Por Gustavo Montenegro Cardona

Como Mambrú, miles de niños, niñas y adolescentes se fueron a la guerra para nunca más regresar. El capítulo del Informe Final de la Comisión de la Verdad dedicado en su memoria es un retrato de la indolencia de un conflicto que nos robó la infancia.

Días de ronda

Nunca fui muy amigo de las fiestas infantiles. Solamente me disfracé una vez en la vida para un 31 de octubre; la experiencia no me resultó agradable. Se suponía que era el “Llanero Solitario” pero lo que llevaba encima eran unas charreteras, un antifaz, un chaleco y un sombrero que en nada se parecían a los de mi heroico pistolero. Toda esa vergüenza, además, para recolectar unos pocos dulces de una piñata que me resultó agresiva.

Le huía a las rondas infantiles. En esos años, traumáticos en muchos aspectos, por insistencia de mi madre y una buena vecina cedí a los caprichos y asistí a la celebración del cumpleaños de un vecino. No reconocí a nadie. La comida se demoró. Nos pusieron como condición que habría torta si jugábamos en el patio. El juego era una ronda.

Tomado de las manos de una niña a mi derecha y un niño a mi izquierda, recuerdo dar vueltas enredado con los cordones de mis zapatos de charol. “Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena. Mambrú se fue a la guerra, no sé cuando vendrá. Do re mi, do re fa, no sé cuándo vendrá”. ¿Mambrú? ¿Quién era Mambrú? ¿Qué niño era Mambrú?, me preguntaba, mientras intentaba mantener el equilibrio entre los giros, el canto y la desesperación. ¿Por qué Mambrú se fue a la guerra? ¿Qué guerra iba a pelear aquel niño llamado Mambrú? ¿Quién se puede llamar así?

La canción, más de tono burlesco, fue compuesta tras la batalla de Malplaquet (1709), que enfrentó a los ejércitos de Gran Bretaña y Francia, durante la Guerra de Sucesión Española. Con el tiempo y la tradición oral sufrió modificaciones hasta convertirse en esta ronda que evoca a la guerra como si fuera un asunto de niños.

No es un mal menor

Para todos los actores del conflicto armado la guerra se convirtió en una ronda donde podían caber muchos Mambrús. Despojados de cualquier vergüenza, todos los bandos pusieron los ojos en los niños, las niñas y los adolescentes para enfilarlos en una causa ajena. Con el mismo descaro y desalmada actitud nadie midió si en un ataque, en una toma o en una masacre se podían ver afectadas las vidas del tesoro más preciado del país. La degradación del conflicto permitió que hasta las reglas de la guerra fueran pasadas por la faja.

De acuerdo con su Informe Final, la Comisión de la Verdad encontró que, entre 1985 y 2019, 84.306 niñas, niños y adolescentes perdieron la vida por el conflicto; 51.061 fueron desaparecidos de manera forzada; 7.061 fueron secuestrados; 17.604 fueron reclutados y 4.379.874 fueron desplazados. Cientos, miles y millones de niños, niñas y adolescentes, montones de “Mambrús”, niños, niñas y adolescentes que sirvieron como carne de cañón, como carnadas, como símbolo de todas las infamias posibles.

Entre los hallazgos de este capítulo se subraya que:

“la violencia sufrida por las niñas, niños y adolescentes en el conflicto no fue el resultado de errores o daños colaterales. Los NNA son vinculados o reclutados de manera deliberada por los distintos grupos armados, incluso por la fuerza pública. Ello por su docilidad y habilidades por desarrollar, por ser guerreros/as menos costosos y, porque pueden ser entrenados para obviar dilemas morales en la ejecución de acciones crueles”

Con el desplazamiento de los niños, niñas y adolescentes, Colombia sufrió la transición de un territorio que fue perdiendo la semilla de su campesinado. Sin niños y niñas en las zonas rurales, las familias vieron afectados sus patrimonios económicos, sus sistemas de protección cultural, sus mitos, sus ritos, sus dioses. Sin niños, sin niñas y sin jóvenes, el país se quedó sin futuro en las zonas donde la guerra llegó para destruirlo todo. Llegar a las periferias urbanas o a otros lugares ajenos significó, para la inmensa mayoría de los desplazados y desplazadas, tener que enfrentarse a estigmatizaciones, señalamientos y nuevas violencias.

¿Volverán?

Nada justificó, ni justifica, ni justificará que los niños, niñas y adolescentes sean involucrados en una guerra, en cualquier conflicto armado, en cualquier lío. Así como no me valió la pena vestirme de un desparpajado Llanero Solitario por un par de dulces, nunca se podrá contemplar con justificación que los niños y las niñas empuñen armas a cambio de seductoras opciones provocadas por los violentos.

Como bien lo plantea el enfoque del Desarrollo Humano Sostenible, aumentar las capacidades de los territorios implica aumentar las opciones humanas. Por eso, será deber del Estado, de la familia, de la sociedad toda, sumar esfuerzos que permitan la conformación, consolidación y sostenimiento de opciones integrales de desarrollo que se reflejan en potenciar las condiciones de acceso al conocimiento, sistemas de participación en la toma de decisiones, encauzar la autonomía, mejorar los sistemas de protección para niños, niñas y adolescentes y hacer todo lo necesario, lo posible y lo imposible por alejar a los menores de los entornos violentos, de la guerra, de todo rastro de conflicto armado.

Se extenderá el llamado para gritar a todos los rincones posibles que no queremos más Mambrús en la guerra, que el conflicto no es ninguna divertida ronda infantil y que para disfrutar de la vida, de la torta de los buenos días, no hay necesidad de esperar a que termine el infame y egoísta juego de los adultos.


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