Por Wladimir Uscátegui

El hoy celebrado director surcoreano Bong Joon-ho despuntó en 2003 con Memories of Murder, una película que ya avisaba de las que serían las señas de identidad de prácticamente la totalidad de su obra cinematográfica: historias oblicuas protagonizadas por personajes psicológicamente complejos, para nada estereotipados, contadas con nervio, destreza técnica y sutiles toques de humor (a veces un tanto macabro). Ya desde entonces empezaría a contar también con la participación de Song Kang-ho, quien en adelante será lo que Robert De Niro para Scorsese, Klaus Kinski para Herzog o Ewan McGregor para Danny Boyle: un actor fetiche.

Después del buen ejercicio de estilo que fue Memories, Bong daría un paso adelante con la deslumbrante The Host (2006), una peculiar película de terror (aderezada, cómo no, con varios gags humorísticos) que destacaba, entre otras cosas (por ejemplo, la actuación de Song Kang-ho), por rehuir los manidos tópicos del género y enfocarse más en la creación de tensión dramática y la construcción de personajes ambiguos, comunes y, en ocasiones, mediocres; es decir, en las antípodas del estereotipo del héroe o, incluso, del anti-héroe.

Tres años más tarde, culminaría esta primera etapa con la magnífica y magistral Mother, probablemente su película más compleja, dura y conmovedora (en esta ocasión, el protagonismo recayó sobre una Kim Hye-ja que se dejó la piel en su interpretación, absolutamente desgarradora, de la madre sobreprotectora y justiciera). La escena inicial, con la madre bailando sola en medio de un campo florido, son de una destreza técnica que se convierte en pura poesía y consolidaron, por si aún había dudas, que Bong era uno de los directores más depurados y con un ojo agudo para la composición de su generación.

Esta excelente trilogía (difícil escoger la mejor de entre las tres, aunque la interpretación de Kim Hye-ja en Mother quizá ponga un punto demasiado alto) daría paso a una segunda etapa en la producción del surcoreano, más claramente orientada al público occidental (de hecho, la mayor parte de ella está rodada en inglés). En esta, Bong ofrecería dos fábulas distópicas de altísimo presupuesto que, sin ser malas, a mi criterio bajan un poco el listón con respecto a las de su primera etapa surcoreana. Snowpiercer (2013) llevaría al terreno de la ficción especulativa un tema harto común en su filmografía: el conflicto entre ricos y pobres, con altísimas dosis de violencia (a ratos rayando el gore) y, lo más valioso, excelentes actuaciones (entre las que destaca la increíble interpretación de Tilda Swinton). Okja (2017), por su parte, se convertiría en un vehemente alegato animalista capaz de conmover la conciencia de los espectadores y espectadoras: se dice que la película ha motivado a varias personas a convertirse al vegetarianismo/veganismo. (En ella Swinton de repite en el rol de dictadora corporativa, aunque su interpretación sea más caricaturesca y menos impresionante que en la anterior).

Y llegamos finalmente a Parasite, quizá su película más celebrada (viene precedida por el hecho de haber ganado la Palme d’Or en Cannes -primera película surcoreana en lograr dicho reconocimiento- y seis nominaciones a los Oscar, incluidas Mejor película y Mejor director, amén de encabezar los listados de mejores películas del año en casi todos los sitios especializados del mundo entero). Para entrar de una vez en materia, y ante la pregunta de si se trata de su mejor película, la respuesta corta es: ¡sí! Bien es cierto que, en parte, Parasite se beneficia del hype que actualmente existe con el cine surcoreano (Oldboy de Park Chan-wook es ya un clásico de culto y la excesiva Pietà de Kim Ki-duk había ganado pocos años antes el Léon de Oro en Venecia, convirtiéndose en la primera película surcoreana en ganar el premio principal en uno de los tres principales festivales de cine del mundo) pero también lo es que sus méritos son demasiados como para que brille con luz propia, al margen de las modas y trendings. Superar lo visto en Mother parecía imposible pero la realidad es que Parasite es superior a sus predecesoras en absolutamente todos los aspectos. De hecho, parece la summa de la obra de Bong. Todos los elementos tan propios de su cinematografía están en ella pero, me atrevería a decir, depurados, trabajados y calculados al detalle.

