Por Edwin García

Resulta interesante -por lo menos para quienes aún ostentan un tanto de objetividad- la columna de autoría de Jorge Senior, sobre el contexto y hechos concretos de la toma del Palacio de Justicia. La columna sirve para reubicar la verdad de esos acontecimientos (y otros más), trastocada durante años por el poder económico y político en Colombia. A estas alturas resulta inobjetable que el M19 se tomó el Palacio de Justicia con la idea -que podemos aprobar o no– de adelantar un juicio al presidente Betancur ante la Corte Suprema de Justicia. La Corte no era el objetivo militar de la toma, ella sería el juez del presidente. Quien recurre a un juez lo hace bajo en entendido de que el juez no está parcializado ni siquiera en favor propio, sino que es un tercero imparcial. Lo hace porque confía en la ecuanimidad de este.

Lo hace, además, con la convicción de la justeza de su demanda. Tal certeza impulsó al M19. Conociendo la dinámica política de las organizaciones de izquierda, en una de las cuales milité durante 17 años, es fácil intuir que dicha acción fue producto de un debate que fue madurando al interior del M19. Ese debate se fue inclinando, producto de un contexto nacional e internacional, hacia la decisión final de la toma del Palacio.

El juicio civil con “protección de las armas populares” era un medio para desatar una acción de masas: aquí aparece el Jacquin trotskista. Los sectores sociales, sobre todo los excluidos por el establecimiento, debían respaldar el juicio. La acción de la Compañía “Iván Marino Ospina” llevaba implícita una concepción política que fue extensamente debatida por los revolucionarios: acción de masas o acción grupal. La toma del Palacio fue el compendio de décadas de decantación política e ideológica. En el Palacio, el M quiso activar la acción de masas mediante la acción grupal de una vanguardia armada.

Considero que la decisión de la Toma fue coherente con la decisión – posterior – de firmar la paz. No hallo en esto la paradoja o incluso contradicción que algunos encuentran, porque finalmente ambas decisiones buscaban promover la participación social (democracia). La paz fue una decisión acertada porque le permitió al pueblo llegar actualmente al gobierno por la vía de la acción de masas electoral.

Como podemos ver, son conocidas las circunstancias del contexto y las motivaciones del grupo guerrillero para llevar a cabo la Toma. Allí no hay ausencia de verdad. La izquierda tiene el hábito de contarlo todo, de comunicar sus luchas, a menudo resultan buenos cronistas – en este caso el hábito es positivo -. Aportar verdad es una conducta recurrente y de principios en esta parte del espectro político. Esta conducta está fundamentada en la certeza de perseguir fines loables, aunque los medios no siempre sean acertados.

Reconocer la verdad ha contribuido a que la izquierda se autocritique, supere viejas discusiones y se encamine por rutas más expeditas. Siempre harán falta cosas por corregir, es cierto, pero en la izquierda se puede encontrar la intención de reconocer errores y replantear lecturas para mejorar su propuesta de país y los medios para obtenerlo: por eso la guerra dejó de ser una opción para el grueso de la izquierda, por eso la verdad ha servido para que una importante parte de Colombia aprenda y mejore.

Lo contrario opera en el establecimiento y la élite política que lo representa, de cuyo proceder y verdades se sabe muy poco. Son tan leales a sus pactos de silencio que ni siquiera la cárcel, o la inminencia de la muerte, o la dantesca imagen del Palacio en llamas, o la barbarie de un genocidio contra un partido político, los hace violar dichos pactos: es la firmeza de la mafia que hasta Pentangeli envidiaría. Betancur se llevó a la tumba su parte de la verdad de la retoma del Palacio.

Y el principal problema de la ausencia de verdad es que impide corregir el rumbo. Es autocrítica lo que el país necesita por parte de la oligarquía. Ese ejercicio les permitiría identificar sus errores históricos, caer en la cuenta de que el ocultamiento de la verdad los afecta también a ellos, porque les impide leer acertadamente el país.

De los hechos del Palacio de Justicia y, en general, de la guerra fratricida que hemos padecido, la oligarquía debe extraer lecciones. Fundamentar su discurso político en la negación y ocultamiento de la verdad no le hace bien ni siquiera a ellos mismos. Quiera la providencia que entiendan esto y ejerzan la política con la transparencia de la verdad, para que puedan presentarnos una propuesta que enriquezca el debate por el futuro, con lo cual se fortalecería la democracia en Colombia.


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