Por Wladimir Uscátegui
Nadie como el poeta mexicano Juan de Dios Peza (1852-1910) supo retratar, de manera por demás patética y dolorosa, esa trágica condición del payaso suicida. Garrik, el personaje principal de su popular poema «Reír llorando», es el arquetipo definitivo del actor de comedia que, incapaz de experimentar la alegría de los demás, esconde tras su sonrisa impostada un profundo hastío hacia la vida:
¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!
Como -creo- no podría ser de otro modo, el personaje de Joker se inscribe en la misma tradición de Garrik, aunque, en su caso, el impulso suicida termine mutando en desatada furia homicida. Y aunque las circunstancias materiales son también distintas (Garrik es un personaje apreciado y próspero, que no se ha visto privado de lujos y placeres, mientras que Arthur Fleck es todo lo contrario), ambos demuestran que el trastorno de ansiedad (pongámoslo en esos términos) no conoce barreras socio-económicas ni etarias ni de ninguna otra especie. La superlativa interpretación de Joaquin Phoenix tiene, entre muchos otros, el mérito de ponerle carne y hueso (mucho hueso) al arquetipo, de humanizarlo, es decir, sacarlo del universo maníqueo de la ficción e insertarlo en el mundo complejo de lo demasiado humano.
La superlativa interpretación de Joaquin Phoenix tiene, entre muchos otros, el mérito de ponerle carne y hueso (mucho hueso) al arquetipo, de humanizarlo, es decir, sacarlo del universo maníqueo de la ficción e insertarlo en el mundo complejo de lo demasiado humano.
De ese modo, la película logra escapar las más de las veces de los tópicos del villano incluso hasta el punto de permitirnos (al menos parcialmente) empatizar con él. El mar de las desdichas, se sabe, es lo bastante extenso y profundo como para que, en algún momento, sus aguas nos devuelvan el reflejo de nuestro propio rostro: «Todos hemos tenido un padre alcohólico y un perro muerto».
En la caracterización de Arthur, los críticos han señalado ya las deudas con otros tantos personajes de la historia del cine, particularmente el también perturbado asesino de Taxi Driver de Scorsese. Se me permitirá, sin embargo, anotar que el aspecto físico del personaje recuerda no poco al del poeta Antonin Artaud en sus últimos años, a la sazón otro maldito sumido en la indigencia material, física y mental (el poeta pasó nueve años deambulando de un sanatorio mental a otro, en uno de los cuales moriría, en la más absoluta soledad y pobreza).
Me atrevería incluso a apuntar que no solo la caracterización sino la interpretación misma de Phoenix está inspirada en Artaud, concretamente en su formulación de un teatro de la crueldad en el que «gestos, sonidos, imaginería y luces inusuales se combinaran para crear un lenguaje nuevo, superior a las palabras, que pudiera (…) impactar al espectador y que pueda ver la bajeza de su mundo» (Encyclopaedia Britannica).
La interpretación de Phoenix logra esto último con creces, dejando al espectador con un boquete en el estómago que puede llegar a durar bastante. Más que personaje, este Joker de Phoenix es persona, un ser vulnerable y estragado (como todos) que termina sucumbiendo al brutal embate de esta enferma sociedad contemporánea. Por eso duele; porque nos muestra la fragilidad de nuestra propia condición y lo tenue que puede ser la línea que separa a los seres «funcionales» de los «raros».
Más que personaje, este Joker de Phoenix es persona, un ser vulnerable y estragado (como todos) que termina sucumbiendo al brutal embate de esta enferma sociedad contemporánea. Por eso duele; porque nos muestra la fragilidad de nuestra propia condición y lo tenue que puede ser la línea que separa a los seres «funcionales» de los «raros».
En un célebre estudio publicado a principios de los setentas (La mayoría marginada. La ideología del control social, 1977), los anti-psiquiatras Franco y Franca Basaglia denunciaban la existencia de una «mayoría marginada», constituida por los locos, los enfermos, los viejos, los hippies, los gays, los jóvenes sin empleo y, en general, “desviados” de toda laya, a quienes el sistema económico y penal logra reducir, mediante categorías psiquiátricas más o menos arbitrarias, a una condición de ‘res’, de cosas, despojándolos de su humanidad, de su condición de personas. En este contexto, el Joker logra devolverle dignidad humana al marginal, al “raro”, al “disfuncional”, al proscrito, a ese pauper ante festum del que hablaba Marx: el pobre cuya vida se ofrenda al dios del dinero, el Capital.
Foto: imdb.com
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Richard Pascual dice:
Todo bien. Hasta q mencionas a la Basura de marx. No metas a la porqueria de la izquiera en esto ok. El Joker es un personaje apolitico..q no cree en nada segun el director.
22 enero 2020 — 10:57