Parasite es superior a sus predecesoras en absolutamente todos los aspectos. De hecho, parece la summa de la obra de Bong. Todos los elementos tan propios de su cinematografía están en ella pero depurados, trabajados y calculados al detalle

Lejos de las distopías impresionistas y un tanto efectistas de su última época (léase Snowpiercer, Okja), en Parasite vuelve Bong a sus raíces con una historia tan brutal como retorcida (pero dolorosamente verosímil) que puede leerse (y funciona) en distintos niveles: como una película de terror psicológico, una mordaz y cruda sátira social o, en últimas, una ambiciosa metáfora de la historia del mundo, con sus episodios epifánicos, de redención, su crimen primordial, su diluvio purificador y hasta sus símbolos pétreos (esa piedra que parece regir el destino de los personajes).

En cualquier caso, se trata de una película de factura impecable, compacta, en la que todo está en su sitio: la narración es sostenida, crece de manera progresiva desde un tono descomplicado hasta alcanzar el clímax trágico, sin fisuras, puntos muertos ni efectos dramáticos; los planos insólitos, arriesgados, más que un capricho tecnicista del director, se ofrecen como maneras únicas de captar detalles, resaltar un elemento de la composición (a destacar los primeros y primerísimos planos de los actores, cuyos gestos tienen mucho más peso que sus palabras); todo esto complementado con un trabajo de montaje milimétrico y un guión trepidante. Sirva como ejemplo la larga secuencia que va desde el escape de los intrusos en medio de la lluvia hasta llegar a su casa y descubrir que todo su mundo está inundado, secuencia en la que pasamos de una tensión casi irrespirable a una sensación de desencanto profundo, de hondo calado. Mención aparte merecen las actuaciones, entre las que destaca, por supuesto, la del ínclito Song Kang-ho, que aquí hace el mejor aporte al tándem que conforma con Bong.

se trata de una película de factura impecable, compacta, en la que todo está en su sitio: la narración es sostenida, crece de manera progresiva desde un tono descomplicado hasta alcanzar el clímax trágico, sin fisuras, puntos muertos ni efectos dramáticos

Luego está el mensaje, claro. No es desatinado decir que prácticamente toda la obra del surcoreano está atravesada, a veces más a veces menos, por el tipo de tensiones que se muestran aquí. En Snowpiercer la lectura era tan tendenciosa que terminó un poco en caricatura, en cliché. En Parasite, por el contrario, el retrato que hace de los personajes y las clases sociales que representan es cualquier cosa menos complaciente. Al contrario que en la mencionada Snowpiercer, en esta historia no queda claramente delimitada la línea entre vicio y virtud. De hecho, los personajes más malvados tienen la virtud de ser también los más inteligentes y, a la postre, sensibles, en tanto los otros parecen aquejados de una especie de imbecilidad y superficialidad, carentes casi de cualquier capacidad para valerse por sí mismos (esto es especialmente evidente en el caso de la señora Park).

El retrato puede gustar o no y, en efecto, ha provocado más de una reacción airada. Creemos que eso no es lo importante. Uno no está obligado a comulgar con las tesis de un artista para apreciar los valores formales de una obra. Parasite es un prodigio de la cinematografía moderna, una lección magistral de cómo contar una historia con imágenes, cómo poner la técnica al servicio de una historia pletórica de momentos deslumbrantes y sorpresivos. Sin embargo, y como en otras películas de Bong, lo más valioso sigue siendo la creación de personajes complejos, ambiguos, contradictorios. Más que personajes, personas que viven una vida mediocre y estragada, que buscan (y aprovechan) una mínima oportunidad para sobrevivir y ser felices. Como queda claro al final de la película, esa búsqueda es casi una misión imposible para aquellos que configuran aquello que los Basaglia llamaron alguna vez “la mayoría marginada”.

Parasite es un prodigio de la cinematografía moderna, una lección magistral de cómo contar una historia con imágenes, cómo poner la técnica al servicio de una historia pletórica de momentos deslumbrantes y sorpresivos

Foto: imdb.com


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