Por H. Camilo Muñoz Chaves
(Citoyen Investigación y Creación)
“Escribir también es no hablar, es callarse, es aullar sin ruido”, ha dicho nuestra muy admirada Marguerite Duras. Hoy por hoy, sin embargo, también es la consigna que detesta el mercado editorial de nuestros días. La detesta porque lo que interesa es la producción de contenidos a toda costa, y producir contenidos tiene que ver, en este caso, con hacer de la literatura más bien un tema del que hablar sin revisitar sus problemas, sin darle la importancia que merece, aunque es fútil decirlo, utilizando el argot futbolero, fichando a un autor o autora por su nombre más que por lo que propone: una vacilación a la imposición de lo real (tomo prestada esta idea de Badiou), para asegurarse las reglas de juego que no son más que las de venta de un producto cultural como el libro.
En el caso de En agosto nos vemos, libro póstumo del ya fallecido Gabriel García Márquez, sería evidentemente la treta utilizada por este mercado. Se nos dirá que sus hijos desearon mantener el sueño soñado de su padre al entregar el archivo a la editorial, lo que resulta sin duda respetable. Se nos insistirá que la obra mereció ser publicada con una investigación archivística detrás, aunque de resultados fecundos para un lector especialista nada más. Se nos dirá que la obra es magnífica, buena, regular, mala, pésima, ridícula para alguien que ganó el Nobel; sí, de forma tan lastimera… Se dirán muchas cosas, pero ya que entramos a discutir, ya que el fichaje -no de quien yerra en una obra, como si no nos pasara- aún se comprende como el núcleo de la coherencia o el origen del sentido, con tan detestable economía y patriotismo, ¿no podríamos pensar que este mercado también insiste en producir necro/editoriales?
Sea pública o privada, sea independiente o empresarial, intuimos que la producción de esta necro/editorial ha de trabajar con un escritor muerto, no sin verdadera intencionalidad, para que sus últimos signos vitales se utilicen o como si uno faltase aun por agotar (que es la consigna del libre mercado). Ha de explotar, además del trabajo archivístico, las memorias familiares conduciéndolas hacia una sociedad post-mortem del rendimiento, es decir, de inacabados réditos económicos. Arriesgando una intuición más, ha de hacer de la escritura un testamento de herencia vaciada de voluntad, tan religiosamente, porque no soporta que el muerto no hable, no calle sin dones, sin deuda. Como tantas prácticas necropolíticas, ha de dominar la muerte sobre la cual el poder, esta vez económico, toma su control.
Pero, preguntémonos, ya que decimos con fluidez, ya que hablamos de la muerte, ¿cómo la publicación de obras de escritores y escritoras post-mortem podría transformarse en un proyecto que produzca una nueva vida, así como lo quiso Dante?
En Variaciones alrededor de un Cuarto del Búho, Hernando Cabarcas Antequera cuenta sobre la manera como llegó al archivo de León de Greiff en una casa en ruinas del Barrio Santa Fe, en Bogotá. Archivo fantástico, repleto de papeles, listados, cuadernos, fotos, discos, etc., arrumados junto al baúl que guardaría la espada de Bolívar robada a las élites del poder colombiano, tan ideológicas como paquidérmicas hasta nuestros días, por la guerrilla urbana del M19.
Según el Gaspar de la Noche, uno de los 77 nombres utilizados por el poeta antioqueño, un/a alguien lo encontrará “hasta cuando resuene la trompeta apocalíptica -que no pocos esperan- o hasta que algún curioso, en vacaciones o cesante, dé con él”. En efecto, “un archivo que tiene la particularidad de emitir textos construidos, en el presente, en el año dos mil y pico o en el futuro”. Y esto es seguramente lo fundamental, una hazaña a manera de constelaciones textuales y musicales que el mismo De Greiff pensó como un proyecto para después de la muerte.
Fetichizado por Gaspar de la Noche, en un tiempo próximo como un «tarambana» que son las “autoridades hermenéuticas [vinculadas] con los afectos y movimientos de un artilugio de lectura y escritura”, Cabarcas Antequera produce una necro/editorial por otras vías, no solo al trabajar con los sueños soñados que van marcando las pistas en relación con los signos, que son sus propias y ajenas voluntades. De hecho, pese a que inevitablemente en Variaciones alrededor de un Cuarto del Búho se alcance a presentar un rendimiento post-mortem (siendo inevitable si consideramos nuestras memorias familiares) realiza un gesto donde prevalece el hecho estético tanto como la sacralidad de la muerte como en una primera exhumación que crea un segundo entierro, rito funerario que se lo debemos a las culturas indígenas del Caribe colombiano. En otras palabras, una fecundidad mutua, o de intercambio económico entre vivos y muertos, en un espacio imaginario, realista y mágico si se quiere, donde la herencia es dilapidada.
He aquí, entre tantas (volviendo a nuestra exhumada Margerite Duras), dos maneras de aullar sin ruido de nuestros días. La primera produce un montaje ideológico para validar a un autor como GGM, pero que, no obstante, re-presenta nada más que la necesidad del mercado, su real impositivo (parafraseo esta idea de Badiou). La segunda, problematizadora, por ello vital y más difícil para la propagación de contenidos y la fetichización del autor nacional que engalana Ministerios y Departamentos de Cultura, produce más bien la escena autoral que pone a prueba la muerte por el acontecimiento de la literatura.
Nos parece que hay bastantes diferencias. Preferimos, sin duda, éstas últimas.
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