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Por Wilmer Rodríguez

En tiempos recientes, ha sido algo común escuchar que el enemigo de la paz y el bienestar en Colombia es el terrorismo; terrorismo que se expresa en carros bombas, atentados suicidas, enfrentamientos armados, muerte. Obnubilados por el miedo y la angustia sólo atinamos a poner un rostro al terror: el rostro que nos muestran los medios de comunicación, el que describen los gobernantes de turno y el que dibujan los más inescrupulosos personajes. Y, sin embargo, nos equivocamos. El terrorismo es sólo un efecto, la expresión visible de algo más profundo y terrorífico. El verdadero enemigo de la paz y el bienestar en Colombia es silencioso, invisible y más mortal: la desigualdad.

Göran Therborn , sociólogo sueco, define la desigualdad a partir de los mecanismos bajo los cuales se construye y opera en el mundo moderno. La desigualdad, como lo indica su nombre, hace referencia al desequilibrio, la inequidad, la disparidad; es un antónimo de la armonía y el balance. Opera creando, en primer lugar, distanciación y diferenciación entre los grupos sociales: aquellos que disponen de recursos, beneficios, garantías y oportunidades y aquellos que carecen de ellas.

La distanciación es un proceso sistemático que produce triunfadores y perdedores, ricos y pobres, dominadores y dominados. El estatus, la educación, las condiciones materiales de vida son algunos medios que posibilitan que unos seres humanos se formen, se eduquen, logren posicionarse en el mercado laboral, etc; es decir, construyan diferentes trayectorias de vida que separan a unos individuos de otros.

Ahora bien, el acceso a los recursos y bienes que sustenta la diferenciación se produce a través de la explotación. Es decir, un grupo social concentra la riqueza y obtiene una posición de poder por explotar a otros; por arrebatar y expropiar bienes y valores económicos, sociales y políticos a otros grupos sociales. Los que están arriba en la escala social, los que logran diferenciarse y monopolizar la riqueza, conservan su posición de poder creando mecanismos de exclusión social: impedimentos, bloqueos, obstáculos que impiden a otros grupos sociales acceder a beneficios, recursos y oportunidades.

el acceso a los recursos y bienes que sustenta la diferenciación se produce a través de la explotación. Es decir, un grupo social concentra la riqueza y obtiene una posición de poder por explotar a otros

La exclusión es el medio fundamental para establecer la desigualdad entre lo seres humanos; por lo tanto, es violenta, genera discriminación y estigmatización. Finalmente, las desigualdades se sustentan creando jerarquías de poder, es decir, una organización formal, jurídica y política que legitima que unos pocos estén por encima de las mayorías. Las jerarquías crean ordenes de poder, valores institucionales y morales que justifican la desigualdad entre los seres humanos.

Therborn nos advierte de los peligros de la desigualdad en el mundo moderno. No sólo se trata de acumulación de riquezas y concentración de poder económico por unas minorías privilegiadas; la desigualdad ataca las esferas más íntimas de la subjetividad y la integridad humana ya que constriñe las posibilidades de existencia, reconocimiento y libertad de los seres humanos.

la desigualdad ataca las esferas más íntimas de la subjetividad y la integridad humana ya que constriñe las posibilidades de existencia, reconocimiento y libertad de los seres humanos

Con la desigualdad se ponen en juego las dimensiones elementales de la vida humana; se niegan las necesidades básicas de existencia, es decir, la necesidad de comer, tener abrigo y un refugio contra distintas amenazas; se constriñe la libertad, la posibilidad de elegir y construir proyectos de vida. El derecho a nacer, crecer, aprender, vivir en la modernidad depende de la voluntad de los grupos que concentran el poder. La desigualdad, por lo tanto, es opuesta a la vida digna y a la paz.

Para el caso de Colombia, el conflicto armado, la violencia y el terrorismo son producto de una desigualdad persistente, anclada y enraizada en la historia de Colombia. Desigualdad que mata, que conmina a seres humanos a condiciones de vida deplorables, en contextos de violencia, que produce odio y resentimiento, que fomenta la explotación y promueve los vicios más deplorables del poder. El terror sólo es un rostro de la desigualdad en Colombia; hay muertes silenciosas, identidades fracturadas, derechos negados, cadenas de violencia. Therborn nos muestra que la desigualdad tiene por lo menos tres dimensiones explicativas, estrechamente relacionadas entre sí: desigualdad vital, desigualdad existencial y desigualdad de recursos.

La desigualdad vital hace referencia a la posibilidad de vivir, a las oportunidades de tener una experiencia de vida plena; de contar con salud, alimentos, techo, un territorio y un ambiente propicio para la vida. Para el caso de Colombia, según el último informe de Medicina Legal para el año 2018, se presentaron 10.229 casos de muerte por homicidio en el país. También son alarmantes los altos índices de muertes infantiles por desnutrición en la Guajira, el Cesar y el Magdalena, y los casos de muertes asociadas a la mala calidad del agua, el aire y la contaminación ambiental, que para el Instituto Nacional de Salud cobra la vida de 17.549 personas cada año en Colombia, entre otros casos.

Las cifras anteriores son apenas unos pocos ejemplos; nos quedaríamos cortos en describir los problemas de acceso a vivienda, servicios públicos básicos, acceso al sistema de salud, etc. En general, se trata de que en Colombia un sector significativo de la población ni siquiera tiene la posibilidad de nacer o vivir. Sin alimentos, ni techo, expuestos a la violencia que emerge en condiciones de pobreza y desigualdad extrema, y a la persecución y exterminio social, la expectativa de vida de los grupos sociales marginados es mínima.

en Colombia un sector significativo de la población ni siquiera tiene la posibilidad de nacer o vivir. Sin alimentos, ni techo, expuestos a la violencia que emerge en condiciones de pobreza y desigualdad extrema, y a la persecución y exterminio social, la expectativa de vida de los grupos sociales marginados es mínima

De igual forma, la explotación de los recursos naturales y la contaminación propiciada por parte del estado y la economía extractiva deteriora las condiciones ambientales de los territorios, como lo han venido denunciado líderes y lideresas sociales y comunidades enteras que se oponen a procesos de extracción de recursos.

