Chile en estado de ebullición. El país del «milagro» económico, cuna del neoliberalismo y eterno conejillo de indias del FMI, hoy se vuelca a las calles a reclamar las promesas incumplidas por los apóstoles del credo neoliberal. Y así como hasta antes de ayer fue el modelo a seguir en materia de política fiscal, hoy es modelo de reivindicación y lucha, siguiendo una larga tradición contestataria que ha legado a América Latina algunos de los mejores ejemplos de arte comprometido.

Si las imágenes y las noticias permiten entender qué sucede en Chile, la música ofrece algunas ideas con respecto a por qué sucede con semejante intensidad. No se trata sólo de una manifestación; es un proceso popular que ha sabido sortear diferentes embates políticos y militares.

Para mencionar algunas voces precursoras de la música protesta, habría que hacer referencia a aquellas que cantaban los dramas del minero en situación de precariedad económica y condiciones laborales de explotación (“Las penas del minero” de Héctor Pavez); otras voces, más conocidas, aludían ya a las injusticias derivadas de gobiernos autoritarios como el de Jorge Alessandri.

Las canciones de Violeta Parra (“Miren cómo sonríen”), Quelentaro (“Los muros”) o Víctor Jara (“Vientos del pueblo”) hablaban sobre la necesidad de hacer frente al autoritarismo y de buscar alternativas de transformación social. Eran tiempos en los que la organización popular daba frutos y contaba con la prometedora elección de Salvador Allende como presidente de la República. Aparecieron grupos que se especializaron en la creación de himnos de unión y resistencia (“El pueblo unido”, de Quilapayún; “Canción del poder popular” y “Venceremos” de Inti Illimani), grupos que poco después habrían de resignarse al exilio.

El movimiento conocido como Nueva canción chilena produjo piezas memorables y homenajes como el que hiciera Silvio Rodríguez con la canción titulada “Santiago de Chile”, escrita, según se ha dicho, el mismo día en que un golpe de Estado, auspiciado por la CIA y encabezado por Augusto Pinochet, dejara como resultado la muerte de Salvador Allente, Víctor Jara y miles de capturados, torturados, exiliados y desaparecidos. La canción fue versionada por el grupo chileno Los Bunkers, y evoca el principio de una época oscura que habría de extenderse durante casi dieciocho años.

En el ocaso de la dictadura, durante el periodo de transición a la democracia liberal, Los Prisioneros se alzaron con nuevos manifiestos en contra de las instituciones y el proyecto patriótico que había dejado heridas profundas; entre sus muchas piezas emblemáticas, “No necesitamos banderas” renueva el ritmo de los manifiestos sociales y políticos al fusionarlos, en el caso de esta canción, con el reggae, siguiendo la lección del Sandinista! de The Clash.

El legado de agrupaciones como Los Prisioneros tiene continuación por méritos propios y por proyectos como el de Claudio Narea, exguitarrista de la banda. “Rico el país”, del año 2006, parece ser un testimonio de los bríos de la canción chilena en tiempos de la organización popular impulsada por estudiantes, renovación que no deja de integrar el legado folclórico (como en el caso de composiciones y versiones interpretadas por Manuel García) aunque, durante la primera década de este siglo, el folclor chileno todavía ratificaba su vigencia con canciones de Violeta Parra en la voz de Mercedes Sosa (“Me gustan los estudiantes”).

Las protestas registradas en el año 2011 (cuya resonancia en las movilizaciones estudiantiles de Colombia fue más que notable) y las teorías como la llamada “doctrina del shock” (para la cual, según la escritora Naomi Klein, Chile sirvió de laboratorio durante la dictadura de Pinochet) dieron argumentos a artistas chilenas como Ana Tijoux, autora e intérprete de la canción «Shock».

No cabe duda de que la canción protesta ha encontrado múltiples posibilidades de mantenerse en las listas de reproducción y en el imaginario que la nación tiene de sí misma. Certifica, así mismo, la vigencia de una forma de arte «comprometido» (según la famosa formulación de Sartre) que, casi como ninguna otra expresión artística o social, logra poner en evidencia las múltiples injusticias que seguimos padeciendo a todo lo largo, a todo lo ancho del planeta.

Chile está señalando, una vez más, el camino a seguir. Y a la espera de que su ejemplo se replique en tantos otros países y territorios que siguen padeciendo el yugo de los lobbies económicos, queremos por hoy hacer este homenaje a su tradición musical, contestataria y vital. Por estos días, Jara y sus colegas han vuelto a las calles.


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