Por Wilmer Rodríguez

En el contexto actual de construcción y búsqueda de la paz en Colombia se hace necesario una reflexión más profunda y esclarecedora acerca de lo que realmente está en juego. Con regularidad se tiende a asociar la paz con la firma de los Acuerdos de La Habana, la terminación del conflicto armado, las reformas políticas, sociales y económicas, al igual que las condiciones y garantías necesarias para su implementación. Pero eso no basta.

La política se ha visto limitada. O, por lo menos, aquella política desprovista de pasiones y emociones, aquella que niega y desconoce la dimensión afectiva de lo político. Pensar que la paz es un proceso netamente racional, un valor que responde a los cálculos de costos y beneficios o a la maximización de utilidades e intereses, nos impide comprender la compleja configuración de sentidos, sentimientos, afectos, metáforas o representaciones contenidas en el concepto de paz.

El propósito de este texto es justamente volver la mirada sobre las pasiones y emociones y su relación con la paz o el bienestar. Nuestro propósito, por supuesto, dista mucho de ser un catálogo de las emociones positivas o apropiadas para la paz; más bien, se propone analizar de manera general, a partir de la perspectiva teórica de Martha Nussbaum, el papel de la compasión y su relación con la paz en el país; compasión entendida como aquella emoción que nos sensibiliza con el dolor de los demás, que nos pone en contacto con las emociones y sentimiento de otras personas.

Para Nussbaum todos los procesos políticos, las leyes, los cambios sociales necesitan un soporte emocional que los sustente, que los sostenga en el tiempo. Las emociones sociales son, en buena medida, producto de la sociedad y la conciencia social, pero también construcciones que proviene desde el estado y sus políticas. Para el caso de Colombia valdría la pena preguntarse qué tipo de emociones se están construyendo para la paz, cuál es el estado de la compasión como elemento de solidaridad y empatía necesaria para su construcción en el país.

todos los procesos políticos, las leyes, los cambios sociales necesitan un soporte emocional que los sustente, que los sostenga en el tiempo. Las emociones sociales son, en buena medida, producto de la sociedad y la conciencia social, pero también construcciones que proviene desde el estado y sus políticas

La compasión no siempre es positiva, afirma Nussbaum, se puede volver contra sí misma. Este carácter ambivalente de las emociones es constante y depende en buena medida de la articulación de las emociones con los contextos, circunstancias sociales, compromisos éticos o morales. La compasión es negativa cuando se particulariza e individualiza, cuando no se expande a lo social, cuando no promueve la creación de vínculos, lazos o solidaridades. Este tipo de compasión es sectaria y desigual. En Colombia, la política social parece reproducir la lógica de la compasión acrítica, es decir, la que desconoce las causas, efectos y condiciones del sufrimiento humano.

Un ejemplo de este fenómeno es Familias en Acción, un programa gubernamental que brinda incentivos económicos a familias en situación de pobreza o extrema pobreza. Por supuesto, los incentivos son simples paliativos a los problemas estructurales de pobreza y desigualdad que padecen estas personas. En Colombia, y en pleno proceso de paz, esta compasión como simpatía desapegada no nos sirve. No nos sirve la compasión fría, indolente. Ni las políticas, ni los discursos que llaman a la calma en medio del desastre, las voces que llaman a la preservación orden, las que promueven la resignación en vez de la superación de los problemas. El mensaje de la política social parecería, a primera vista, simpático, solidario, pero en el fondo, es despiadada con el dolor de los demás.

No nos sirve la compasión fría, indolente. Ni las políticas, ni los discursos que llaman a la calma en medio del desastre, las voces que llaman a la preservación orden, las que promueven la resignación en vez de la superación de los problemas

La compasión positiva, por el contrario, debe ser producto del amor, afirma Nussbaum. Es la compasión que supera la estrechez y el egoísmo individual y colectivo, la que conecta lo particular con lo general. Sin embargo, la relación entre política y amor no es sencilla. Para empezar, no se trata de que el amor sea el cimiento donde asentar los principios políticos, ni que el amor sea algo bueno por sí solo sin entenderlo en relación a sus conflictos y normas. Tampoco implica que todas las personas deben ser movidas por el amor político constante. La relación entre política y amor debe ser entendida como la concomitancia entre ambas, es decir, la política apasionada y afectiva. Para Nussbaum, esta relación es importante porque la “cultura pública debe contar con suficiente acceso a un espíritu afectivo y lúdico, como para que las actitudes de las personas para con las demás y para con la nación que todas ellas habitan no sean una mera rutina inerte”.

