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Hugo Chávez junto a Oliver Stone en el Festival de cine de Venecia, 2009.

Por Romel Armando Hernández Silva

Generalmente, el consejo que se da a quienes han caído en arenas movedizas es evitar cualquier acción para no hundirse más; asegura la noción popular al respecto que quien más se esfuerza braseando y agitando las piernas acelera su muerte. Aunque dichas orientaciones no parece tener fundamento alguno en la realidad, esconden una sugerencia perversa sobre la cual poco se pone atención: se trata de aceptar la muerte sin acelerarla esperando que algún suceso extraordinario salve la vida del infortunado.

Dicho consejo siempre es ofrecido por aquellos que nunca han vivido tal situación y que quizá lo hayan oído indirectamente, pero lo transmiten con un sentido de convicción que termina aceptándose como verdadero; tal es su apariencia de veracidad que incluso parece haber trascendido a lo político, pues a un país que está a punto de caer en desgracia se le aconseja dejarse llevar por ella y no hacer nada para salvarse o, si se emprende alguna acción, es conveniente que esta sea coherente con los movimientos de la arena, con la finalidad de morir lentamente.

En política, este argumento, por demás falaz, plantea la inexistencia de alternativas al neoliberalismo, motivo por el cual los países que pretenden abandonar dicho modelo parecen abocados a hacer esfuerzos infructuosos, improvisaciones o pruebas populistas, las cuales, en vez de ser una salvación, resultan siendo una condena segura para el fracaso. Así, por ejemplo, lo acontecido en Venezuela en estos últimos años parece confirmar la opinión de analistas económicos y politólogos quienes, apelando a argumentos económicos sólidos y razonamientos pulcros, demuestran que no es totalmente cierto que el hecho de querer salir de la economía de mercado significa condenarse para siempre.

De hecho, una de la principales razones que explican lo sucedido en el vecino país, radica en el hecho de que el gobierno se ha negado rotundamente a seguir los dictados de Washington y no ha seguido el recetario neoliberal, donde la desregularización laboral, el gobierno de las multinacionales y la reducción del estado a su mínima expresión son el requisito para el dominio pleno del mercado.

Venezuela ha emprendido la ardua y dolorosa tarea de construir un modelo socialista y eso implica romper con la lógica dominante del mercado, con las dinámicas y el sentido común capitalista, lo que a su vez implica pagar la cuota de dolor impuesta por el sistema. Evidentemente, nadie sabe cómo se construye un modelo socialista, si bien existen experiencias sobre cómo no debe hacerse y eso ya es una ganancia. De ahí que lo vivido por Venezuela sea extraordinario, no porque se constituya en un modelo a seguir o a copiar, sino por configurarse en un área grandísima de enseñanzas para la izquierda latinoamericana y del mundo que comienza a comprender, desde el derrumbe del socialismo real, la necesidad de pensarse a sí mismo con originalidad.

Y si de originalidad se trata, en referencia al modelo venezolano, creo que el núcleo duro de ese proceso está en el pensamiento no solo político sino también económico de Hugo Chávez. Como asegura Alfredo Serrano Mancilla en su libro El pensamiento económico de Chávez, publicado por la editorial Viejo Topo hace cuatro años. No hay ni existe mayor originalidad que la propuesta por él planteada, pues las decisiones y acciones tomadas en vida fueron fruto de un plan que Chávez había gestado desde la academia militar y que se alimentaban de los acontecimientos sociales acaecidos a lo largo de su vida.

Para entender el pensamiento económico de Chávez resulta fundamental conocer con profundidad quién fue de niño, dónde nació, bajo qué circunstancias creció, cómo fue su entorno familiar en lo económico, político y social; y cómo interactuó y se relacionó con el contexto histórico que vivió en sus primeros años, antes de llegar a ser el Chávez revolucionario, el Chávez político. (Serrano, op. cit.)

Según Serrano Mancilla, el pensamiento económico de Chávez es original y puede apreciarse en sus planes de gobierno, los cuales son coherentes con las líneas trazadas desde antes de ser presidente. No obstante, ello no quiere decir que el plan era algo de lo cual no se podía escapar, una camisa de fuerza inmovilizadora; por el contrario, era móvil y cambiante de acuerdo a las circunstancias.

Serrano Mancilla menciona tres etapas fundamentales del pensamiento económico de Chávez: la primera es su preocupación por salir del neoliberalismo; la segunda, construir un punto de no retorno al neoliberalismo y la tercera es el salto definitivo. Obviamente, estas etapas, pensadas bajo un plan económico, no pueden desprenderse de la política, porque desde el primer momento y gracias a sus constantes y diversas lecturas, “Chávez constató que no hay pensamiento económico sin política”.

