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Por Wilmer Rodríguez

El pasado 20 de Octubre el presidente Iván Duque anunció el nuevo programa de excelencia y acceso a la educación superior: ‘Generación E’, el cual reemplazará al anterior ‘Ser pilo paga’. El programa tiene como meta beneficiar a 336,000 estudiantes durante el cuatrenio de gobierno, con una inversión total de 3,6 billones de pesos distribuidos en los tres pilares constitutivos del programa: Equidad, Excelencia, Equipo. Según sus promotores, ‘Generación E’ pretende crear oportunidades de ingreso a la educación superior para jóvenes en condiciones de vulnerabilidad económica, incentivar y reconocer el mérito académico de los estudiantes y cerrar las brechas del desarrollo urbano-rural colombiano, fortaleciendo y promoviendo la eficiencia y calidad de las instituciones de educación superior públicas.

“Lo que queremos es que podamos [sic] darle más recursos a las universidades públicas, para que ellas sean los socios [sic] en el desarrollo de la formación del capital humano de nuestro país”, anunció Duque en el lanzamiento oficial del programa. Sin embargo, pese a las expectativas generadas y los valores que promueve, lo cierto es que cada vez nos encontramos más lejos de la equidad, la excelencia y la calidad de la educación superior en Colombia. No es gratuito el uso de palabras como “socios”, “desarrollo” y “capital humano”; detrás de bambalinas, al margen de la retórica bienintencionada, se esconde un modelo de educación excluyente, que promueve y agudiza la desigualdad, bajo una visión mercantilista de la educación.

‘Generación E’ reproduce, en última instancia, las directrices de los modelos de educación neoliberal, que establecen una relación directa entre educación y mercado: el objetivo de la educación es crear y reproducir los valores y normas del sistema económico dominante, garantizar su estabilidad y sostenimiento y propender por la libertad y el individualismo económico. Bajo este enfoque, la educación se convierte en un bien económico, un producto ofertado al mejor postor, que forma individuos para la producción y el consumo. La función del estado, entonces, es garantizar las condiciones de la competencia libre, es decir, financiar parcialmente a las instituciones educativas para que sean «competitivas» en el mercado. Al mismo tiempo, propender por un modelo empresarial que fomente la prestación de servicios educativos eficientes y de calidad.

Así, lo que importa es generar oferta y demanda educativa, lo que hace innecesario intervenir o invertir en la educación, pues supuestamente esta se regula por sí misma en el mercado. En este modelo, influido principalmente por el economista y filósofo liberal Friedrich Hayek, lo que importa es la productividad de la educación. No interesa la reflexión crítica y profunda de la educación como derecho universal y mucho menos los debates acerca de qué, por qué y para qué enseñar. Como lo veremos más adelante, en ‘Generación E’ el tema de discusión gira en torno a procesos de financiamiento, competencia y calidad, donde la enseñanza primordial es que

todo se compra y todo se vende; que hay que competir; que la enseñanza o el conocimiento son una mercancía que no tiene nada que ver con derechos sociales individuales o colectivos; que el mundo es un gran supermercado y el aprendizaje no es sino otra forma de consumir. (Miñana y Rodríguez 2002: 16).

Parecería apresurado afirmar que el programa reproduce estás lógicas y visiones de la educación, cuando apenas se ha hecho un lanzamiento oficial. Sin embargo, basta con analizar los pronunciamientos oficiales para empezar a temer. Veamos.

El primer eje constitutivo de GE es la equidad. Con este componente el gobierno promete beneficiar a más de 320,000 estudiantes en cuatro años, garantizando el pago total de la matrícula -más un auxilio de sostenimiento para gastos académicos- en instituciones de educación superior públicas. El programa está dirigido a jóvenes de todo el país que hayan obtenido buenos resultados en las pruebas Saber Pro y cuyo puntaje Sisbén sea igual o menor a 32 puntos. Lo equitativo aquí está definido en términos de oportunidades, es decir, que todos los jóvenes de escasos recursos tienen la oportunidad de acceder a la educación profesional, siempre y cuando cumplan las condiciones antedichas.

