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Por Wilmer Rodríguez

¿Lo real se impone ante nuestros ojos o es construido por nuestra mirada? ¿Es una evidencia objetiva o una noción subjetiva? El intento por volver científicas las ciencias ha creado, a lo largo de la historia, dos paradigmas dominantes que se disputan el monopolio del conocimiento, y por lo tanto, las formas y lógicas de acceder a él. Esta batalla epistemológica parece crear dos mundos distantes: el mundo real-objetivo, evidente y ajeno a la influencia humana; y el mundo como una concepción, un conjunto de imaginarios y representaciones sociales. En el medio de estos dos universos, subyacen diferentes posturas que intenta entablar diálogos y conexiones entre lo objetivo y lo subjetivo para así dotar de veracidad y confiabilidad a las ciencias.

Pero, ¿cómo abordar desde es un ámbito científico delimitado la complejidad del mundo? ¿Es la ciencia la única forma de acceder al conocimiento? Esto texto no pretende analizar los debates epistemológicos sobre la cientificidad de la ciencia, pero sí cuestionar el monopolio del conocimiento científico y su impacto en la construcción de democracia.

La realidad no es un espejo que refleja una imagen consistente, sólida del mundo, sino que, por el contrario, es compleja, multidimensional, una concatenación de elementos, símbolos, hechos, comportamientos. A lo sumo, la metáfora ideal para entender el mundo sea la del espejo trizado que refleja una imagen fragmentada e dislocada de lo real, como lo sugiere Joaquín Bruner.

La complejidad del mundo no puede reducirse o limitarse a una dimensión, no puede ser abordada desde un modelo explicativo que simplifique y acomode, de acuerdo a sus intereses, los elementos y hechos de lo real. Es como tratar de construir una imagen del mundo juntando arbitrariamente los pedazos del espejo trizado. Frente a esta paradoja, Paul Feyerabend nos invita a rescatar el humanismo en contra del dogmatismo científico, que ha creado un dominio exclusivo del conocimiento que excluye otras formas de ver y comprender el mundo.

Lo que queda afuera de la ciencia es despojado de todo sentido y significado; la realidad plasmada en la religión, las culturas, los lenguajes y diversas expresiones humanas son consideradas borrosas, fantasiosas e irreales. El dogmatismo científico coarta la libertad negando otras formas de realidad, desconociendo el trasfondo cultural de los hechos científicos y las múltiples interacciones bajo las cuales se produce el conocimiento:

“El intento de aumentar la libertad, de procurar una vida plena y gratificadora, y el correspondiente intento de descubrir los secretos de la naturaleza y del hombre implican, por tanto, el rechazo de criterios universales y de todas las tradiciones rígidas. (Ciertamente, también implican el rechazo de una gran parte de la ciencia contemporánea)…” (Feyerabend 1997: 5).

Para Feyerabend la libertad y el conocimiento están estrechamente relacionados, pero bajo el monopolio del conocimiento científico, se hallan separadas y son excluyentes. Su propuesta epistemológica nos invita a cuestionar los paradigmas y los marcos normativos que crean un orden rígido y violento. Frente a las lógicas impuestas del conocimiento científico, este pensador plantea el anarquismo epistemológico.

Anarquía, bajo esta mirada, no implica destruir o imponerse sobre formas de vida, marcos culturales o posiciones políticas, sino rechazar las normas generales, absolutas y universalizadoras del mundo. El anarquismo epistemológico cuestiona la verdad, la justicia y la libertad -por poner algunos ejemplos- construidos como etiquetas homogéneas, sólidas, uniformes que determinan unos imaginarios y conductas restringidas. El conocimiento científico se ha convertido en la base de estas nociones centralizadas que desconocen o invisibilizan la vastedad o complejidad. No se trata de oponerse o resistirse, per se, a las instituciones o ideologías del conocimiento científico, sino de romper las barreras esquemáticas que nos impiden ver más allá o que limitan nuestras imaginación. Para el anarquismo epistemológico “la ciencia es un producto nuestro y no nuestro soberano; ergo debería ser un súbdito y no el tirano de nuestros deseos” (Feyerabend 1985: 16).

El anarquismo metodológico se desenvuelve bajo unas premisas analíticas. En primer lugar, encontramos el principio del “todo sirve”. La ciencia, en su desarrollo histórico, no se basa exclusivamente en leyes universales. El progreso y la innovación científica, se construyen, también, desde el caos, lo inesperado; se avanza precisamente cuando se rompen algunas reglas del método científico. En otras palabras, la ciencia no nace de categorías sólidas, fijas, sino del caos existente, la búsqueda, el error, la contrastación de otras miradas. Bajo esta perspectiva todo sirve, todo puede conducirnos hacia el conocimiento. No hay una sola ruta, y menos aún, una sola caja de herramientas investigativas.

“El anarquismo estimula el progreso cualquiera que sea el sentido en que se tome este término. Incluso una ciencia basada en la ley y el orden, sólo tendrá éxito si permite que se den pasos anarquistas ocasionales” (Feyerabend 1997: 12).

Si, como lo hemos mencionado anteriormente, la realidad es compleja y desbordante, es absurdo tratar de imponer un conjunto de reglas que capturen o fijen la verdad en un esquema de pensamiento. El método racional opera fijando lo objetivo, lo racional y lo evidente, desligándolo de su componente irracional, intempestivo, caótico e invisible. Algo siempre queda afuera, y ese elemento es constitutivo del conocimiento.

