Por Juliana Cháves

Lo que la invasión europea significó para los pueblos de América es indescifrable, una pérdida fatal para el desarrollo de toda la humanidad y, aún hoy, no se dimensionan sus alcances. Del desprecio y estigmatización de las culturas originarias derivan problemas relacionados con el arte y la filosofía como su base.

Poco discutimos sobre nuestras artes. Se nos enseña historia, existen grandes libros de “Historia Universal” dedicados a Europa y Estados Unidos, el resto del mundo no figura; sin embargo, debe adaptarse a lo que surge de esa forma de pensar centrada en un pedazo muy rico, y por eso muy influyente, del mundo. Así, la historia posee vacíos, huecos enormes; debería reconocer el aporte que distintas culturas del mundo han hecho a la humanidad y tiene que dejar de pensar tan eurocéntricamente.

Rosana Corral, citando a Teresa Gibster, menciona que

la categorización de las artes desde occidente ha limitado la apreciación de valores estéticos que no tengan que ver con “las artes mayores” o tradicionales, lo que aisló el estudio del arte americano, pues su riqueza expresiva no radica principalmente en la pintura, como en Europa, sino en el arte textil.

Actualmente, el estudio textil toma fuerza, su conocimiento y práctica son más relevantes, sobre todo hacia el sur del continente; se estudian sus significados y las implicaciones principalmente sociales de su realización. Estos aportes permiten que los textiles vuelvan a su lugar de “arte mayor”. 

Los textiles andinos han sido equiparados con la escritura. Pero, al analizar los orígenes de ésta, es frustrante el corte occidental que le caracteriza, pues la versión válida “tiende a ubicar cualquier origen de la escritura en un patrón lineal y evolucionista, en que la cima civilizatoria es el desarrollo de la escritura alfabética europea” (DY. Arnold and Cols, 2007). La escritura se contempla como unidad de medida de las etapas civilizatorias y su origen se liga a las necesidades burocráticas. Entretanto, se resalta que en América ninguna raza logró una escritura completa. Lo que una vez más demuestra que para la historia oficial, si no es a la manera de occidente, los aportes de las culturas no son válidos.

En este punto, qué se podría decir de la ontología textil, cuando hablamos de la naturaleza viva del textil, de su personificación o su labor de textualizar personas, entornos o situaciones. ¿Será posible incluir en el imaginario colectivo una escritura cuya unidad mínima no sea el grafema?

El enfoque logocéntrico es un lente ciego a las realidades de América, a las raíces filosóficas que dan origen a formas de documentación y planificación de las actividades humanas, como los kipus. Estos sistemas de anudados, como son descritos, no se han reconocido aún en su complejidad, creatividad y significados, porque los textiles en el mundo andino están dotados de espíritu.

Si en la actualidad las prácticas indígenas son comparadas con la brujería, ¿qué proporciones puede tomar el debate sobre el espíritu de los textiles? Esto nos recuerda la pérdida de identidad, la descalificación de nuestra cosmovisión donde todo está relacionado: entes vivos y no vivos compartimos un espacio-tiempo y todos aportamos a la armonía de la existencia, o la desarmonía. Visto así no es ridículo celebrarle al sol, o percibir el espíritu de las montañas “Apus”. Sin embargo, en nuestro país, las comunidades indígenas debieron acudir a la justicia por las reacciones de una parte de la sociedad a sus expresiones tradicionales.

Existe una voz Aymara: Jaquiptayaña “convertir en persona” objetivo principal al tejer. Aunque no aplica únicamente a las labores de tejido, este término apunta a la naturaleza viva del textil, que alude al dominio de la creatividad, a un proceso de transformación de lo ajeno en propio. Aquí otra gran deuda: la concepción andina de lo estético, de lo bello como “la predisposición positiva a las actividades creativas y generativas en general, de modo que lo opuesto a lo bello no es lo feo” (Ibid.)

Así, la textualidad andina, incluso la estética, se dirigen más hacia las capacidades creativas, a los dones de transformar y dar vida a lo que no la tiene, de generar seres nuevos. Pese a lo que esto implica, a la filosofía que sostiene estos planteamientos, a su resistencia a siglos de violencia, muchísimas artes andinas no pasan de la categoría de artesanías, con menor valor que el arte, por el hecho de ser replicadas, a diferencia de las obras de arte.

Sin embargo, un diseñador crea una prenda, una marca le saca miles de copias y ésta tiene más valor económico y social que una obra única, por ser hecha a mano, con técnicas cuyo origen no se puede identificar en los años. Y esto pasa a ser una deuda más por cobrar, pues la sociedad creada por occidente, que invade el mundo, da más valor a una marca, a una tendencia, así contenga el espíritu de esclavos en el otro lado del mundo, que a las artes propias.

La filosofía, el arte, la cosmovisión andina se niegan a ser colonizadas y prácticamente de las cenizas resurgen a pedazos. Para nosotros, habitantes de esta tierra, es deber juntar las partes, volver a unir los hilos, encarnar los cambios, cuestionar lo establecido, ejercer soberanía sobre nosotros, desde lo propio que, en definitiva, no es la desmedida necesidad de poseer o de ostentar estándares de poder. En la mezcla que hoy somos identificar lo que nos es propio también es menester; aquí las artes, en concreto las artes textiles, encriptan secretos que su práctica va mostrando.


Síguenos en nuestras redes:

Facebook: columnaabiertaweb
Twitter: @Columna_Abierta
Instagram: columnaabierta/