
Por Camilo Parra
La consulta interna del Pacto Histórico del 26 de octubre de 2025 marca un hito en la reciente historia política colombiana. Con más de 2.7 millones de votos se convirtió en la jornada no electoral más votada del país y la primera en definir democráticamente candidaturas presidenciales, al Senado y a la Cámara desde un movimiento de izquierda. Este hecho no solo supera las cifras de consultas anteriores del Partido Liberal y el Polo Democrático, sino que representa una interpelación directa al sistema político tradicional.
Lo más relevante no es solo la cantidad de votos, sino el contexto adverso en el que se dio el proceso: sin elecciones simultáneas, con una logística precaria y con obstáculos sistemáticos impuestos por la Registraduría Nacional. La escasez de mesas, el agotamiento de tarjetones y las largas filas evidencian un sabotaje institucional que, lejos de garantizar el proceso, lo entorpeció. Esto como reflejo de la decisión de mantener abiertas las mesas hasta que votara el último ciudadano fue una reacción tardía ante el colapso que ellos mismos provocaron.
Este comportamiento institucional no es aislado. Se inscribe en una estructura permeada por intereses hegemónicos que se resiste a la democratización. La Corte Constitucional, el Consejo Nacional Electoral y otros entes de control han bloqueado reformas progresistas y negado derechos fundamentales como la personería jurídica del Pacto Histórico. Democratizar estas instituciones es una urgencia ética.
Pero la consulta también fue una revolución metodológica: por primera vez, un movimiento progresista eligió sus candidatos mediante voto popular, rompiendo con décadas de imposiciones burocráticas y el infame “bolígrafo”. Como dijo Carolina Corcho, “nadie puede estar por encima de la decisión popular”. Este gesto dignifica la política y marca una ruptura con las prácticas excluyentes de los partidos tradicionales.
Y aquí viene lo que parece increíble pero cierto: antes, la izquierda era marginal, apenas una nota al pie en el tablero político, mientras la derecha se limitaba a operar su maquinaria electoral y negociar cuotas burocráticas con los partidos tradicionales como comodines. Hoy, la izquierda reconfigura el escenario político. Para quienes hemos vivido la historia desde la derrota, asumir la victoria es un ejercicio nuevo, casi incómodo, pero necesario. Ya no se trata de resistir desde la marginalidad, sino de construir desde el poder.
Esta nueva izquierda, sin embargo, no puede sola. Requiere alianzas con figuras como Roy Barreras, Fernando Cristo o incluso Daniel Quintero. Este reducido pragmatismo no implica renunciar a los principios, sino entender que la transformación exige diálogo, apertura y estrategia. La pureza política, cuando se convierte en aislamiento, es estéril. La tarea ahora es construir una mayoría ética y política que consolide el cambio.
La fuerza del número y la legitimidad del método
Los 2.7 millones de votos obtenidos por el Pacto Histórico no son solo una cifra. Son una declaración política. En un país donde la abstención -en promedio- suele superar el 50% incluso en elecciones generales, movilizar a casi tres millones de personas en una jornada sin incentivos institucionales, sin acompañamiento de otras elecciones, y con múltiples obstáculos logísticos, es un acto de resistencia democrática. Esta cifra no solo supera las consultas internas del Partido Liberal (2010: 1.356.801 votos; 2018: 690.435 votos) y del Polo Democrático (2010: 1.331.267 votos), sino que lo hace en condiciones profundamente adversas.
El Pacto Histórico es la consulta por fuera de calendario electoral más
votada de la historia reciente, por votos absolutos y relativos al censo electoral:
- Consulta del Pacto Histórico en 2025: 2.710.682 votos (6,7% del censo)
- Consulta del Polo Democrático en 2009: 483.493 votos (1,6% del censo)
- Consulta del Partido Liberal en 2009: 1.356.821 votos (4,6% del censo)
- Consulta del PartidoLiberal en 2017: 744.521 votos (2,0% del censo)
(Fuente: Sebatian Londoño Mendez. Vía Twitter. Actualizado por este autor en cifras mediante el conteo oficial de Registraduría al momento de escribir este artículo).
La comparación con las consultas realizadas en fechas electorales es injusta, como bien se ha señalado en redes sociales y análisis políticos. En jornadas oficiales, hay más de 100 mil mesas habilitadas, con una infraestructura estatal completa, y una ciudadanía ya movilizada por múltiples razones. En contraste, la consulta del Pacto Histórico se realizó con 19 mil mesas, sin circunscripción internacional, sin acompañamiento institucional, y con una cobertura mediática limitada. Aun así, logró una participación que supera ampliamente cualquier consulta previa a elecciones en la historia reciente.