No obstante, este concepto de equidad no contempla o excluye a todos los jóvenes que no cumplen con las características mencionadas y desconoce las condiciones sociales, económicas, familiares y culturales que influyen de forma determinante en su formación y desempeño académico: violencia intrafamiliar o de género, pobreza, trabajo infantil, marginación, falta de infraestructura física y vial de las instituciones de educación media, así como falta de cobertura y desfinanciación de centro educativos, entre otros. Por lo tanto, GE es un programa que premia la excepcionalidad y castiga la marginalidad; no es un camino hacia la igualdad sino un llamado al ‘sálvese quien pueda’.

Lejos de ser un modelo equitativo, GE opera más bien como un modelo competitivo y un programa de inversión de capital, mediante el cual los estudiantes seleccionados son beneficiarios parciales de créditos educativos. Si estos optan por estudiar en una institución de carácter público el estado subsidiará el total de la matrícula; pero si escogen una institución privada, “el estado cubrirá el 75% del valor de la matrícula y el 25% lo cubrirá la Institución privada. Sin embargo, el estudiante luego de haberse graduado e iniciar su vida laboral contribuirá solidariamente con el 25% del valor de la matrícula”. En el primer caso el programa financia la demanda más no la oferta educativa. En el segundo, el programa invierte en estudiantes a través de créditos educativos; es decir, crea “vínculos directos entre el sistema educativo y el sistema económico en términos de productividad y de recuperación de la inversión” (Miñana y Rodriguez 2002: 7). Parecería así que la cuestión de la equidad es en realidad una promoción del individualismo y la competencia/competitividad.

El segundo pilar constitutivo es la excelencia, es decir, el reconocimiento de los logros académicos de la población objetiva del programa. Dicha excelencia se determina bajo dos criterios: la obtención de un puntaje superior al umbral de los 359 puntos en las pruebas Saber 11 y la admisión a una institución educativa pública o privada con acreditación de alta calidad o bien una institución no acreditada pero que ostente dicha acreditación en el 25% de sus programas. El problema de este componente es que concibe la excelencia como la capacidad de responder a criterios académicos delimitados, mayormente positivistas, intereses institucionales y programas de evaluación que desconocen otras competencias o habilidades sociales, psicológicas o artísticas; en últimas, un mero «conocimiento formulario», como lo llaman Lluís Duch y Albert Chillón, es decir, un conocimiento «repleto de «competencias» y «habilidades», tótem de la degradación de la paideia en instrucción [que] tiende a inmolar los saberes científicos y humanísticos clásicos en el ara sacrificial del unidimensional Homo oeconomicus, apéndice del sistema de dominio que denunció Herbert Marcuse» (Duch y Chillón 2012: 21).

Así mismo, dicha excelencia se torna igualmente contradictoria y excluyente pues no solo valora un cierto tipo de conocimientos y aptitudes (en desmedro de otras) sino también a un tipo específico de estudiante: el estudiante “aplicado”, cumplidor de las normas y rutinas impuestas por el propio sistema educativo. Según los autores que hemos venido citando, «equidad e igualdad se oponen pues esta última, según los neoliberales, pretende homogeneizar de forma artificial a los individuos. Si no se respetan las desigualdades y hubiera un ente igualador se perdería el interés por competir” (Miñana y Rodriguez 2002: 9).

De lo anterior se deduce que la meritocracia no sería posible sin la competencia. A la par, se sostiene por la necesidad de reconocimiento, de diferenciación social: ser excelente significa ser el mejor, estar por encima de los demás y la única manera de definir eso es comparando a unos con otros y estableciendo criterios sobre el más y el menos, lo mejor y peor, incitando así a una competencia de tipo eliminatorio que desatiende los valores de solidaridad, diversidad y otras virtudes “sociales”.

