Por Gustavo Montenegro Cardona

“No teníamos por qué haber aceptado la barbarie como natural e inevitable ni haber continuado los negocios, la actividad académica, el culto religioso, las ferias y el fútbol como si nada estuviera pasando. No teníamos por qué acostumbrarnos a la ignominia de tanta violencia como si no fuera con nosotros, cuando la dignidad propia se hacía trizas en nuestras manos”.
El reclamo de la indignación, Convocatoria a la Paz Grande
Informe Final de la Comisión de la Verdad.

El Informe Final de la Comisión de la Verdad tiene como carta de presentación una declaración. Este documento sintetiza su mirada ético-política. Desde el llamado, la definición del lugar desde donde habla, la explicación del legado y una reflexión sobre la verdad, se abre paso al componente del esclarecimiento. Aquí, la declaración da cuenta del papel que las víctimas ocupan y ocuparon en el ejercicio de la exploración de la verdad para esclarecer lo que nos sucedió como nación durante más de sesenta años de conflicto.

Desde un riguroso ejercicio de síntesis de cada uno de los diez capítulos que componen el Informe Final, esta parte del documento presenta el panorama de lo que sucedió con los desaparecidos, los secuestrados, los falsos positivos, los niños y las niñas, el campo, el despojo, las minas antipersonales, el desplazamiento, los indígenas, negros, afrocolombianos, raizales, palenqueros y comunidad rom.

La Declaración finaliza con un acercamiento a los diversos contextos que permiten dar cuenta del cómo y por qué pasó lo que pasó durante el conflicto. El entramado, la historia, las armas en la política, el asunto del enemigo interno, la mirada hacia la paz, entre otros aspectos, explican las particularidades del conflicto armado colombiano.

La Declaración afirma, pero ante todo lanza preguntas, cuestionamientos profundos. ¿Por qué permitimos que todo esto sucediera ante una mirada insensible de la nación?

En el Informe Final y desde esta declaración, se expone que, entre 1985 y 2018, 450.664 personas perdieron la vida a causa del conflicto. Solamente entre 1995 y 2004, una década ensangrentada, murieron 202.293 personas entre las balaceras, las masacres, las tomas y los atentados. Esto significa, que, más o menos, cincuenta (50) personas fueron asesinadas día por día durante estos diez siniestros años. Cincuenta personas asesinadas por día. Cincuenta sepelios, cincuenta familias lastimadas, cincuenta honras fúnebres, cincuenta asesinatos que se convirtieron en una cifra más, en un dato sin contexto, en el paisaje decorativo de una Colombia humillada por la muerte.

Cifras y horror

Generalmente en medio de la oscuridad, en la complicidad de la noche, en el silencio de los pueblos fantasmas, en las calles silenciadas a la fuerza y con el poder de las armas, 121.768 personas fueron desaparecidas forzadamente. Un equivalente a casi la totalidad de la población que tenía Ipiales en 2018.

Esta Declaración, que no es ninguna propuesta de amor, pero sí de reconciliación y reflexión para la búsqueda de un nuevo horizonte colectivo como país, nos narra que la mayoría de municipios colombianos, el 62%, conocieron una o varias de las 4.237 masacres en donde murieron 24.600 personas. Se reafirma, así mismo, la horrorosa cifra de las 6.402 víctimas de los mal llamados falsos positivos que realmente se constituyeron en ejecuciones extrajudiciales. 30 de los 33 departamentos de Colombia vivieron ese infierno.

Por eso la indignación, por eso el llamado, por eso las preguntas complejas. “No tenían por qué los presidentes y los congresistas gobernar y legislar serenos sobre la inundación de sangre que anegaba el país en las décadas más duras del conflicto”, sentencia el documento.

El silencio

De esa manera pasó un conflicto, dejando que la muerte levantara su imperio en estas tierras. Las cifras permiten develar las verdades; verdades que resultan incómodas, dolorosas, inquisitivas. Todos los actores armados fueron responsables. Todos los actores cometieron delitos de lesa humanidad. Todos los actores protagonizaron historias horrendas que, al convertirse en testimonios, en relatos, en imágenes, en sonidos, en voces atemorizadas, nos muestran que la guerra sucedió como una realidad, como una verdad que muchos continúan negando. Para muestra, un botón mediático. Trinó la periodista Darcy Quinn “#LaVerdadEs relativa, depende de quien la cuente. Cada uno tiene su verdad”.

La afirmación duele al venir de una periodista con amplia cobertura de sus micrófonos. Duele porque cuestiona al periodismo y al oficio en sí mismo. Reta a las verdades puestas sobre la mesa por parte de la Comisión de la Verdad, y simplifica la manera en que los medios de comunicación han guardado silencio sobre su papel frente al horror.

Así nace la necesidad de que muchos periodistas, medios, comunicadores, historiadores, cuenteros, cuentistas y narradores, se conviertan -nos convirtamos- en los legatarios de este Informe que, por obligación moral, ética y patriótica debemos conocer todas y todos los colombianos. Solo así nos podremos constituir, como expresa esta Declaración de la Convocatoria a la Paz Grande, en “una sociedad que, sin pasar la página del olvido, tenga el coraje de construir en las diferencias, incorporando a los que se han odiado, para posibilitar un diálogo en el respeto que hace la verdadera democracia”.


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