Este dato, por sí solo, desmonta la narrativa de la derecha que intenta minimizar el impacto de la jornada. Incluso voces opositoras como Mauricio Cardenas reconocieron que si la derecha no se une la izquierda volvería a ganar. La capacidad de movilización del progresismo, en condiciones adversas, es una señal clara de que existe una base social activa, consciente y decidida, que no depende de maquinarias ni de clientelismo, sino de convicción política.
Sin embargo, es necesario seguir depurando el ejercicio democrático, rechazando prácticas que aún persisten en algunos sectores, como el constreñimiento a trabajadores para votar por determinados candidatos o el uso de redes clientelares que distorsionan la voluntad popular. La legitimidad de este proceso debe consolidarse sobre acuerdos programáticos, no sobre presiones ni favores.
La ética como horizonte político
Iván Cepeda, en su alocución como ganador de la consulta, no solo agradeció el respaldo popular. Reivindicó una forma de hacer política basada en la austeridad, el respeto y la ética. Su campaña, como lo expresó Carolina Corcho, fue “honorable, honesta, sin calumnias ni agresiones”, construida desde abajo, con las bases progresistas, con los recursos de la propia gente. Esta forma de hacer política contrasta radicalmente con las prácticas tradicionales, basadas en el transaccionismo, el clientelismo y la imposición burocrática.
Cepeda propone acuerdos programáticos, no burocráticos. Esta distinción es fundamental. El Acuerdo Nacional impulsado por el actual gobierno naufragó en buena parte por la lógica de las cuotas, por la necesidad de “dar participación” a sectores que no estaban comprometidos con el cambio, sino con sus propios intereses. Cepeda entiende que la transformación requiere alianzas, pero alianzas con sentido, con contenido, con horizonte.
Cepeda destaca la importancia histórica de la consulta del 26-O, reafirma que la izquierda colombiana tiene capacidad de movilización, narrativa y liderazgo. Sin embargo, también deja claro que no es suficiente por sí sola. Esta es una verdad incómoda, pero necesaria. La izquierda necesita alianzas, necesita sumar, necesita abrirse sin perder su esencia y ampliar su estrategia de ampliación democrática. La izquierda no puede seguir encerrada en sí misma, en sus círculos de pureza ideológica, en sus lógicas de exclusión interna. Como bien lo plantea Yezid Arteta, el progresismo debe aprender a conciliar sin claudicar, a negociar sin perder el horizonte, a gobernar sin replicar las prácticas que critica. Iván Cepeda, por su talante ético, por su historia de lucha, por su capacidad de diálogo, representa esa posibilidad. Su liderazgo no es mesiánico, sino colectivo, horizontal, profundamente humano.
La izquierda rompió el tablero político
La derecha, aunque minimice públicamente los resultados, está haciendo sus propios cálculos. Sabe que el progresismo tiene una base sólida, que puede crecer, que puede volver a ganar. En 2022, Gustavo Petro obtuvo más de 5 millones de votos en la consulta interpartidista, en una jornada que coincidía con las elecciones legislativas. Hoy, sin ese impulso institucional, el Pacto Histórico logró más de 2.7 millones de votos, lo que proyecta un escenario de alta competitividad para 2026.
Pero el camino no está despejado. La derecha buscará recomponer sus maquinarias, recuperar su narrativa, reactivar sus redes clientelistas. La izquierda, por su parte, debe reencantar a quienes se desencantaron, a quienes votaron por el cambio en 2022 pero se sintieron defraudados por los errores del gobierno. No se trata de negar las fallas, sino de reconocerlas, corregirlas y superarlas. La autocrítica no es debilidad, es madurez política.
La invitación de Cepeda a otras fuerzas políticas debe ser leída como una estrategia de construcción nacional, no como una concesión. Los acuerdos deben ser programaticos. Esta es la gran lección de la consulta: el pueblo quiere decidir, quiere participar, quiere ser protagonista. Este momento exige una síntesis política. No basta con la denuncia, con la resistencia, con la indignación. Es necesario construir una nueva hegemonía, una nueva institucionalidad, una nueva cultura política.
La consulta del 26-O es un paso en esa dirección. Es un acto de pedagogía democrática, de afirmación popular, de construcción colectiva. La izquierda deja de ser una minoría moral para convertirse en mayoría política.
La consulta del 26-O es un mandato popular. Pero también es una tarea pendiente. Mandato para seguir construyendo una Colombia más justa, más democrática, más humana. Tarea para democratizar las instituciones, para ampliar las alianzas, para corregir los errores, para reencantar a la ciudadanía. Iván Cepeda no es solo un candidato. Es una síntesis política. Representa la posibilidad de una izquierda ética, dialogante, estratégica. Representa la posibilidad de un nuevo ciclo político, donde el cambio no sea solo una promesa, sino una realidad.
La derecha lo sabe. Y por eso tiembla (Sancho).
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