Por Gustavo Montenegro Cardona

Cuando el mago permite que el truco se descubra o que la ilusión quede en evidencia, la magia se transforma en un acto que el público termina
categorizando bajo la incómoda denominación de engaño. Algo similar sucede cuando, en el teatro, las cortinas no alcanzan a ocultar la carpintería del escenario que es fachada y carece de cuerpos sólidos, lo que provoca que el espectador se desencante o, al menos, se desconecte durante un tiempo del efecto hipnótico que es esencial en la puesta en escena.

Igual reacción genera un efecto cinematográfico que ante la pantalla deja notar las maniobras tecnológicas del chroma key, la extrema digitalización o la impúdica manipulación de los instrumentos técnicos que arruinan la fantasía del relato. No en vano se ha acuñado la expresión “efecto Chapulín Colorado” para referirse al hecho de que una película no logra la precisión en la ilusión óptica con la que pretende trasladar al espectador a otros mundos.

Así también sucede con las estrategias de la comunicación política, con los montajes prediseñados, con las artimañas electorales que terminan por descubrirse ante el lente ciudadano que, cada vez más, cree menos en los malogrados efectos mediáticos. La vieja teoría de Josep Goebbels que plantea que una mentira dicha mil veces se convierte en una verdad parece entrar en desuso en medio de las nuevas formas de ejercer la propaganda política y la gestión de la posverdad en tiempos de redes sociales, la proliferación de la infodemia y la gestión del conocimiento digital.

Hechos políticos que atraviesan la coyuntura de la política colombiana como el atentado contra Miguel Uribe, la conspiración “gestionada” por Álvaro Leyva, la extraña y mediocre campaña de Vicky Dávila, los desatinados discursos de Gustavo Petro, la crisis diplomática de su gobierno con Estados Unidos, las ligeras interpretaciones de Gustavo Bolívar frente a las deformes encuestas hechas por firmas desacreditadas, las amañadas maneras que los fanáticos de uno y otro lado encuentran para desestimarse mutuamente ante cualquier hecho teñido de política electoral, permiten identificar los matices de las estrategias tradicionales que, de no corregirse, por no leer los nuevos tiempos de la comunicación política, terminarán por generar resultados electorales fuera de muchos pronósticos.

Las y los estrategas de la comunicación política se hacen los desentendidos al procurar sostener la agotada reputación de los medios masivos de comunicación que, ante sus audiencias (propias y ajenas), dejaron de contar con respaldo y credibilidad. La ciudadanía hace rato comprendió que la información -cada vez más parecida a la opinadera que a la investigación- generada desde las casas editoriales responde a intereses comerciales, culturales, económicos y político-electorales. La propaganda, proveniente de diversas orillas, partidos, ideologías y sistemas, ya no vende igual que antes. Su truco ha sido revelado.

Un hecho reciente permite evidenciar esta crisis estratégica. Guarumo y EcoAnalítica publicaron una encuesta realizada, según ficha técnica, entre el 1 y el 5 de julio, en la que consultaron a 2.122 personas sobre percepción política e intención de voto para las elecciones presidenciales de 2026 y, ¡oh sorpresa!, el señor Miguel Uribe Turbay encabeza la intención de voto con un 13,7 %, seguido por Vicky Dávila (11,5 %) y Gustavo Bolívar (10,5 %).

Para tener una noción de la relevancia de la encuesta vale la pena recordar que el potencial electoral en Colombia, según la Registraduría Nacional, se calcula sobre una base de 39 millones de ciudadanas y ciudadanos. Formular preguntas aleatorias a 2.122 personas (0.0054%), frente al potencial de electores, resulta menos que significativo. Aún así, se quiere vender una pobre medición estadística como una revelación del auténtico y premonitorio panorama electoral colombiano.

Los titulares mediáticos no tardaron en convertir los datos en noticia. A renglón seguido se activó todo el sistema propagandístico para enaltecer la figura del mártir al que quieren llevar, sea cual sea la forma, hasta la cúspide del heroísmo como víctima sobreviviente de la violencia infundada, según algunos sectores, por el discurso de odio que ha caracterizado al gobierno de Gustavo Petro.

Es así como, siguiendo la fórmula histórica y desgastada, el discurso en torno a Uribe se elabora a partir de frases amplias y vagas que buscan generar una imagen positiva sobre el “héroe caído”. Como reza la guía, se continúa con el lanzamiento de todo tipo de ataques contra el enemigo interno y el enemigo odiado que se configura en torno a Petro, el petrismo, la izquierda y todo lo que se le asemeja, por supuesto, sin brindar ningún asomo hacia el debate argumentado, pues lo que importa es insultar con todos los calibres que caben en el arsenal de la rabia y el desprestigio. Posteriormente, acuden desde el lenguaje simbólico para despertar todo tipo de sentimientos y emociones como miedo, ira, patriotismo, rabia y mucho, muchísimo odio buscando, con ello, influenciar en las decisiones de los votantes reales y potenciales.