No hace falta un estudio detallado para darse cuenta que en Colombia no solo vivimos y padecemos el conflicto armado, la violencia y la desigualdad sino también el desamor y la desesperanza. El gobierno nacional se ha encargado, por todos los medios, de desmoronar el proceso de paz y socavar la solidaridad, la esperanza y el amor, con políticas fundamentadas en la competencia desigual, la corrupción, la discriminación; un conjunto de políticas públicas que siembra la compasión negativa y destruyen el tejido social.

en Colombia no solo vivimos y padecemos el conflicto armado, la violencia y la desigualdad sino también el desamor y la desesperanza. El gobierno nacional se ha encargado, por todos los medios, de desmoronar el proceso de paz y socavar la solidaridad, la esperanza y el amor

Sin embargo, la compasión tiene sus amenazas, fundamentalmente tres: el miedo, la envidia y la vergüenza.

El miedo es necesario, nos alerta y nos protege del peligro, pero también nos puede paralizar, nos puede sumir en una angustia demasiada solitaria. El miedo amenaza la compasión cuando rompe los vínculos sociales.

En el caso de Colombia, el miedo ha sido promovido como una política de estado: un miedo compaginado con el terror. El gobierno nacional se ha encargado de explotar los miedos de los colombianos, ha creado para nosotros enemigos públicos, amenazas latentes contra el orden, la seguridad, las tradiciones y los valores. La creación de un monstruo que debe concentrar las energías del estado y la sociedad, y que debe ser destruido con más terror. En Colombia, este enemigo tiene varios rostros: Las Farc, el comunismo, el socialismo… Sin embargo, lo perverso del asunto, y en esto Colombia reproduce las características de los estados terroristas, es que el miedo y el terror es utilizado como la justificación política y moral para asesinar líderes sociales, campesinos, indígenas, lideres comunitarios, ex combatientes; para criminalizar y perseguir a los trabajadores, estudiantes, docentes; para negarle derechos a los comunidades Lgtbi, vulnerar y violentar la naturaleza y, en general, destruir todos procesos de organización y resistencia social contra los abusos del poder.

El gobierno nacional se ha encargado de explotar los miedos de los colombianos, ha creado para nosotros enemigos públicos, amenazas latentes contra el orden, la seguridad, las tradiciones y los valores. La creación de un monstruo que debe concentrar las energías del estado y la sociedad, y que debe ser destruido con más terror

Por otra parte, el miedo en Colombia también tiene efectos invisibles y silenciosos. Las reformas políticas que el gobierno de Duque quiere implantar en el país van a crear miedo e incertidumbre frente al futuro, la estabilidad laboral, el sustento de la vida diaria. En el caso del director del Centro de Memoria Histórica, que niega la existencia del conflicto armado, se genera el miedo y la violencia del silencio, el olvido de las víctimas del conflicto. Valdría la pena preguntarse si el afán del gobierno nacional por destruir el proceso de paz, por descalificar y destruir física y moralmente a sus opositores, por crear un odio colectivo, no es producto del interés de perpetuar la guerra. El miedo disipa la energía potencial del pueblo para rebelarse. Sin embargo, el miedo puede ser también positivo, si construye una relación con la empatía, si nos lleva del estancamiento a la acción, si es reactivo y nos pone a enfrentar los miedos colectivos.

La envidia, por su parte, es una emoción que crea rivales, enemigos, que deja ver las vulnerabilidades de quién la padece. Para Nussbaum, la envidia se construye en base a la sensación de carencia, en el anhelo de bienes, cualidades o características que no se posee. En esta medida, la envidia puede socavar la democracia porque crea conflictos y animadversiones en el corazón de la sociedad. Genera frustración e impotencia.

En el caso colombiano la envidia se produce desde la desigualdad social, principalmente desde las condiciones de vida y las políticas de estado. Por ejemplo, desde programas sustentandos en la competencia y la exclusión social, como Generación E, o en la privatización paulatina de la salud, la educación, y en general, el acaparamiento de oportunidades sociales por parte de los grupos sociales con mayor poder económico, etc. Para Nussbaum, la envidia es una forma de rencor que afecta al sujeto y al objeto. Siguiendo los postulados de Rawls, se produce desde una posición psicológica, cuando las personas no tienen confianza en su propio valor, ni en su capacidad para hacer algo valioso. Desde las condiciones sociales, económicas y políticas cuando estas infligen dolor, humillación y hacen más visibles las desigualdades y cuando las personas no encuentran una solución a la envidia que no sea la hostilidad y el odio al prójimo.

Y es que la envidia socava, según Nussbaum, la compasión estrechando los vínculos sociales, fomentando un proceso de individualización y pérdida de confianza y empatía en el otro, convertido en enemigo. A este proceso de desarticulación creado por el miedo, se le suma también la creación de enemigos y el odio. El antídoto ante este fenómeno es la creación de condiciones sociales y políticas que atenúen la desigualdad, al igual que la expansión de derechos a todos los grupos sociales. Se trata, en definitiva, de ampliar el espectro de posibilidades y oportunidades sociales que permitan el desarrollo de distintos proyectos de vida y que fomenten lazos de amistad y solidaridad sustentados en fines e intereses comunes, que conviertan a las personas en amigos y no enemigos. Esta solución pasa, por su puesto, por fortalecer los procesos y proyectos sociales y comunitarios.

