Por Paula Andrea Marín C.

¿Saben qué es más vil que usar al ejército para masacrar al propio pueblo? Usar al ejército para masacrar al propio pueblo por defender a una compañía extranjera.
La guerra es una derrota de la humanidad entera cuando no puede establecer mecanismos para frenar la aventura mesiánica.
Para ser andariego uno no puede ver el mundo como una trampa sino como un gran misterio.

Daniel Ferreira, Recuerdos del río volador

Esta es la última entrega de la Pentalogía (Infame) de Colombia, un proyecto que su autor, Daniel Ferreira (San Vicente de Chucurí, 1981) comenzó en 2011 con la publicación de La balada de los bandoleros baladíes y Viaje al interior de una gota de sangre. A estas le siguieron Rebelión de los oficios inútiles (2015) y El año del sol negro (2018). Ferreira empezó su relato retomando las décadas de 1990, la más cruel del paramilitarismo en Colombia, y la de 1980, narrando la toma guerrillera de un pueblo; luego asumió la perspectiva de la de 1970, las luchas por la tierra y un periodismo que arriesga la vida por contar la verdad; más tarde, se fue a inicios del siglo XX, a contar la batalla que definió el final de la Guerra de los Mil Días. Con Recuerdos del río volador completa la pieza que le faltaba a este retrato del siglo XX colombiano con una historia que retoma esos primeros años del siglo y culmina en la década de 1970 (y aquí nos volvemos a encontrar con Ulises Álvarez, el pintor bolchevique cuya historia fue narrada en Viaje al interior de una gota de sangre, y con Ana Larrota, de Rebelión…).

De manera sencilla, se podría decir que Recuerdos del río volador reconstruye la historia de las huelgas obreras del país desde finales de la década de 1920 hasta el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, específicamente las huelgas de los obreros de las petroleras y sus luchas por conseguir lo que hoy parece tan obvio: ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho para la educación, el cuidado y el ocio; las luchas obreras y la represión policial se juntan con el cada vez más cruento enfrentamiento entre liberales y conservadores, con el objetivo principal de despojar de sus tierras a los primeros.

La novela es también la historia de la familia Plata, que perdió al padre, un médico, a causa de la diabetes, y esto ocasiona la disgregación de todos los miembros: la madre (enfermera) deja a los tres hijos al cuidado de una nana para casarse en segundas nupcias con el alcalde de otro pueblo y formar una nueva familia; pronto, cada uno de los hijos del primer matrimonio toma su rumbo, luego de terminar sus estudios de bachillerato con los curas salesianos: Alejandro, se va a trabajar al puerto de El Cacique, en una de las petroleras en concesión (la “gringa”), al tiempo que pasa de ser fotógrafo aficionado a profesional (y de solo fotografiar paisajes a fotografiar a la gente en las calles e interesarse por sus conflictos sociales). Se hace amigo de varios hombres del pueblo y organizan expediciones para fotografiar diversas regiones del país, siguiendo el curso de los ríos, si bien paralelamente también apoyan las luchas de los obreros, de sus sindicatos.

La narración también es la historia del vínculo amoroso que construyen Alejandro Plata y Lucía Lausen, dos solitarios que, antes de conocerse (ambos en su treintena), habían renunciado a encontrar un puerto. A esta última historia se une Elena, la hija de Lucía, cuya voz se extenderá hasta la primera década de 2000 para cerrar el ciclo de la pentalogía y del siglo.

Desde otra perspectiva, Recuerdos del río volador es la historia de un hombre desaparecido: Alejandro Plata, y las odiseas de uno de sus hermanos y de su mamá (Mariquita) por encontrarlo (como sucede con tantísimos en este país). Alejandro desaparece, en algún punto del trayecto que de Mompox lo llevaría a Cartagena, en 1948, semanas después del asesinato de Gaitán en Bogotá y luego de presenciar el asesinato de unos civiles a manos de la policía política y tomar unas fotografías que entregó y que fueron publicadas en el periódico La Mancha Negra.

A partir de este motivo, la novela adquiere la forma de un archivo de cartas de todos aquellos quienes tuvieron algún vínculo con Alejandro y de él mismo, y de los testimonios que reconstruye un narrador que se ha dedicado a entrevistarlos y a dejar sus apuntes insertos. De esta manera, las cartas, los testimonios y los comentarios del narrador corroboran, corrigen o completan la información que va recibiendo el lector o la lectora hasta llegar al final: la última carta escrita por Alejandro y dirigida a Lucía.

