Por: Sara Rios Pérez, Diana Obagi García y Alejandra Rincón Bedoya
(En memoria de la compañera Alison)
1.
NO ES CUENTO
«Cuando Blancanieves pasaba por el CAI, una manzana podrida la mató».
Tatiana Asprilla, 31 años, Engativá.
Cuatro para una mujer: es verdad, nos temen, por eso nos agreden, nos violentan, nos matan. Nos temen desde siempre, desde que éramos diosas, ¿qué temen?
Sucede otra vez: una adolescente camina por las calles de su ciudad y algunos dirán: ¿por qué salió a caminar de noche?; otros: ¿por qué salió a caminar sola en medio del estallido social? Pero a las mujeres ya no nos importa lo que “otros digan”. De nuevo una mujer salió a caminar de noche, no importa la razón y se topó de frente con lo que ahora nos encontramos todas en las calles: violencia desmedida de una institución pública para despejar la “revuelta”.
¿Qué haría usted si cuando va caminando por la calle ve que están golpeando y llevándose a la fuerza alguien? Grabar, tomar fotos, lo que las personas han venido haciendo desde el 28 de abril: ¡registrar! Pero ahora resulta que hacer una transmisión en las redes sociales es un simple acto que se convierte en una oportunidad para que lo violenten. ¡Fue un abuso, es un abuso y nada lo justifica!*
*[La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) alertó también sobre las denuncias de violencia sexual en el Paro Nacional, que se lleva a cabo en Colombia desde el pasado 28 de abril. “La Comisión Interamericana y su RELE recuerdan que la violencia sexual comprende todas aquellas acciones de naturaleza sexual que se perpetran sin el consentimiento de una persona, desde la invasión física del cuerpo hasta las que no involucren contacto físico alguno. La CIDH enfatiza que dichos actos son absolutamente inaceptables y jamás se debe utilizar como una forma de control del orden público por parte de los cuerpos de seguridad de un Estado”, afirmó la CIDH en un comunicado el pasado 7 de mayo].
Se atreven algunos medios de comunicación a poner en duda el grito de dolor y preguntan ¿qué fue lo que pasó en verdad? Como si no fuera suficiente el registro y la publicación en las redes sociales; ¿acaso no lo dice todo, el video? Una y otra vez lo mismo: dicen que es mentira, nunca le creen a la victima, siempre se pone en duda la denuncia, jamás se escucha a las mujeres. ¿Qué más se necesita para afirmar el abuso de la policía?
Nos imponen capas tras capas de miedos: miedo por nacer en un país violento, miedo por reclamar y pedir condiciones dignas, miedo por ser joven, miedo por ser niña, miedo por ser mujer, tantos miedos nos hacen pequeñitas… Pero estamos cansadas, ya no aguantamos más la represión, la represión hacía nuestro cuerpo, la represión que nos convierte en objeto. Las mujeres somos sujetos: ¡sujetos!
Estamos mamadas de que nos vean como objetos, objetos sexuales, armas de guerra, objetos que pueden llevar arrastras entre cuatro, solo por sevicia, solo para sentir y reafimar la falacia de que son más fuertes, de que los hombres tienen el poder. ¿Qué es lo que tanto les temen lo hombres a las mujeres?
2.
Las mujeres hemos gritado el horror, el silencio y todo el maltrato en un espacio vacío donde los otros no escuchan, no se dejan tocar por el dolor y lo legitiman. En ese espacio vacío la única respuesta ha sido el eco de tanta violencia. Sentimos la soledad del grito que se devuelve agresivamente hacia nosotras y nos elimina, borra nuestro ser de formas simbólicas y también de formas abruptas y viscerales como las que padeció Alison.
Aquí, el dolor, los gritos y la muerte de las mujeres siguen siendo actos de presunción -otra de las formas que la autoridad adopta para cosificar e invisibilizar a las que se atreven a denunciar los abusos-. No necesitamos la presunción de la palabra, necesitamos escuchar muy de cerca las desgarraduras de mujeres violadas, asesinadas y sentir que esto nos afecta. Hay que nombrarlo fuerte y claro: Alison fue violada y ultrajada y ahora su dolor no alcanza ni para pedir justicia. Decirlo para derribar las maneras tan sutiles que el poder político y policial emplean para continuar agrediendo, manifestarlo en todos los espacios para que no se devuelva ese eco, seguir diciendo siempre como acto de cuidado y de justicia. Porque hemos estado escondidas en los discursos igual que Alison, en la noche terrible, detrás de un muro.
3.
Una y otra vez veo el video que registra todo: la noche del 12 de mayo, en Popayán, cuatro tombos violadores y asesinos agarrándote de tus extremidades; tú, con la voz plantada y furiosa, el compañero de la cámara preguntando tus datos, la angustia inundando la tiniebla. En mi cabeza repito tu nombre y tu edad: Alison Meléndez, 17 años, otra compañera.
Lo más horripilante de todo es saber que esto iba a ocurrir igual, quizás no a ti, tal vez a mí o alguna otra de tantas, porque acá el problema es otro: es la raíz patriarcal de este sistema capitalista asesino que nos cosifica, objetualiza, explota y excluye.
Es la raíz patriarcal de este sistema que se disfraza de pétalo de rosa para vomitarnos diariamente en la cara el pisotón manchado de mierda de una estructura de poder que nos mantiene al margen, con los ojos reventados de publicidades de cuerpos perfectos y silencios recatados, en donde en contextos de guerra o contextos de “paz”, la situación siempre es la misma: la noche es una amenaza, la ropa es una amenaza, la soledad es una amenaza, el macho es una amenaza.
Me consuela el pensar que los tiempos están cambiando, porque sí, porque somos fuertes; porque podemos autogestionarnos; porque estamos aprendiendo a construir redes de cuidado que nos sostengan; porque entendimos que nunca más nada sin nosotras; porque no pueden quitarnos la noche, el deseo y las ganas de hacer lo que queramos, como queramos, a la hora que queramos; porque la rabia que sentimos y las lágrimas que derramamos por cada compañera que asesinan, nos impulsa a quemar todo, a reconstruirlo y en cierta medida, lo estamos logrando. Pero a las mujeres nos siguen matando y desapareciendo, y eso no cambió, mientras tanto, la pregunta de si mañana estaremos todas, me taladra la cabeza, porque también está la maldita certeza de que habrá una de nosotras estrujada -cuando no asesinada- por esta estructura vil de oídos sordos.
Repito tu nombre para que no se me olvide, al tiempo retumban también tus palabras furiosas de resistencia que sirven de antídoto contra este veneno y que llevo a cada marcha como la huella y la bandera de las que seguimos aquí resistiendo hasta el día que no falte ninguna.
Ilustración: María Rosero | @hipotenusala
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