A este proceso de desarticulación creado por el miedo, se le suma también la creación de enemigos y el odio

Al igual que el miedo y el odio, la vergüenza es otra emoción muy presente en la sociedad. Es el dolor de no ser capaz de demostrar cualidades, aptitudes o características deseables para la sociedad y el que nos lleva a ocultar nuestras debilidades. Para Nussbaum, si bien la vergüenza es universal, se han creado desde las políticas de estado y desde la cultura, procesos de estigmatización dirigidos a los grupos sociales que se ubican por fuera de las normas sociales: los campesinos, las comunidades étnicas, los trabajadores, las personas con discapacidades, los adultos mayores, las comunidades LGTBI y, en general, las clases sociales pobres.

El proceso de estigmatización, creado en torno a la violencia estructural y la violencia simbólica, lleva a las personas a sentir vergüenza del estigma que se les impone. A diferencia de la culpa -donde el individuo siente que hizo o hará algo considerado malo y cuya reparación consiste en la reparación y la disculpa-, la vergüenza es una emoción presente donde la persona reconoce que es inferior a algo o no tiene las capacidades para lograr lo que se espera de ella. La respuesta a la vergüenza es el ocultamiento.

El proceso de estigmatización es violento y se produce, según Nussbaum, como una transferencia de vergüenza: «responde al hecho de que el grupo dominante crea para las minorías una condiciones que son verdaderamente humillantes y que ofende la dignidad de estas, que sienten así vergüenza por unas condiciones que pueden hacerse fácilmente extensivas a la identidad misma”. La humillación es el rostro público de la vergüenza, implica la imposición hostil de la vergüenza. Siguiendo la perspectiva de Erving Goffman, produce una identidad deteriorada

un estatus disminuido que, muy probablemente, se dejará sentir psicológicamente como una ausencia de autoestima plena. Y aun cuando la psique de la persona avergonzada sea capaz de protegerse, no cabe duda de que la identidad social de esa persona será la de un estatus innoble y humillado.

La vergüenza provoca la humillación de los grupos sociales, es la forma simbólica bajo la cual anulamos e invisibilizamos a los grupos sociales estigmatizados. Afecta los juicios de gravedad y culpabilidad, haciéndonos sentir que las desgracias de los grupos estigmatizados no son tan malas, o son normales, o tenían que suceder. Se justifican, bajo los procesos de estigmatización, exclusiones sociales, crímenes horribles, asesinatos, persecuciones como la forma adecuada y aceptada de tratar a las personas innobles.

La vergüenza provoca la humillación de los grupos sociales, es la forma simbólica bajo la cual anulamos e invisibilizamos a los grupos sociales estigmatizados. Afecta los juicios de gravedad y culpabilidad, haciéndonos sentir que las desgracias de los grupos estigmatizados no son tan malas, o son normales, o tenían que suceder

En el caso de Colombia, bastaría con recordar el reciente asesinato de los menores de edad en una operación militar del gobierno nacional, presentados como guerrilleros, ocultados e invisibilizados como personas, víctimas de una campaña de estigmatización contras ellos y sus familias asociándolas con la Farc y el terrorismo. Por supuesto, se trata tan solo de un ejemplo coyuntural, que se suma a larga lista de exclusiones sociales y procesos de estigmatización contras todos los grupos sociales y comunidades marginadas; exclusión violenta que asume la forma del asesinato, la persecución y la negación de los derechos humanos.

Pese a todo esto, la vergüenza puede ser positiva cuando no divide ni estigmatiza, sino que permite una reflexión critica para superar los conflictos. Tiende a ser más saludable si es social, si lleva a la sociedad a sentir vergüenza de sus peores rasgos: el machismo, el racismo, la homofobia, la aporofobia, entre otros.

La paz en Colombia no se puede construir sin compasión, sin una sensibilidad social que nos conecte con el dolor de los demás. No basta con las reformas sociales, políticas y económicas, necesitamos volver la mirada sobre el corazón de las emociones para la paz. No podemos construir la paz sobre la base del miedo, la envidia o la vergüenza, las que, como ya lo hemos visto, no hacen sino destruir el tejido social, fracturar la identidad colectiva, infligir más angustia y dolor a la vida. A propósito del paro nacional del 21 de noviembre, es importante resaltar que tenemos derecho a sentirnos indignados, humillados, violentados, y frente al miedo, la envidia y la vergüenza que el gobierno nos impone, vamos oponernos y construir.

La paz en Colombia no se puede construir sin compasión, sin una sensibilidad social que nos conecte con el dolor de los demás. No basta con las reformas sociales, políticas y económicas, necesitamos volver la mirada sobre el corazón de las emociones para la paz

Nussbaum, Martha. Las emociones políticas, ¿por qué el amor es importante para la justicia?, Paidós, 2014.

Foto: Yunming Wang @ Unsplash


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