Por Diego Guevara

Es lugar común decir que «quien no conoce su historia está condenado a repetirla», frase de la que desconocemos con precisión su autoría, pero que suele repetirse a la hora de traer los sucesos del pasado al presente en una lógica de comparación y búsqueda de elementos comunes. La traigo ahora a colación a propósito de las recientes movilizaciones estudiantiles a nivel nacional, un resurgir de un movimiento que ha generado importantes debates en torno a la educación en el país.

A pocos meses de iniciado el mandato del actual presidente Iván Duque, heredero de la estirpe uribista (y a quien la prensa no escatima esfuerzos en «vender» como un personaje joven, «querendón» y jovial), ya se han puesto en la mira de su gobierno: los consumidores de marihuana, los campesinos cultivadores de plantas de uso ilícito, los pequeños ganaderos y lecheros, las universidades públicas y demás instituciones de educación superior; además, su propuesta de reforma tributaria, que busca gravar todos los productos de la canasta básica, solo conseguirá golpear aún más a las familias más vulnerables del país.

En lo que respecta a la difícil situación que impone el nuevo gobierno a las instituciones de educación superior (lo que ha desembocado en las actuales movilizaciones estudiantiles), es preciso acudir a la memoria para reconocer algunos de los aprendizajes que dejaron pasados escenarios de acción colectiva, aprendizajes que nos permitirán generar algunas reflexiones con el fin de que, esta vez, la historia no se repita a modo de tragedia, como decía Marx.

El Centro de investigación y educación popular CINEP ha elaborado una línea de tiempo que registra las luchas más importantes llevadas a cabo por el estudiantado colombiano desde el siglo pasado. En esta destaca la existencia de 4 periodos de reivindicaciones, así: el primero, comprendido entre 1908 y 1918, en el que el accionar de los estudiantes buscaba la autonomía universitaria respecto a la influencia religiosa y se abogaba por la organización estudiantil; el segundo, entre 1919 y 1929, estuvo inspirado en la reforma de Córdoba (Argentina) en pro de la Reforma Universitaria; el tercero, entre 1958 y 1971, fue ocasionado por la crisis financiera de las universidades públicas y el paulatino despliegue de la universidad privada; finalmente, durante el cuarto, fechado entre 2001 y 2011, se amplió el espectro de la lucha a temas como la Autonomía universitaria, la financiación de las instituciones de educación superior, el bienestar integral para el grueso de la comunidad educativa, la calidad académica, las relación de la universidad con la sociedad, las libertades democráticas y los derechos humanos, elementos que en su conjunto hicieron parte del programa mínimo de los estudiantes que enfrentamos al gobierno en 2011.

Para efectos del presente artículo, acudiremos a las experiencias que nos dejó este último periodo, especialmente al proceso de movilización que tuvo lugar en el 2011, ante la pretensión de Juan Manuel Santos y María Fernanda Ocampo (Ministra de educación) de reformar la Ley 30 de 1992.

El gobierno de Juan Manuel Santos, heredero del discurso neoliberal de los gobiernos que lo antecedieron, representó un viraje en la forma de gobernar, un «cambio retórico», como lo han denominado algunos académicos; manteniendo una política de privatizaciones y reducción de derechos, este gobierno se caracterizó por un cambio en el manejo de la protesta social basado en la disminución de la represión pero manteniendo los niveles de criminalización, señalando la infiltración de la insurgencia y la ilegalidad en las acciones del movimiento social.

Santos pretendió adaptar un modelo extranjero «exitoso» con el objetivo de atraer la inversión privada a las universidades públicas y el establecimiento de instituciones de educación superior con ánimo de lucro. Esta situación sería concebida por el grueso de la comunidad universitaria como un intento de cercenar la financiación, la calidad académica y la autonomía de las instituciones; sin embargo, la propuesta se legitimó mediante estrategias mediáticas y foros virtuales que daban la apariencia de participación al asunto. Durante el desarrollo de las constantes movilizaciones estudiantiles, Santos intentó cuestionar la legitimidad de sus acciones, señalando al grueso de la comunidad de desconocer las intenciones de la reforma presentada aunque después de constatar la contundencia y la perdurabilidad de las protestas instó al diálogo a los manifestantes para finalmente retirar el proyecto de Ley (Cruz, 2017).

Sin duda, lo que permitió a la comunidad universitaria derrotar parcialmente la propuesta de Santos y la ministra Ocampo fue la amplia participación del estudiantado y la articulación con otros actores del sector educativo y los movimientos sociales. Sin desconocer el papel de los estudiantes, profesores y trabajadores independientes, fueron las organizaciones estudiantiles las encargadas de dinamizar y elaborar propuestas para poner en marcha la acción colectiva. Fruto de la convergencia de distintas organizaciones en el Encuentro Nacional estudiantil, llevado a cabo los días 19 y 20 de marzo, nace la Mesa Amplia Nacional Estudiantil MANE, con el fin de construir la unidad programática, organizativa y de movilización. La MANE surge, así, en un contexto de creciente movilización estudiantil en toda Latinoamérica y de protestas llevadas a cabo por estudiantes de universidades regionales.

Inicialmente, este organismo estaría constituido por fuerzas de espectro nacional como la OCE (Organización Colombiana de Estudiantes), la FEU (Federación de Estudiantes Universitarios), la FUN (Federación Universitaria Nacional), la ACEU (Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios) y el Proceso Nacional de Identidad Estudiantil; con los días concurrirían también expresiones (combos, parches y colectivos) independientes y de carácter regional. Las organizaciones que confluyeron en ese espacio tenían en común los aprendizajes de anteriores procesos de movilización y una postura similar respecto a las políticas de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.

