Por David Paredes

Detengámonos un poco en la idea de que la lucha popular es de las personas jóvenes. ¿Es, exclusivamente, de ellos y ellas? Y ¿a qué tipo de personas jóvenes nos referimos y a quiénes dejamos por fuera de esa categoría estandarizada?

Es innegable que el Comité del Paro no representa a las personas jóvenes y que sería justo que estas tuvieran asiento, voz y voto en cualquier reunión cuyo objetivo sea buscar la solución de la crisis. Merecen ese lugar por el rol que han desempeñado en estas casi tres semanas de paro, pero también porque históricamente han experimentado los rigores de la marginalidad política y económica. El mismo Iván Duque, el candidato joven, tuvo que meterle unas cuantas canas a su campaña política, a ver si los conservadores más viejos confiaban en él. Porque la gente vieja tiene fascinación y asco por la juventud. Recitan con afectación «Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver», pero cabe sospechar que la asocian con la desorientación y la carencia de argumentos. En su mundo, la democracia es para los viejos.

Es innegable que el Comité del Paro no representa a las personas jóvenes y que sería justo que estas tuvieran asiento, voz y voto en cualquier reunión cuyo objetivo sea buscar la solución de la crisis. Merecen ese lugar por el rol que han desempeñado en estas casi tres semanas de paro, pero también porque históricamente han experimentado los rigores de la marginalidad política y económica

Pero desorientación y carencia de argumentos fue lo que exhibieron ellos y ellas –huestes de una política “tradicional” que se pudre en público– cuando votaron por el No y por el que dijo Uribe, todo porque les susurraron que, de no hacerlo, iban a perder las pensiones, el derecho de libre emprendimiento y el de propiedad privada. No nos admiremos de que, en un futuro próximo, un grupo de cristianos-uribistas-en-armas proponga que corramos un poco el umbral de la mayoría de edad. Que en las próximas elecciones vote la población mayor de treinta y ocho años (pero que lo otro siga igual, que al ejército y a los bares sí puedan entrar las personas de dieciocho años para que no zozobren el comercio y la guerra).

Es justo que las personas jóvenes tengan el lugar que han reclamado. Pero puede ser que estemos aprovechando su esfuerzo para acomodarnos y ejercer nuestra ciudadanía desde la tribuna; puede ser que estemos cargando sobre los hombros de esas personas jóvenes una responsabilidad que no es sólo de ellas (“Muchachos: no bajen la guardia. Están a un paso de darle una gran victoria al pueblo colombiano»).

Es justo que las personas jóvenes tengan el lugar que han reclamado. Pero puede ser que estemos aprovechando su esfuerzo para acomodarnos y ejercer nuestra ciudadanía desde la tribuna; puede ser que estemos cargando sobre los hombros de esas personas jóvenes una responsabilidad que no es sólo de ellas

En este punto habría que recordar que la confrontación en las ciudades ha sido crucial, pero el Paro también ha contado con el trabajo, desde diferentes flancos, de comunidades indígenas y campesinas, personal del sector hospitalario y otros grupos que experimentan la violencia del fascismo uribista: grupos de mujeres, artistas, líderes sociales, etcétera. En general, este proceso popular tiene que ser de todas las personas que salen a la calle y permanecen allí, ante las supuestas autoridades, incluso sin entrar en la confrontación violenta con ellas. Ahora, considerando que los medios de comunicación oficialistas imponen su versión de la realidad (una versión “purificada”, conveniente, sin imágenes de multitudes antiuribistas ni de abusos policiales), el deber cívico que nos concierne es seguir en la calle. Acompañar, presenciar, desobedecer, atentar contra la inercia establecida, obstaculizar, debatir… en la calle.

Por otra parte, es importante no tragarnos la noción de juventud que pretenden reforzar los mismos oligarcas y las mismas señoras que subestiman y estigmatizan a las personas manifestantes. “Los jóvenes”, dicen, como si fuera un grupo específico, homogéneo y abarcable. Anoche (15/05/2021) pasé la mirada por el noticiero de Caracol Televisión (canal privado de Valorem, el mismo grupo empresarial dueño de Blu Radio y accionista mayoritario de las tiendas D1). Vi, específicamente, la parte de las entrevistas a personas jóvenes que han salido a marchar en Bogotá, Medellín y Cali. Uno de los entrevistados decía que marchaba porque quería “oportunidades”; otra decía que marchaba porque quería apoyo para entrar a una universidad; uno más decía: «nos hemos sentido muy solos y pedimos acompañamiento del gobierno «; y la voz en off de la reportera remató diciendo que los jóvenes en Medellín proponen “ajustes en la educación para que responda a las demandas laborales de hoy”.

Esta es la noción de juventud que promueve el mismo sector paralizante, sector que clasifica, estandariza a las personas manifestantes y más tarde las hace caber en la categoría “vándalo”. ¿Dónde estaban, a la hora de las entrevistas, los habitantes de mi barrio o las jóvenes defensoras de derechos humanos? ¿Dónde estaban las barristas o los jóvenes que trabajan en el mercado o los que trabajan en organizaciones no gubernamentales y viven amenazados por actores armados legales e ilegales? ¿Dónde estaban los que no estudian ni trabajan o el tren de mototaxistas acechados aquí y allá por la policía? Sospecho que algunas de esas personas estaban organizando otra asamblea popular en la que alguien opinará que la solución no es negociar con asesinos. Así las cosas, ni la categoría “jóvenes” da cuenta de la gran diversidad, y por tanto debemos demorarnos un poco más en los análisis y los discursos, ni los objetivos del paro son reductibles a la búsqueda de oportunidades. ¿Oportunidades para qué, por cierto? ¿para endeudarse? ¿para entrar en la cadena de explotación y, a cambio de un salario indigno, dejar muchas veces en el camino la juventud, la tranquilidad, la dignidad y la vocación?

A este paso, en la próxima emisión del noticiero nos será presentada la respuesta ante la crisis: abrir suficientes tiendas D1 como para que trabajen allí quinientas mil, ochocientas mil personas jóvenes, para que puedan comer más de una vez al día y paguen un crédito del ICETEX, para que sean profesionales y pasen de ganarse un salario mínimo a ganarse un salario mínimo con honores.


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