Por Wladimir Uscátegui
Hasta hace no mucho, prácticamente toda la información de la que disponíamos los ciudadanos y ciudadanas comunes y corrientes estaba monopolizada por la gran prensa liberal. Investidos de un aura de autoridad e infalibilidad, los y las periodistas de entonces, oficiaban, pontificaban y difundían desde sus púlpitos seglares las buenas nuevas del Evangelio neoliberal. Eran los guardianes de la Verdad. Ni la propia Biblia parecía tan incontrovertible como lo eran el noticiero, el periódico o la radio. Tras la caída del Muro y la muerte “certificada” del “socialismo real”, la prensa hizo suya la profecía de Fukuyama y decretó el fin de la historia y, de paso, el triunfo absoluto de la democracia liberal. El “corto siglo XX”, como lo llamó Hobsbawm, terminaría en 1991.
El XXI empezaría el 1 de enero de 1994, en Chiapas.
Desde sus inicios, el movimiento zapatista se caracterizó por ofrecer un discurso elaborado, con una alta carga simbólica y literaria, una imagen distintiva y un uso bastante hábil de los escasos medios de comunicación de que disponían en ese momento. Marcos, el profeta de los movimientos anti-globalización, fue de los primeros en cuestionar la unidireccionalidad y la pretensión de universalidad de la verdad de los ‘media’. Así nacían lo que hoy conocemos como “medios alternativos”, cuya misión era y sigue siendo controvertir la verdad única del oligopolio mediático: esto es lo que en esencia define a un medio “alternativo”.
La cuestión de la acumulación
Ocioso será decir que, en casi todo el mundo (lo de “casi” se pone simplemente porque siempre existe una excepción que confirma la norma), los medios de comunicación tradicionales (lo que llamamos “la gran prensa liberal”) hacen parte de complejos conglomerados empresariales que, por un lado, monopolizan el flujo de información y, por otro, y más importante aún, usan dicha información y dichos medios para crear tendencias, “matrices de opinión” y versiones de la realidad que mejor se acomoden a sus intereses.
Citemos unos pocos ejemplos: En EEUU, las empresas multinacionales Time Warner Inc., Walt Disney, Viacom/CBS y 21st Century Fox/News Corp. controlan más del 70% de los medios de comunicación… ¡en el mundo! (Nota 1). De modo muy similar, en España, apenas «cuatro consejos de administración controlan el 80% de las audiencias de televisión y radio». Casos similares podemos encontrar en México, Brasil o Argentina, países en donde corporaciones como Televisa, Globo y Clarín dominan más del 60% de los medios, la parrilla y las agendas. Este panorama justifica el comentario del gran Ignacio Ramonet, quien calificaba la situación de los medios en Latinoamérica como un «latifundio mediático».
En Colombia, el panorama no es muy distinto: el grupo español PRISA, (“el grupo de radiodifusión en lengua española más grande del mundo”) es hoy propietario de la cadena radial Caracol, que integra ocho emisoras entre informativas y musicales. Es importante señalar que este grupo es propietario, además, del diario El País de España, probablemente el medio impreso (y digital) más influyente en toda Hispanoamérica. Sin embargo, nada parece definir mejor la situación de subordinación de los media en Colombia que el hecho de que los más importantes diarios, canales de televisión y radio (así como sus canales subsidiarios en plataformas de streaming como Youtube) son propiedad de unos pocos empresarios o grupos empresariales, algunos de ellos recientemente cuestionados por estar involucrados en tramas de corrupción.
Es el caso del empresario Luis Carlos Sarmiento, vinculado al caso Odebrecht, cuya organización es dueña del diario más importante (por tradición, circulación e impacto) del país: El Tiempo. Esta Casa editorial edita también dos diarios regionales (Siete Días y ADN) y al menos 10 revistas que cubren temas de entretenimiento, información económica, noticias y otras más especializadas, como las enfocadas en el mercado automotriz o bienes raíces. Así mismo, pertenecen a la Organización los canales de televisión El Tiempo y Citytv y los respectivos portales web de estas publicaciones. Como se ve, este conglomerado abarca un espectro bastante amplio de la información circulante en el país.