La salida del neoliberalismo consiste en entender que el remedio no puede darse acudiendo a la misma enfermedad, lo que implicaba comprender que la economía y la política no son una técnica, una elaboración de preceptos y formulas pensadas por expertos, sino disciplinas que explican los fenómenos humanos pero que la viven y la hacen los directamente implicados. Esto quería decir que la economía no podía hacerse en abstracto, ni podía aplicarse creyendo en formulas milagrosas; era necesario comprender el día a día de la gente para poder tomar una decisión que involucre una consecuencia económica. Ejemplo de ello son los dos proyectos fundamentales implementados, los cuales causaron gran escozor entre un grupo de la burguesía Venezolana: la ley de tierras y la de hidrocarburos, con lo cual se modificó el mapa redistributivo del país.

A contracorriente de las orientaciones neoliberales, Chávez decide darle dientes al estado, impregnarlo de fuerza para jugar un papel crucial en la redistribución de la riqueza; así mismo con la mayoría de sus políticas, refrendadas en batallas electorales, con las que termina saldando la deuda social que durante mucho tiempo, desde antes del 60, se tenía con la población más necesitada. La intención era dedicar el mayor esfuerzo a satisfacer necesidades básicas, en calidad de derechos, como una cuestión de Estado: alimentación, educación y salud satisfechas. Esta prioridad de la economía real, popular, humana, era el postulado básico en la propuesta económica Chavista.

Salir del neoliberalismo implicaba salir de las arenas movedizas en las que había estado Venezuela desde el pacto de Punto Fijo, en el que ‘adecos’ y ‘copeianos’ establecen un acuerdo de repartición del poder para evitar la inestabilidad política. Esa salida se reflejaba especialmente en la identificación de amplios sectores populares con el proyecto chavista, así como por parte de los no populares, que veían una mejora en las condiciones económicas, fruto del alza del petróleo, pero también a causa de una distribución generosa de los ingresos que evitaba centralizar las ganancias en un solo sector de la sociedad.

El problema radicaba en saber soportar los golpes externos e internos que propinarían los enemigos de la experiencia bolivariana, así mismo sobrevivir a las bajas en el precio del petróleo y los sabotajes al proyecto revolucionario. A esas circunstancias Serrano Mancilla llama el «punto de no retorno», cuando el neoliberalismo se convierte en un fenómeno amenazante pero sus probabilidades de surgir mínimas, evitando toda posibilidad de regreso.

En dicha intensión del punto de no retorno se propone que lo ganado socialmente no deba sacrificarse a pesar de las débiles circunstancias económicas. Las misiones, los planes y los proyectos de mejoramiento de vida del venezolano de a pie, del obrero y campesino en general, no podían ser sacrificados porque el mercado petrolero esté mal. Esto implicaba no tener que pedirle permiso al capital para tomar decisiones fundamentales que afecten a la población, más aún cuando esas decisiones involucran los derechos fundamentales como la salud, la educación, la vivienda y el trabajo.

Esas decisiones que pretendían no dar el brazo a torcer ante las amenazas del capital no podían seguirse construyendo bajo una lógica capitalista, porque el capitalismo como sistema, tal como lo explicara Wallerstein, permite expresiones diversas pero todas guiadas por su esencia lucrativa. Y las misiones, las políticas sociales, las organizaciones comunales, rompen con la esencia lucrativa, para gestar una lógica solidaria.

Esa etapa de salto definitivo, que Serrano Mancilla menciona como la edad de oro, sería la que Chávez no alcanzaría a mirar. Sin embargo, las etapas expuestas por nuestro autor son parte del plan que a futuro puede conocerse como la construcción del Socialismo del Siglo XXI, que no es un recetario, ni un modelo a copiar, sino un cúmulo de ideas, una serie de preceptos que pueden interpretarse, acogerse, desecharse o cambiarse, dependiendo de las circunstancias.

Cuando uno lee a Serrano Mancilla explicar el pensamiento económico de Chávez puede comprender muchos de los acontecimientos que están pasando en la actualidad en Venezuela y tener claridad sobre cuál es el camino que ese país transita; incluso el libro da luz sobre aspectos tergiversados por la prensa burguesa de algunos países latinoamericanos, como el caso de la Constitución de 1999, que se dice es la Constitución de Chávez. Si bien es cierto que dicha Constitución fue avalada por el constituye primario en su primer gobierno, no puede decirse que sea la de Chávez, para sostener que reformarla es una traición al mismo, porque dicha constitución es la carta de navegación para salir del neoliberalismo, lo cual quiere decir que no se puede pretender mantenerla porque lo que se busca ahora es construir un punto de no retorno al neoliberalismo.

Querer mantener la Constitución de 1999 venezolana es creer que el neoliberalismo no va a intentar entrar más al tener la puerta cerrada, cuando aún se tiene las ventanas abiertas. Si bien la primera reforma constitucional emprendida por Chávez fue un logro enorme no solo para ese pueblo, sino dentro del constitucionalismo, no constituyen en sí una garantía real de ruptura con el proyecto neoliberal y capitalista porque, como diría Marx, resulta imposible construir un estado socialista con las armas melladas del capitalismo.