Los y las lectoras podrán sentir, por muchos momentos, que los mismos sucesos aparecen una y otra vez de manera reiterativa, pero en cada aparición hay una nueva huella, un nuevo dato, una nueva perspectiva que completa (aunque nunca del todo) la historia. Ferreira parece querer poner en escena cómo un acontecimiento histórico (el asesinato de Gaitán) cambia la vida de todos y de todas, en mayor o menor medida. Las cartas y los testimonios, a su vez, llevan a la reflexión sobre la memoria, los pocos, muchos o breves momentos que fabrican recuerdos, algo que parece tan frágil pero que, finalmente, es lo que constituye una vida, así como sobre la búsqueda de la verdad: una suma de fragmentos que, pese a todos los esfuerzos, jamás constituirán la totalidad.

Pero Recuerdos del río volador es también la historia de un río: el Magdalena y la fascinación de un hombre (Alejandro) por él y por fotografiar su recorrido, sus paisajes, su flora y su fauna, sus ciénagas. A Alejandro lo define su imperiosa “necesidad de ver el mundo” por sí mismo (y esto lo lleva hasta las selvas del Putumayo). El río es también un testigo de la historia de Colombia y de las consecuencias de llevar adelante –sin mucha reflexión– la idea del “progreso” (y la destrucción de la gente en su nombre). El río y uno de los fenómenos naturales que ocurren gracias a él es el que le da título a la novela: el espíritu del río que sube y se va volando a las cordilleras en forma de niebla primero y luego de nubes y lluvia, gracias al contraste entre la temperatura de las aguas y la del exterior; el agua del río se convierte en vapor que sube a las montañas, a los páramos, para que el ciclo comience de nuevo.

Conocemos en profundidad a Alejandro, a Lucía y a Elena por sus cartas. Ambas, junto con Mariquita, constituyen tres generaciones de mujeres que representan las transformaciones de la mujer en Colombia en la primera mitad del siglo XX. Mariquita, quien queda viuda en la treintena y no pierde la oportunidad de casarse nuevamente y de ocupar el cargo de directora de hospital, así esto le implique abandonar a sus hijos. Lucía, para quien su vocación de servicio pasa de la vida religiosa a la educación pública y popular, y quien decide mantener una relación amorosa con Alejandro, fuera de las convenciones sociales de la época; su relación, sin embargo, no le implicará dejar de tener su vocación como lo más importante de su vida, pese a que conlleve soledad.

Por su parte, Elena construye una vida a la medida de sus propios sueños, sin tener ya que hacer los sacrificios de Mariquita y de Lucía. Los personajes femeninos empiezan a hacerse fuertes en las novelas de Ferreira desde Rebelión de los oficios inútiles, si bien ya en Viaje al interior… la voz de Delfina es fundamental para el relato.

Recuerdos del río volador es un homenaje a la naturaleza, a la fotografía, a la amistad y al amor, en medio de la tragedia, la explotación, el despojo y la sangre que empañan las vidas de este país. Pienso en Ferreira y siento vértigo; ¿qué se hace después de haber terminado una obra? Luego de pararse a contemplar más de quince años de trabajo, supongo que mirar los signos, seguir las huellas y, como dice el gran Mutis en uno de los epígrafes de esta novela, negar toda orilla. Supongo que también puede ser una liberación: haber cumplido con algo que se siente como un deber, un compromiso, una vocación.

Desde el otro lado, sus lectores y lectoras no dejaremos de dar las gracias por cinco novelas que constituyen el proyecto literario más ambicioso y potente de esta reciente generación de escritores colombianos. A algunos les sonará exagerado; a otros apenas justo. Ferreira echa mano de todos los recursos narrativos para contar una historia y, al mismo tiempo, los cuestiona para que esa historia sea algo más que narración. Ferreira nos recuerda a todos y a todas que la literatura requiere de tiempo, trabajo, investigación (de campo, documental, bibliográfica), que la escritura debe ser un ejercicio riguroso y una apuesta en cada página escrita.

A Ferreira también le agradecemos porque ha creado una obra que dialoga con la historia y con la tradición literaria colombiana, de manera decidida, deliberada, y ese diálogo la renueva y culmina estética e ideológicamente las búsquedas de varios de sus antecesores. Y por último, le agradecemos que nos deje una novela que nos maravilla ante la diversidad de este país, que invita a releerla, aun habiendo apenas llegado a la última página, que nos haga devolver porque no queremos perdernos ningún detalle, que nos haga sentir que no queremos terminar, que no nos haya dejado en lo baladí, sino en el pleno sentido de la vida y del lenguaje, que nos haga pensar en sus personajes como seres que nos producen nostalgia y una honda tristeza por no haberlos conocido y porque se perdieron en las guerras de este país, en la falta de amor de muchos de sus habitantes.

Daniel Ferreira, Recuerdos del río volador, Bogotá: Alfaguara, 2022.


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