En el modelo neoliberal los méritos no deben dar pie a estímulos duraderos, como los ascensos estables en escalafones profesionales; un estímulo duradero se convierte en un freno para la libre competencia y, desde una visión conductista del comportamiento humano, pierde su efecto estimulante. (Miñana y Rodriguez: 24).

“Premiar la excelencia” es, de alguna forma, mercantilizar la facultad de conocer, extender el criterio según el cual “ser pilo» efectivamente «paga”, pues es evidente que, en última instancia, el reconocimiento se traduce en metálico de una forma u otra.

Con todo, subsisten varias inquietudes acerca de la manera en que puede alcanzarse dicha excelencia bajo condiciones sociales y económicas desiguales; ¿cómo se supone que pueden competir, por ejemplo, los colegios rurales frente a los urbanos, teniendo en cuenta las desiguales condiciones de partida? Y también, ¿cómo se fomentan la igualdad y la equidad en un modelo que privilegia la individualidad?

Finalmente, el tercer pilar de GE lleva el nombre de equipo. Mediante este componente se pretende fortalecer las 61 instituciones de educación superior pública destinando 279.000 millones, distribuidos así: 223.000 millones para inversión en infraestructura y 56.000 a la base presupuestal. La promesa del presidente Duque es invertir un total de 3.6 billones de pesos al término de su mandato. Sin embargo, aún no es claro el destino específico de los recursos ni cuál sería el ente de control que los fiscalizaría.

El GE no plantea una solución al problema de acceso más allá del discurso, ni tiene en cuenta la cantidad de estudiantes por año que se quedan por fuera de las IES. Tampoco deja entrever reformas a los regímenes de contratación, sustentados en el modelo de flexibilización laboral o los procesos de gestión y autonomía universitaria, por poner sólo algunos ejemplos. Lo más factible –teniendo en cuenta el modus operandi neoliberal- es que sea el Icetex la entidad que manejará los fondos, sin brindar ninguna solución  a la crisis financiera de las universidades y agudizando los procesos de endeudamiento. Bajo esta lógica no se inyectan los recursos directamente a las bases presupuestales  de las IES, es decir, no se solventa la deuda con las universidad públicas.

Otra de las contradicciones del imaginario de la alta inversión en educación de GE es que los recursos que se girarían por matrícula para los beneficiarios no son significativos para las IES; los recursos propios de las Universidades públicas, considerando los ingresos de matrículas, no representan valores apreciables para el funcionamiento adecuado de las universidades. Una financiación a la demanda y no a la oferta daría mayor cobertura, calidad y acceso a la educación superior y abriría el camino para que los más de 500.000 estudiantes  que se quedan por fuera de la misma puedan tener la oportunidad de formarse en una carrera profesional.

En esta nota hemos tratado de reflexionar sobre las nociones valorativas e ideológicas de fondo que sustentan el programa ‘Generación E’. Aunque sabemos que el problema de la educación necesita de variadas y profundas reflexiones sobre la financiarización, la política de educación, el plan nacional de desarrollo, entre otros, consideramos pertinente analizar las implicaciones y nociones conceptuales y normativas que subyacen al enfoque de este programa, el cual, aunque se encuentra aún en su etapa proyectiva, permite desentrañar intereses y visiones de la educación que se hacen evidentes.

Creemos que ‘Generación E’ reproduce postulados y lógicas del modelo neoliberal, el cual se halla a su vez sustentado sobre los principios de competencia, privatización y desregulación del mercado. A partir de las reflexiones expuestas vemos que los principios de equidad, excelencia y equipo promulgados por el gobierno están lejos de garantizar la igualdad y la justicia social en cuanto al acceso a la educación. Al contrario, fomentan la desigualdad, la exclusión de la gran mayoría de jóvenes de escasos recursos y promueven un paradigma educativo que dista del desarrollo humano integral.

Referencias:

Lluís Duch y Albert Chillón, Un ser de mediaciones. Antropología de la comunicación, vol. 1, Herder, 2012.

Carlos Miñana Blasco y José Gregorio Rodríguez, La educación en el contexto neoliberal, Universidad Nacional de Colombia, 2002. Disponible en:

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