Por David Paredes

«Para empezar a privar a la muerte de su mayor ventaja sobre nosotros, adoptemos una actitud del todo opuesta a la común; privemos a la muerte de su extrañeza, frecuentémosla, acostumbrémonos a ella […] No sabemos dónde nos espera: así pues, esperémosla en todas partes. Practicar la muerte es practicar la libertad. El hombre que ha aprendido a morir ha desaprendido a ser esclavo».

Montaigne
(citado por rimpoche en el libro tibetano de la vida y la muerte)

El virus comenzó su recorrido en China, se instaló luego en Europa y Estados Unidos, y ha llegado, finalmente, a Suramérica, a Colombia, a Bogotá. Tarda un poco más en llegar hasta el sur del país, hasta Pasto. Hace días llegó a Cali y ahora dicen que viene ya por Popayán…

Mientras en un supermercado las personas se agolpan ante la cajera para pagar los productos que casi han rapado de las manos de otros, una persona ubicada fuera del establecimiento comercial observa con desdén a la multitud. “Bah… -dice-, de algo tenemos que morir”, como quien renuncia y afronta con valor un designio inapelable. Dejando de lado que la escaramuza y la parálisis podrían ser respuestas instintivas y eficientes para evadir una amenaza, en este caso es evidente que no ayudan a mitigar la propagación del virus, y esta podría ser la contradicción más importante que se nos presenta hoy en día a nivel de especie: el impulso del individuo que pretende diferenciarse de los demás (negando la realidad o tratando de poner a salvo su integridad y la de su círculo social más próximo) podría resultar destructivo, autodestructivo.

esta podría ser la contradicción más importante que se nos presenta hoy en día a nivel de especie: el impulso del individuo que pretende diferenciarse de los demás (negando la realidad o tratando de poner a salvo su integridad y la de su círculo social más próximo) podría resultar destructivo, autodestructivo

En un estado de cosas atípico se transforma de manera acelerada (o debería transformarse) la noción de responsabilidad que tiene cada persona y el vínculo que entabla con las demás, con sus semejantes y con las diferentes a ella; se transforman los horarios y las prioridades, los proyectos (al menos los más inmediatos) y las expectativas, la relación que tenemos con el bienestar y la muerte. Lo anterior suscita también un incremento de la incertidumbre, toda vez que el cambio de condiciones implica el riesgo de que los sistemas no funcionen de acuerdo a lo esperado. Se abre, entonces, una brecha que admite la aparición de hipótesis, desde aquellas que auguran el crecimiento incontrolable del caos hasta las premisas más optimistas de Slavoj Zizek: “…tal vez otro –y más beneficioso– virus ideológico se expandirá y tal vez nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-estado, una sociedad que se actualice como solidaridad global y cooperación”.

La hipótesis del filósofo esloveno, quien afirma que la crisis planetaria propina un “golpe al capitalismo”, confiere a los individuos y las comunidades la oportunidad de empezar a transformar aspectos clave de estructuras sociales y modelos de producción. Pero, así como se puede creer que esas estructuras y esos modelos son material maleable, también es posible creer que, por lo mismo, el paradigma capitalista de producción, explotación y consumismo mutará para asegurar su vigencia.

Una de las respuestas instintivas mencionadas, la escaramuza, se relaciona con el consumismo tal y como lo han ilustrado con suficiencia Sheldon Solomon y sus colaboradores en la Teoría de Gestión del Terror (descrita con detalle en Codicia, el documental de Jörg Seibold): el miedo espolea a los humanos para que acometan la búsqueda de lo necesario y –curiosamente– de lo innecesario. Luego, el exceso, la desmesura en el intento de autopreservación, hace pensar a Solomon que hemos tomado el camino por el cual llegaremos a ser “la primera forma de vida responsable de su extinción”. Vamos a destruir el entorno para tratar de encontrar algo que desconocemos o, en otros casos, para acumular algo que sobra porque no contribuye ni en un mínimo grado a la supervivencia o a la belleza. Pero hay algo más: según esta Teoría, la búsqueda de lo innecesario no corresponde al deseo de encontrar algo, sino, por lo contrario, al deseo de no encontrar. El año anterior, Pérez-Reverte llevó el asunto a un plano ético-político con la siguiente frase: “Hemos olvidado la muerte y eso nos hace más débiles y peores personas”. Puesto que evitamos mirar de frente la realidad y el pavor que nos produce, optamos por la gula de ibuprofeno, vínculos superfluos, experiencias turísticas y otras formas de convertirlo todo en objeto desechable.

el miedo espolea a los humanos para que acometan la búsqueda de lo necesario y –curiosamente– de lo innecesario. Luego, el exceso, la desmesura en el intento de autopreservación, hace pensar a Solomon que hemos tomado el camino por el cual llegaremos a ser “la primera forma de vida responsable de su extinción”

Otras son las implicaciones cuando, con mucha menos frecuencia, el miedo conduce a la parálisis y esta minimiza la circulación de capital. A esto le temen de manera especial quienes calculan las cifras del crecimiento económico y la poca o nula capacidad de las entidades públicas y privadas para afrontar una recesión. Adam Tooze acaba de escribir que la interrupción de la vida cotidiana provocada por el Covid-19 es, quizá, la más importante de la historia moderna, comparable sólo con las guerras mundiales, aunque, en contraste, no implica movilización, sino desmovilización. Visto desde esta perspectiva, el aquietamiento, pese a que se derive del miedo, no es (sólo) una respuesta instintiva; dadas las circunstancias, corresponde a un acto sincronizado de millones de individuos que en el mejor de los casos contemplan, con humildad, aceptación y responsabilidad, su propia posibilidad de morir.

