticas de corte social y progresista que son el signo de la alternatividad y, en contra, lo acercará a la política, a todas luces regresiva, del gobierno nacional

La promesa del actual mandatario de mantener la política de sustitución voluntaria de cultivos de uso ilícito, por ejemplo, generará no pocas asperezas con el gobierno nacional, más interesado en la erradicación con glifosato. El pulso entre las dos partes en ese aspecto podría arrojar luces sobre lo que cabe esperar del actual gobierno departamental. Así mismo, la actitud de este último ante la actual coyuntura de paro nacional permitirá medir su talante democrático y garantista o, por el contrario, su adhesión a la política retardataria y guerrerista del gobierno Duque.

Ilustración: @sintrazo


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