Más recientemente, el caso de los banqueros Gilinski ha puesto de manifiesto la íntima relación entre empresarios y medios de comunicación, pues este grupo se hizo dueño hace un tiempo de la revista Semana (otrora ejemplo de periodismo investigativo y hoy revulsivo pasquín de desinformación con una nítida orientación anti-progresista; prácticamente un calco de Okdiario en España) y en días más recientes del periódico El País de Cali y el Heraldo de Barranquilla; en ambos casos, se trata de los periódicos de mayor circulación e impacto en cada una de las ciudades y las regiones adyacentes.
Autoridad y hegemonía: Quién dice qué
La pregunta obvia que se desprende de todo esto es: ¿Para qué sirve tener medios? Y la respuesta es muy sencilla: los medios de comunicación son cada vez más un actor político y la comunicación es cada vez más un campo de batalla en donde se disputa la capacidad de moldear la realidad que percibimos a través de los medios, auténticos sustitutos de nuestros sentidos. En últimas se trata siempre de definir “quién dice qué”, es decir, quién o quiénes tienen la potestad (del latín “potestas”; poder) de enunciar y de qué modo hacerlo, pues partimos del hecho de que nada parecido a la “verdad” en un sentido absoluto es posible. Al contrario, el mundo, si se nos permite la glosa filosófica, es interpretación. La interpretación del mundo o la realidad que impongan algunos se convierte, pues, en hegemonía. Y es eso lo que hoy como ayer disputan los medios alternativos, echando mano de redes sociales, aplicaciones de mensajería y tantos otros canales de contra-información que existen; a veces incluso usando las mismas armas, recursos o estrategias que los grandes medios. Puede sonar un tanto extraño pero la batalla más importante que se libra hoy en día en el mundo tiene como escenario el espectro electromagnético…
Decía Michael Medved, periodista y crítico norteamericano, que “el verdadero poder de los medios masivos [radica en que] son capaces de redefinir la normalidad” y en una época en que las noticias surgen en tiempo real (¡a veces incluso de manera anticipada!) quien dice primero dice también útlimo; es decir, que quien primero enuncia/anuncia un hecho tiene la ventaja de elegir el modo de hacerlo… o no, pues muchas veces, conviene callar, encubrir, desviar la atención, manipular los titulares, poner un acento aquí, un matiz allá…
Décadas de hegemonía han otorgado a los medios que llamamos “tradicionales” una autoridad que solo en épocas recientes ha sido debatida. Como ya dijimos, la autoridad de estos medios parecía solo comparable a la de la Biblia o la Constitución. La cobertura geográfica que tenían los convertía en muchos casos en el único medio de información de que disponían comunidades enteras. Aunque la brecha tecnológica sigue siendo bastante amplia en países como el nuestro, el acceso a la información se ha vuelto un poco más generalizado (algunos, con mucho optimismo, hablan de “democratización”) y especialmente las redes sociales han entrado a disputar el espacio que antes era exclusivo de los grandes medios. Periodistas independientes, opinadores, creadores de contenidos e incluso simples ciudadanxs de a pie (¡presentes!) tienen/tenemos hoy la posibilidad de llegar a audiencias masivas a través de las nuevas tecnologías.
Aunque no se trata solo de medios sino también de lenguajes: los memes, los GIFs o los “virales” en general han llegado a ocupar y, en ocasiones, a copar el espacio comunicativo, aportando nuevos significantes a nuestra poliédrica realidad demostrando que la comunicación no es privilegio o misión de unos cuantos, sino un derecho y un deber de todos y todas (¡y todes!, pues se trata también de nombrar, de dar realidad a través de la palabra).
Las estrategias de disciplinamiento
Una última (por ahora) cuestión a abordar es la que propone la socióloga Florencia Saintout sobre lo que ella llama “estrategias de disciplinamiento” (Nota 2), esto es, mecanismos con los cuales los medios hegemónicos y los dueños de los monopolios de la comunicación buscan mantener un determinado status quo social y político. Según esta investigadora, esas estrategias son cinco y se enuncian como una apuesta, a saber:
1. Medios para la colonización: una estrategia destinada a legitimar y perpetuar la supremacía de clase y racial, con su consecuente “derecho” al expolio y la servidumbre. Se trata de una estrategia secular, bastante ligada a una política colonial que excluye los saberes y lecturas alternativas.