Por su parte, la desigualdad existencial está relacionada con la inequidad en los grados de libertad, autonomía y desarrollo personal. Es objeto de luchas y demandas por el reconocimiento social, el acceso a los derechos ciudadanos y la libertad de autodeterminación de diversos grupos sociales, principalmente las mujeres, campesinos, las comunidades indígenas, los colectivos LGTBI y personas con discapacidad. Según datos del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ), desde enero del 2016 hasta el pasado 10 de enero del 2019, en Colombia se registró el asesinato de 566 líderes sociales y defensores de derechos humanos. Es igualmente alarmante la cifra de feminicidios: según datos de Instituto Nacional de Medicina Legal, entre 2017 y 2018 hubo 1.710 mujeres asesinadas, y el transcurso de los últimos 5 años alrededor de 6.013. A estas cifras hay que aumentarle los asesinatos de campesinos, indígenas y miembros de las comunidades LGTBI en el país.

Este tipo de desigualdad pone en evidencia la distribución inequitativa de poder político y social. Es una desigualdad que niega la existencia de otros grupos humanos, otras identidades políticas y otras identidades de género. Ataca la libertad de expresión, la disidencia política, los procesos de autodeterminación y las luchas por el poder político. Se trata de la desigualdad que somete, esclaviza e invisibiliza la diferencia, la que sostiene el poder de las élites tradicionales, del sistema patriarcal y el dominio de las ciudades. Los lideres sociales asesinados, los feminicidios, los asesinatos de campesinos e indígenas, el exterminio de grupos étnicos y comunidades LGTBI, muestra que las políticas de estado están orientadas a conservar el poder político y económico de una minoría, negando los derechos humanos fundamentales de todos los seres humanos.

La desigualdad de recursos, que es la base que sustenta todas las demás formas de desigualdad, hace referencia, como su nombre lo indica, a la distribución inequitativa de recursos, ya sea en forma de bienes o capitales que sostienen una relación de poder entre los que poseen y los que son desposeídos. La acumulación de riquezas, el acaparamiento de oportunidades, la creación de brechas sociales y sistemas de exclusión social son las manifestaciones de este tipo de desigualdad.

A pesar de que para el año 2018 (según datos del Dane) la pobreza multidimensional en Colombia había reducido, los índices de pobreza extrema siguen siendo preocupantes: aproximadamente 8 millones de Colombianos viven en condición de pobreza extrema. Pero veamos otro ejemplo: el caso de la tierra en Colombia. Según el documento Radiografía de la desigualdad, elaborado por Oxfam en torno al censo agropecuario realizado en Colombia en el 2014, “el 1% de las explotaciones más grandes acapara más del 80% de las tierras rurales. Según este indicador, Colombia se convierte en el país con peor distribución de la tierra de toda Latinoamérica”.

aproximadamente 8 millones de Colombianos viven en condición de pobreza extrema

La concentración de riquezas en forma de dinero, bienes, tierras, es la principal fuente de desigualdad en Colombia. Los recursos, principalmente el dinero, determinan el acceso a oportunidades educativas, laborales, así como a condiciones materiales de vida digna.

En Colombia el dinero se ha convertido en un bien político, el medio más efectivo de influir y llegar al poder. Baste con analizar la financiación de las campañas presidenciales o las trayectorias de vida de los políticos a nivel nacional. El ejercicio de la política estatal está monopolizado por una elite tradicional, privilegiada, que dirige los destinos del país de acuerdo a los intereses de clase. Por encima de las decisiones del gobierno se imponen los intereses de los grandes conglomerados económicos extranjeros y nacionales, tal como lo han develado los últimos escándalos de corrupción: Odebrecht y Reficar.

Lo anterior nos permite observar que la desigualdad de recursos tiene una relación directa con la desigualdad de poder político. El dinero que fluctúa de mano en mano en los grandes escándalos de corrupción habría servido para satisfacer la demanda de viviendas, servicios públicos básicos, las deudas con las universidades públicas, etc. Ni hablar del problema de la concentración de tierras, que fue uno de los detonantes históricos de la formación de guerrillas en el país y uno de los responsables directo de la violencia en los sectores rurales de Colombia.

Pensar, como lo han hecho equivocadamente los opositores al proceso de paz y los gobiernos de Santos y Duque, que el conflicto armado es la causa única y exclusiva de la violencia en Colombia y, peor aún, el único responsable de las muertes y el terror en el país es sumamente preocupante. Más aún si consideramos que el gobierno nacional, a través de sus políticas estatales, no contribuye a crear y formar ciudadanos para la paz.

En estos momentos de convulsión política e incertidumbre frente al cumplimiento del Acuerdo de paz con las FARC y el fin de los diálogos con el ELN, es necesario exigirle al estado Colombiano que la paz se convierta en eje transversal de todos las políticas públicas a nivel nacional. La paz en Colombia no se conquista con el fin del conflicto armado, aunque es un paso importante; se conquista cuando logremos avanzar en la superación de las desigualdades sociales y la construcción de dignidad humana. Dos elementos que son condición necesaria y sin los cuales es imposible pensar en el bienestar de la población.

Photo by Alejandro Ortiz on Unsplash


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