En el caso colombiano, al igual que en la totalidad de los países afectados por la propagación del virus, el gobierno nacional ha tenido que enfrentar una disyuntiva histórica, aplazada, según mis cuentas, durante al menos tres décadas: ha tenido que elegir entre favorecer las condiciones para el bienestar de la nación o favorecer la circulación del capital. El dilema no carece de peso histórico si se tiene en cuenta que el modelo neoliberal ha traído consigo la reducción de la intervención del Estado en las dinámicas del mercado, de modo que la relación entre un sector y el otro es ambigua.

En el caso colombiano, al igual que en la totalidad de los países afectados por la propagación del virus, el gobierno nacional ha tenido que enfrentar una disyuntiva histórica, aplazada, según mis cuentas, durante al menos tres décadas: ha tenido que elegir entre favorecer las condiciones para el bienestar de la nación o favorecer la circulación del capital

Por una parte, un doctor en economía llamado Ángel García Banchs lanza el siguiente trino: “Si usted vende mascarillas, hágalo al precio que le dé la gana: bien caras para hacer mucho dinero o bien baratas para ser solidario, como usted desee. Son suyas. No se deje chantajear. Basta ya de socialismo. Lo tuyo es tuyo. Nadie te puede decir a qué precio vender lo tuyo” (14 de marzo de 2020). Aparte de que ilustra de manera fehaciente el pensamiento neoliberal, esta propensión a repudiar cualquier intervención en las lógicas del mercado contrasta con, por ejemplo, el anuncio del Ministerio de Comercio de lanzar un “salvavidas crediticio” de doscientos cincuenta mil millones de pesos al sector de aviación y turismo, que anuncia grandes pérdidas en tiempos de cuarentena.

Como quiera que sea, la pandemia implica que las instituciones estatales enfrenten una transformación en cuanto respecta al flujo de poder. Tras un primer vistazo de la situación actual, se podría pensar que dichas instituciones adquieren mayor relevancia, pues en manos de los funcionarios que las representan se ha puesto la responsabilidad de tomar decisiones trascendentales como el cierre de fronteras, la cancelación y prohibición de eventos públicos, la limitación de la movilidad al interior de las ciudades, etcétera. Pero las acciones encaminadas a imponer restricciones son, a menudo, un síntoma del debilitamiento de dichas instituciones gubernamentales, como cuando hay levantamientos populares y esas mismas instituciones, a falta de argumentos, recurren a medidas como el toque de queda y la militarización. Así, el problema de salud pública pone en evidencia la ruptura existente entre la estructura social y la estructura institucional, ruptura que redunda en inocultables problemas de gobernabilidad. Iván Duque trata de acomodarse, de satisfacer las demandas que le acosan por todos los flancos; experimenta la tragedia ideológica que le concierne por ser representante de un adefesio que muchos han denominado “neoconservadurismo” o, mejor dicho, por estar al servicio de la clase dirigente que enarbola políticas sociales conservadoras entreveradas con disposiciones económicas liberales.

Iván Duque trata de acomodarse, de satisfacer las demandas que le acosan por todos los flancos; experimenta la tragedia ideológica que le concierne por ser representante de un adefesio que muchos han denominado “neoconservadurismo” o, mejor dicho, por estar al servicio de la clase dirigente que enarbola políticas sociales conservadoras entreveradas con disposiciones económicas liberales

La crisis ha traído a la superficie la confusión y la orfandad política que se ocultaban bajo un paternalismo legitimado por las mayorías. Y el patriarca sigue ahí, rezongando pero cediendo poder: “Si requiere el servicio de salud, aguante cuanto más pueda, pues no estamos en condiciones de ayudarle”; “busque la manera de asegurar su alimento”; “no salga a la calle”; “cuídese”; “no se hurgue la nariz”; “no se meta los dedos a la boca”; “no se emborrache”; “no reciba nada de extraños”; “no abra la puerta”. Porque, por un tiempo, no habrá entidades proveedoras ni asistenciales: “Usted está bajo su propia tutoría”.

Quedan puestas las condiciones para que obremos en coherencia con nuestro propio criterio. Esta parece ser una oportunidad excepcional para el robustecimiento de la autonomía. La pandemia, en tanto devela la presencia de la muerte en todas las direcciones, nos echa en cara nuestra minoría de edad y la necesidad de hacernos cargo del bienestar individual y colectivo, esto es, hacernos cargo de los asuntos comunes, de la república. Dicho de otro modo, se abren las posibilidades para que sobrevenga el suceso que toda persona debe (y no siempre quiere) afrontar: la suplantación del lugar del Padre, con todo el vértigo y toda la ansiedad colectiva que ello implique. Se nos presenta la ocasión para asumir compromisos y empezar a hacer ajustes significativos en la democracia, incluso aunque –se ha dicho tantas veces antes y después de Erich Fromm– la libertad nos dé tanto miedo como la posibilidad del contagio.

Quedan puestas las condiciones para que obremos en coherencia con nuestro propio criterio. Esta parece ser una oportunidad excepcional para el robustecimiento de la autonomía. La pandemia, en tanto devela la presencia de la muerte en todas las direcciones, nos echa en cara nuestra minoría de edad y la necesidad de hacernos cargo del bienestar individual y colectivo, esto es, hacernos cargo de los asuntos comunes, de la república

Foto: Brian McGowan @ Unsplash


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