Para complementar el círculo, la estrategia se vale de una amplia divulgación y circulación de mensajes, relatos y narraciones a través de medios de comunicación dispuestos a alimentar el espectáculo. Por eso no resulta extraño que la encuesta se publicara justo al día siguiente de haberse realizado una discreta carrera atlética a favor del Senador, otra gran “idea” diseñada para popularizar una marca que, antes de que pierda fama informativa, debía ser puesta en los titulares mediáticos para sostener la oferta del producto electoral que se comenzó a cocinar -si es que ya no venía preparándose desde antes- sin vergüenza alguna, desde los pasillos de la Fundación Santa Fe, centro hospitalario donde se supone atienden día, tarde y
noche al paciente más privilegiado del país. Y así, con el libreto en mano, los intrépidos asesores buscan crear una leyenda urbana sustentada en el fanatismo, que se alimenta con los efectos de la rabia desmedida, el odio infundado, la creación de un héroe de mentiras y la manipulable condición de algunos sectores de la opinión pública.

El país que votó por la Seguridad Democrática, el mismo que eligió al que dijo Uribe, el que luego votó en contra de Santos, el que se movilizó por el NO contra la paz, el que reeligió a Santos como resistencia a la manipulación mediática, el que votó desde el miedo, el que votó porque Francia era la fórmula vicepresidencial y en contra de Rodolfo Hernández, incluso más que a favor de los cambios estructurales de la nación, conoce, en buena medida, las maneras de operar de los agentes comunicacionales de Colombia.

Ese gran número de ciudadanos y ciudadanas ya no es el público incauto, desinformado y manipulable de otras épocas. Hoy hay una gran masa crítica de electores que busca fuentes de información diversas y alternativas frente a los medios tradicionales porque simplemente ya no creen tanto, ni en todo, ni en las formas, ni en los miedos o en los medios.

Las audiencias desconfían de los instrumentos informativos, como lo confirma el último informe mundial de Edelman sobre la confianza y cómo esta incide particularmente sobre el fenómeno de la polarización, al que considera causa y consecuencia de la desconfianza global. Es así como España aparece como uno de los cuatro países más polarizados del mundo, tan sólo superado por Argentina, Colombia y Estados Unidos. La polarización extrema, asegura el Barómetro, viene motivada por la división ideológica, la incapacidad para generar consensos y la falta de acuerdos para resolver cuestiones esenciales en estos países.

En el reporte de mayo de 2025, el mismo barómetro reconoce que la ciudadanía desconfía, profundamente, de las instituciones, principalmente de los gobiernos y de los medios de comunicación. De manera particular se identificó la sensación de contar con un fuerte sentimiento de agravio en la población. Es decir, la ciudadanía se siente ofendida, despreciada, agredida y utilizada por estas instituciones.

Por eso hoy todo se convierte en duda.

De ahí que la estrategia para idealizar la figura de un candidato de segundo orden como Miguel Turbay, solamente por efecto mediático, y por más que se quiera configurar tendencias estadísticas sin soporte mayoritario, y quienes están orquestando este tipo de estrategias y desean sacar a Petro del poder -por las buenas o por las malas- tendrán que ser mucho más inteligentes e innovar en su diseño de campaña, pues al petrismo aún le queda un aire popular que se sigue midiendo en plazas, en las calles y por fuera de las encuestas prefabricadas e incluso, dentro de los datos que poco se mencionan en los análisis hechos a la medida de cada interlocutor. Desde la misma encuesta de Guaramo también se podría titular que cerca del 38% de los encuestados aprueba a Petro y un 23% estaría dispuesto a votar por quien él diga, en una diferencia, a favor del presidente, de tres puntos porcentuales respecto al que determine Álvaro Uribe.

Aunque también hay un gran número de incautos que se acomodan a las tendencias de las mayorías y que buscan sacar provecho de las circunstancias de acuerdo con ligeros intereses personales o a los convenientes acuerdos colectivos, en la lectura política actual no se puede continuar confiando en el efecto anquilosado de los medios tradicionales, ni en la fantasía de los contenidos digitales, pues hay quienes todavía creen que “por sus likes los conoceréis”.

Un dato que ayuda a comprobar este planteamiento se ratifica en las conclusiones del Edelman Trust Barometer 2025. Según los datos recopilados en más de 23 países, solamente el 52% de los encuestados confía en los medios tradicionales, mientras que las redes sociales registran un nivel de confianza aún más bajo –solo 4 de cada 10 ciudadanos confían en ellas (42%)–. Además, un 63% de los ciudadanos expresa preocupación por la dificultad de distinguir entre información confiable y engañosa, lo que refuerza la necesidad de fuentes periodísticas más responsables y avanzar en mecanismos y modelos que permitan evitar la desinformación. Así las cosas, habrá que recordar que de los pregones de Josep Goebbels también se concluyó que la propaganda no engaña a la gente, sino que simplemente les ayuda a engañarse a sí mismos.


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