2. Medios para el horror: Aunque se trata de una estrategia que surge en el contexto de las dictaduras del cono Sur, ha vuelto a tener vigencia en épocas de seguridad “democrática”, pues su objetivo es normalizar la idea de que algunas ejecuciones extrajudiciales son “necesarias” en pos de mantener el orden social. Como lo afirma la autora: “El horror de los crímenes de la dictadura no hubiera sido posible, ni pensable, sin la configuración simbólica previa de que dar muerte a miles de compatriotas era imperioso y urgente. Se construyó así un enemigo, al cual se le sustrajo su humanidad, operación que permitió cimentar el genocidio sobre esa plataforma de lógica, de sentido común sedimentado, sobre la cual podían erigirse torturas, vejaciones y homicidios sin afectar la moral pública”. En este contexto, se entienden muchas de las operaciones de encubrimiento, silenciamiento o solapamiento efectuadas por medios afiliados a la derecha ideológica, como por ejemplo la escasísima atención que han merecido las declaraciones de jefes o militantes ex-paramilitares ante la JEP.
3. Medios para la aceptación: En este caso, se trata de la elaboración de un paradigma que responde a los lineamientos del “emprendedurismo”, el coaching y la dialéctica del éxito. Lo importante es consolidar, a través de múltiples producciones audiovisuales (los “realities” entre las más sofisticadas), la idea de que lo que importa es el éxito individual, no la lucha colectiva. Al final de cuentas, es el Mercado y no la sociedad lo que hay que defender y potenciar; de ahí que toda realidad sea susceptible de ser convertida en “espectáculo”, tal como vemos hoy con la larga lista de producciones sobre narcos y criminales. Ni qué decir tiene que esto tiene como efecto la naturalización de la muerte y la entronización de criminales convertidos en héroes.
4. Medios para la desestabilización: Tal como lo estamos viendo actualmente en el país, cuando la derecha neoliberal pierde posiciones de poder, la prensa arremete con sendas campañas de desprestigio y desestabilización de las instituciones democráticas. Los ejemplos son muchos com para enumerarlos aquí, pero en épocas recientes hemos visto cómo medios de comunicación se han convertido en partidos de oposición que, sin recato y muchas veces en contradicción de los mínimos principios éticos que rigen la profesión periodística, se han lanzado a desacreditar los avances sociales, criminalizar la protesta social (con el peligro que ello supone en uno de los países con mayores índices de asesinatos de líderes y lideresas sociales) y usurpar el derecho de la ciudadanía a la información y a la construcción de un criterio propio.
No sorprenden para nada, entonces, titulares del más puro tinte amarillista en los que abundan sendos adjetivos que anuncian la catástrofe. Las cifras e índices de medición dejan de importar o ceden paso a una retórica tóxica, cargada de dramatismo y con un evidente sesgo anti-democrático y popular hasta el punto en que varias veces se han convertido en bastiones de legitimación y justificación de “golpes blandos”, que es el eufemismo con el que se nombran hoy a los golpes de estado que, a diferencia de antaño, ya no se fraguan bajo el gobierno de las armas sino que asumen formas más sutiles y refinadas como el lawfare (casos Lula en Brasil, Evo en Bolivia o Castillo en Perú). Saintout recuerda, así, una declaración del jefe de redacción del diario Clarín de Argentina, Julio Blanck, quien afirmaba sin empacho: “¿Hicimos periodismo de guerra? Sí. Eso es mal periodismo. Fuimos buenos haciendo guerra, estamos vivos, llegamos vivos al final, al último día”.
5. Medios para la hiperconcentración: Tal como tratamos de exponer en la primera parte de esta nota, la concentración de medios de comunicación en manos de unos poquísimos empresarios (banqueros en su mayoría) tiene como meta la imposición de una verdad única y universal; lo que se pretende es restituir la condición de inapelable a la prensa liberal, volviendo a los tiempos en que los noticiarios y periódicos de gran circulación tenían la última palabra. El peso de estas corporaciones es tan grande que en países como el nuestro ni siquiera los medios públicos pueden (aunque lo intentan) hacerles contrapeso.