En segundo lugar, el anarquismo epistemológico cuestiona la autoridad de la razón. El conocimiento no tiene una coherencia lineal, es producto de articulaciones mayores que conjugan ciencia, mito, creencia, condiciones materiales, etc. Por lo tanto, el conocimiento no es una entidad monolítica, no está establecido para siempre, ni es una verdad inexpugnable. De igual forma, no es monopolio de los científicos; los artistas, los trabajadores, todos aportan al enriquecimiento del conocimiento desde múltiples experiencias. Si el conocimiento científico no tiene la autoridad para definir qué es lo verdadero y lo real, se abre un espacio de democratización. En palabras de Feyerabend:

“Mi intención no es sustituir un conjunto de reglas generales por otro conjunto: por el contrario, mi intención es convencer al lector de que todas las metodologías, incluidas las más obvias, tienen sus límites. La mejor manera de hacer ver esto consiste en demostrar los límites, e incluso la irracionalidad, de alguna de las reglas que la metodología, o el lector, gustan considerar como básicas” (Feyerabend 1997: 17).

En tercer lugar, el anarquismo metodológico cuestiona la uniformidad del conocimiento que constriñe la libertad de los individuos. El monopolio del conocimiento científico opera como una ideología que define unos principios y sentidos del mundo, y se imponen a través de la coerción. Se impone porque rechaza otras formas de ver el mundo y experimentarlo. Rechaza todas las ideas, nociones, percepciones o creencias que dan cuenta de otros universos simbólicos o culturales que traspasan las fronteras de la verdad científica.

Feyerabend, propone criticar el fanatismo casi religioso y ciego hacia la ciencia, que crea una uniformidad de pensamiento que se opone a la imaginación y la diversidad. El anarquismo epistemológico plantea la construcción de un enfoque pluralista: “La pluralidad de opinión es necesaria para el conocimiento objetivo, y un método que fomente la pluralidad es, además, el único método compatible con una perspectiva humanista” (Feyerabend 1997: 30).

De acuerdo a lo anterior, el anarquismo epistemológico promueve una visión humanista que democratice el conocimiento. Lo que se pone en juego con esta noción es el reconocimiento de diversas formas y experiencias del mundo. Romper con el dogma de la ciencia, que se autoproclama como la fuente de verdad, veracidad y legitimidad, es romper con un modelo político y social sustentando bajo un modo uniforme de entender y leer la realidad. Para Feyerabend, la ciencia y la política están estrechamente ligadas, ambos monopolizan un ámbito del poder: el de definir y construir unas representaciones que regulan y ordena el sentido del mundo social.

La realidad capturada por la ciencia se convierte en un bien, un producto de consumo de ciertos intelectuales, reproducido bajo normas estrictas y escritas en lenguajes excluyentes. Esto implica que el conocimiento sólo es producido y dirigido por un grupo social, y por lo tanto, construido de tal manera que reproduzca una visión homogénea del mundo. La ciencia legitima unos discursos dominantes y sostiene unas relaciones de poder basadas el dominio de las representaciones y sentidos del mundo, por encima de otras. Para Feyerabend, no necesitamos una ciencia supereficaz y superverdadera, que regule y ordene, necesitamos una ciencia que contribuya a hacer más comprensible la existencia humana.

Bajo esta perspectiva, el conocimiento y la libertad no son ámbitos separados sino concomitantes. El debate sobre cómo construir conocimiento también implica reflexionar sobre cómo comprender la vida social. La democracia moderna, sustentada en el ideal del liberalismo, se sostiene bajo un esquema de pensamiento ortodoxo y racional, que deja por fuera lo que considera “irracional”. Es decir, por definición la democracia sólo existe para quienes son practicantes y seguidores de la fe racionalista.

“Una cultura racio-liberal no puede contener en el pleno sentido de la palabra una cultura negra, ni tampoco una cultura judía. Solo puede contenerlas como elementos de segunda categoría de una estructura básica, constituida gracias a una insana alianza entre ciencia y racionalismo (y capitalismo)” (Feyerabend 1985: 64).

La democracia liberal, sustentada en el conocimiento racional, reconoce la voz de otros grupos sociales siempre y cuando se sometan a la autoridad científica, es decir, siempre que reconozcan el valor de unas representaciones, sentidos y significados uniformes; siempre que se sometan a la “verdad” dominante. La pluralidad cultural es secundaria, informal, mero instrumento de decoración de lo real. Detrás de la aparente tolerancia y reconocimiento de la pluralidad cultural, se impone un visión totalizadora del mundo.

Para finalizar, hemos visto que la construcción del conocimiento está estrechamente ligada con la construcción de la democracia. El anarquismo epistemológico de Feyerabend nos invita a cuestionar cómo estamos construyendo el conocimiento, qué fines busca, hacia quién está dirigido… Pero principalmente es una invitación a reflexionar sobre una pregunta transversal a toda lucha social y política: ¿el conocimiento para qué?

Bibliografía:

Brunner, Joaquín, 1988. Un espejo trizado, ensayo sobre cultura y políticas culturales. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Feyerabend, Paul, 1985. ¿Por qué no Platón?, Tecnos, Madrid.
Feyerabend, Paul, 1997. Tratado contra el método, Tecnos, Madrid.