La MANE tiene una estructura horizontal, compuesta por la plenaria, el Comité Operativo y las comisiones de comunicaciones, Derechos Humanos y académica, y un funcionamiento asambleario con mesas de trabajo organizativa, programática y de movilización, que se estructuró en diez eventos. (Cruz 2017: 164).

La importancia de la MANE radicó en primer lugar en su amplitud; de ahí también derivarían muchas de las dificultades para lograr consensos, situación propia de la democracia radical. En segundo lugar, es necesario resaltar la construcción de Mesas regionales que pudieran aterrizar las discusiones y definiciones en las diferentes universidades del territorio colombiano; este espacio, que tuvo avances significativos para las luchas estudiantiles, estuvo marcado también por cuestionamientos respecto a la toma de decisiones y a las vocerías, los discursos anti-organización y la articulación real de los procesos locales.

La organización del estudiantado y la dinámica que adoptó la acción colectiva permitieron que el 10 de noviembre de 2011 el gobierno nacional anunciara el retiro total de la reforma a la Ley 30 y la finalización del Paro nacional universitario el 16 de noviembre del mismo año. El éxito del movimiento estudiantil radicaría fundamentalmente en la capacidad discursiva y en la ampliación de los repertorios de lucha, lo que posibilitó llegar a diversos sectores, a las universidades privadas, al SENA, a los estudiantes y docentes de secundaria, a los padres de familia, a las centrales obreras, a algunos partidos políticos y al grueso del movimiento social. Una buena parte de la sociedad colombiana se sintió identificada con las exigencias de los universitarios, la concepción generalizada de que la educación es un motor de cambio se reflejó en las calles y plazas de las ciudades y municipios.

Así mismo, las formas de expresión fueron ricas y variadas: al tradicional tropel y a la marcha que se tomaba las calles se sumaron actividades como el «pupitrazo», los plantones culturales, las «lunadas», los campamentos estudiantiles, los «cacerolazos» y «las besatones», todas las cuales dieron muestra de la capacidad creativa y propositiva de los manifestantes. Es necesario anotar que la apretada agenda de movilización estuvo pensada para acorralar al gobierno y obligarlo a cambiar su postura; las acciones del movimiento estudiantil se desarrollaron en paralelo a la actividad legislativa y gubernamental, lo que las dotó de un alto impacto mediático y legitimidad.

Algunas reflexiones sobre el aquí y ahora

Después de la mencionada victoria del estudiantado en 2011 se produjo, por una parte, un descenso en los niveles de movilización y, por otra, una serie de intentos por parte de las élites colombianas de introducir reformas parciales a la educación superior, pequeños paquetes legislativos que han precarizado la situación de las instituciones universitarias. El papel del gobierno Duque, en estas condiciones, es el de darle la estocada final a la educación pública. Por estos días, es preciso celebrar la movilización masiva de la comunidad universitaria ante esta nueva arremetida, pero también necesitamos echarle un ojo al pasado, especialmente a las señales de fracaso y aquellas lecciones que nos permitan avanzar:

  • Como jóvenes y como estudiantes no podemos ser herederos de las mezquindades de los viejos, especialmente de las derivadas de la contienda electoral; el espectro universitario debe ayudar a sanar esas grietas que persisten en el campo popular y han frenado la consolidación de un poder en favor de las mayorías. Es necesario aprovechar y materializar el descontento existente entre los jóvenes ante un gobierno que nos recuerda épocas oscuras de nuestra historia.
  • Las organizaciones y las representaciones no son fines en sí mismos sino vehículos en los que debe primar la responsabilidad por encima del protagonismo; el estudiante organizado no está por encima del que ha optado por la independencia, las investiduras mal entendidas y mal llevadas a la práctica nos ponen en el mismo nivel de quien pretendemos combatir. Las élites, la institucionalidad, han optado por mirar a los ciudadanos por encima del hombro pero los estudiantes, en un ejercicio crítico y antisistémico, deben optar por la construcción de una comunidad de iguales, de hacer del campus un mundo donde quepan muchos mundos.
  • Como lo dicen las películas de superhéroes, un gran poder conlleva una gran responsabilidad; el trabajo heroico de ganar conciencias para la lucha, desarrollado generalmente por estudiantes organizados, consiste en dotar al estudiante de los elementos necesarios para poder asumir una postura ante las distintas situaciones. Cuando el pensamiento crítico se uniforma o se condiciona empieza a perder su capacidad subversiva.
  • La toma de decisiones debe provocar el más profundo debate, sin apresuramientos ni sentimentalismos; las definiciones adoptadas por las mayorías deben tener en cuenta las voces y propuestas que quedan al margen. En la dinámica y contienda política ceder no es sinónimo de perder, sino dar pasos para triunfar.

Para finalizar, recordar que en los albores de 1994, irrumpió en una región de México un movimiento armado de raíces indígenas (EZLN) que, más allá de pretender tomarse el poder del Estado, ha construido un poder que nace del recuerdo que sus viejos tienen del pasado, basado en 7 principio que solo me permito enumerar:

obedecer y no mandar
representar y no suplantar
bajar y no subir
servir y no servirse
convencer y no vencer
construir y no destruir
proponer y no imponer

Es esa lección la que debe asumir el movimiento estudiantil si su objetivo es, nuevamente, obtener una victoria en sus justas luchas por la educación nacional.

Referencia:

Edwin Cruz, La MANE y el paro nacional universitario de 2011 en Colombia, en Caminando la palabra. Movilizaciones sociales en Colombia (2010-2016), Desde Abajo, 2017.