Y esto tiene un bemol bastante importante que es preciso enfatizar: en Colombia (creo que en casi todos los países del mundo) la Nación es quien detenta la soberanía del espectro electromagnético; sin embargo, son los medios privados, particulares, quienes más sacan provecho de ello, sin pagar nada a cambio (como lo exigirían sus propios reglas de mercado). A los libertarios y feligreses de la “economía de mercado” les incomoda que los Estados restituyan la soberanía de un intangible tan valioso como este, pero si se quiere ser fiel a las leyes de la democracia, habrá que admitir, al menos teóricamente, que el uso del espectro por parte de particulares es inconstitucional y arbitrario.
Los gobernantes que abrieron esta posibilidad sabían muy bien lo que hacían: los años 80’s fueron una década de innovaciones tecnológicas que sorprendieron a una población ávida de novedades, pero fue en los 90’s que estas innovaciones tecnológicas demostraron su poder para establecer estilos de vida y modos de consumo de información. La primera guerra del Golfo fue la primera en ser transmitida en vivo y en directo. Los medios empezaban a manufacturar la realidad…
Disputar la hegemonía
Siguiendo, sabiéndolo o sin saber, el modelo del Subcomandante Marcos (hoy Galeano), hoy miles de hombres y mujeres, la gran mayoría jóvenes, se dedican incansablemente a resistir el embate de las ofensivas de la derecha mediática. Y lo hacen con auténtica inventiva vietnamita: ahí donde los grandes medios despliegan su arsenal tecnológico (antenas de transmisión satelital, drones, unidades móviles), los youtubers e influencers responden con celulares y poco más atrezo que un micrófono de solapa y un aro de luz; ahí donde las firmas encuestadoras ejecutan millonarios contratos para evidenciar con cifras una matriz de opinión previamente establecida, los ciudadanos y ciudadanas de la nación digital acuden a las masivas encuestas en Twitter, aunque hay quienes tienen la entereza de internarse en los territorios y dialogar con la gente…
Y estas estrategias, que con toda justicia podemos calificar como “de guerrilla” han dado sus frutos: hoy, comunicadores como Levy Rincón, Lalis o Alejo Vergel, para citar apenas unos pocos nombres, disputan audiencias con periodistas de dilatadas trayectorias. Muchas veces, no solo las disputan sino que las arrebatan (el youtuber Wally ganó nada menos que un Premio Simón Bolívar, máxima distinción del periodismo en el país). Su retórica es exaltada, como lo exigen los tiempos convulsos que vivimos, y tiene la ventaja de apelar a una conciencia colectiva que hoy por hoy se expresa con mayor efectividad a través de la lengua franca de los ‘memes’, verdaderos significantes de una realidad tan múltiple y poliédrica que ya no cabe en las letras de molde de los periódicos ni se predice con los sofisticados algoritmos de las empresas de comunicación.
Se suele decir, echando mano de un lugar común bastante gastado, que la realidad supera la ficción, pero es preciso admitir igualmente que lo que se disputa actualmente es la capacidad de crear ficciones y realidades (ya la línea divisoria entre ambas en cada vez más tenue) que tengan el poder de ser asumidas como si fueran palabra de Dios. Pero Dios, lo sabemos ahora, ya no es más que el nombre de un usuario de Twitter que, a través de memes e ingeniosas glosas bíblicas, ha descendido nuevamente al mundo de los hombres para demostrar que ni Su palabra ni la palabra de ningún periodista endiosado y consagrado deben dejar de ser cuestionadas por una ciudadanía crítica que no ceja en su empeño de revalidar la democracia y la dignidad.
Hasta mañana!
Referencias bibliográficas
Nota 1. Jesús González Pazos, Medios de comunicación: ¿al servicio de quién? CLACSO / Icaria Editorial, 2020, p. 18.
Nota 2. Florencia Saintout, Medios hegemónicos en América Latina: cinco estrategias de disciplinamiento. En Comunicación para la resistencia. Conceptos, tensiones y estrategias en el campo político de los medios. CLACSO, 2018.
Foto de camilo jimenez en Unsplash
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