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Por Lydia Inés Muñoz Cordero*

Avanzado el día 16 de abril de 2019 solo una puerta se abre. Es el pórtico central de la Catedral de Notre Dame en París. Antes de entrar se puede observar los relieves y alegorías del Juicio Final; en el medio se halla Jesucristo, resguardado por legiones de ángeles y santos. En lo alto, al lado de los “elegidos”, que portan coronas, están los “condenados”, con gestos de horror. Llama mucho la atención que en la franja sobresaliente de la puerta principal se encuentra el arcángel San Miguel, con la balanza de la Justicia, mientras su contendor, el propio demonio “intenta inclinarla a su favor”.

Al traspasar el umbral, un cartel anuncia SILENCIO en distintos idiomas, pero este se impone por el vacío que sobrecoge el lugar. Al mirar hacia arriba, el esqueleto del techo deja mirar un cielo azul. La cubierta, llamada “el bosque de Notre Dame, por el armazón de madera integrado por árboles de roble de antigüedad inmemorial, cayó presa del fuego muy rápidamente. En el extenso piso de baldosas blancas y azules, solo se hallan escombros oscuros y cenizas… del tiempo.

Debajo de las baldosas, el sitio también sagrado de los celtas y romanos con el culto a Júpiter. Sobre este recinto antiguo se construye la catedral de Notre Dame en 1163; su levantamiento concluye en 1345, constituyéndose así en la expresión clásica del arte gótico al integrar al edificio religioso elementos simbólicos, a través de relieves, esculturas en bronce, tallas en madera policroma, vitrales con rosetones y ventanales en aplicación de la “Estética de la luz”, según el Abad Suger.

Las imágenes de ángeles, apóstoles, patriarcas y santos por el lado sacro pero, por el otro, alegorías fantásticas como las famosas gárgolas y quimeras que custodian el techo, o los signos del zodiaco debajo de los doce apóstoles y la galería de reyes medievales en contraste, conforman en su conjunto la idea de un hermoso y único museo que ha flotado en el tiempo a lo largo de ocho siglos. Lo ocurrido el día 15 de abril de 2019, con el incendio de la Catedral de Notre Dame insta a reconocer la paradoja que se suscita al pensar que un monumento que resistió todos los embates de las revoluciones del siglo XIX y las guerras del XX, sucumbiera en un instante a una conflagración tan devastadora, con las consecuencias ya conocidas.

Visto el hecho de otra manera, se considera una señal de alerta frente a la vulnerabilidad de todo lo que represente patrimonio material o físico para generar medidas de prevención máxima en procedimientos de restauración o intervención del bien patrimonial. Así mismo, diseñar planes de salvaguardia y contingencia que promuevan acciones de atención inmediata para amortiguar o disminuir riesgos y secuelas.

Coadyuvar con actividades pedagógicas y de cultura ciudadana para propiciar el empoderamiento y expansión social de los bienes patrimoniales de cada ciudad o región, a fin de lograr desarrollar un proceso de sensibilización de parte del Estado y de los pueblos, en torno a un bien patrimonial tangible. Hoy en día, cuando se entra a la Catedral de Notre Dame en París, se siente la ausencia de Quasimodo en el campanario viejo; en el piso, solo las cenizas del tiempo…

*Historiadora y escritora

Foto: Rita Chou on Unsplash


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