Foto: The Guardian

Por Wladimir Uscátegui

Concedamos por un momento que todo arte -toda ficción al menos- es alegórico. Las obras que contienen elementos fantásticos suelen ser muchas veces expresión soterrada de algo más o sirven de vehículo para (d)enunciar aspectos sociales, políticos o morales. Sin embargo, cabe también la posibilidad de que algunas obras no tengan más intención que la de sumergirnos en un mundo de horror que apela, siquiera de un modo involuntario, al sustrato más pantanoso de nuestra conciencia (lo cual, por otra parte, también tiene algo de alegórico), justo ahí donde habitan nuestros miedos, fobias y vicios más inconfesables.

En el caso de la obra cinematográfica de Julia Ducournau, la nueva ‘enfant terrible’ del cine galo, cualquiera de estos dos enfoques viene bien. De hecho, me atrevería a decir que sus películas pueden leerse como metáfora de variados traumas (tanto personales como colectivos) así como elaborados ejercicios de estilo tendientes a darle una vuelta de tuerca a un género poco apreciado entre los críticos: el cine de terror.

Ducournau hizo su debut cinematográfico en 2011 con un corto, ‘Junior’, en el que ya sugería muchas de las claves que la consagrarían años más tarde, en especial su uso del cuerpo como síntoma del horror y expresión de la violencia, lo que ha justificado que sus películas hayan sido catalogadas dentro del subgénero del ‘body horror’, calificativo que, creemos, no les hace justicia suficiente. Pues lejos de conformarse con crear imágenes efectistas e impresionistas, Ducournau se ha valido de algunas características del género para mostrar terrores que, sí, se manifiestan en el exterior, en el cuerpo, pero son fruto de dolencias y traumas más endodérmicos. En este sentido, ‘Junior’ es más o menos transparente: retrata el complejo proceso (corporal, hormonal, psicológico) que lleva de la pubertad a la madurez. De modo similar a como una oruga rompe la crisálida para salir convertida en mariposa adulta, el cuerpo de Justine (personaje interpretado por Garance Marillier, actriz fetiche de la directora) empezará a romperse (literal) al tiempo que una excrecencia mucosa empieza a inundar sus espacios. De adolescente con granos y frenillo a mujer plenamente desarrollada, Justine pasará por una etapa intermedia en la que se concebirá así misma como un monstruo. La metáfora, repito, es transparente.

Más oscura, compleja e incómoda será la propuesta en ‘Raw’ (2016), primer largometraje de Ducournau (protagonizado nuevamente por Marillier). Sin sutileza alguna, ‘Raw’ es una inmersión brutal en un mundo realmente depravado y violento. La metáfora aquí no es del todo clara, y la película puede leerse tanto como un comentario social sobre la rigidez de ciertos estamentos sociales (la Academia como arquetipo de la institucionalidad) o, más inquietante aún, como una sublimación de deseos y obsesiones más siniestras y oscuras (reprimidas justamente por la disciplina institucional o familiar). La protagonista vuelve a llamarse Justine, como en ‘Junior’, y la directora parece sugerirnos que se trata del mismo personaje: a similitud de la Justine de ‘Junior’, la Justine de ‘Raw’ empezará, primero, por contraer una especie de eczema que la llevará a asumir una suerte de combate contra su propio cuerpo. Pero es apenas el inicio de un tórrido y mórbido descenso a la depravación y la locura. Justine, como antes su hermana mayor, irá desarrollando un gusto por la carne que culminará en una orgía de sangre y muerte. El contenido erótico y sexual va a la par del horror corporal por lo que uno se siente tentado a pensar que, de algún modo, son temas conexos; es decir, que la iniciación a la sexualidad de Justine abre la puerta no solo a sus deseos sexuales sino a sus impulsos más tanáticos. Un/a buen/a psicoanalista seguro podría aportar interpretaciones a granel…

Ahora, si prescindimos de la interpretación simbólica, lo que tenemos es una película demasiado violenta y cruda que lidia con el tabú ancestral del alimento: desde el veganismo hasta el canibalismo, tratando de soslayo la cuestión acerca de la imposición de dietas específicas. Sea como sea, la película logró granjearse el encomio de la crítica y catapultó a su directora.

Con las cartas a su favor y una enorme expectativa sobre lo que podría ser su segundo largometraje, Ducournau asumió otra vez el riesgo y facturó en 2021 otra película, ‘Titane’, que sigue la lección ya aplicada en las producciones precedentes pero ampliando sus simbolismos y complejizando el discurso. Si ‘Junior’ fue una metáfora del paso de la adolescencia a la vida adulta y ‘Raw’ una metáfora de la iniciación al sexo y la vida social, ‘Titane’ complementa el ciclo haciendo alusión al embarazo y una maternidad a medias deseada que, nuevamente, llevará a la protagonista a asumir otro combate encarnizado no solo con su cuerpo, sino con su sexualidad y su identidad de género. Marillier/Justine vuelve a aparecer en esta película, aunque en un rol más que secundario (aparece apenas en una de las escenas iniciales). La trágica heroína de esta historia es, en cambio, Alexia (interpretada por Agathe Rousselle), una chica que, debido a un temprano accidente de coche, tiene insertada una placa de platino en su cráneo. En un clarísimo guiño a ‘Crash’ de Cronenberg, Alexia es una especie de pole dancer/stripper que experimenta excitación con los autos (mecanofilia), comportamiento que llevará al límite de lo verosímil (recuérdese: estamos ante una alegoría) cuando tiene sexo con ellos y, en consecuencia, queda embarazada.

Este preámbulo fantástico deviene, sin embargo, en una suerte de thriller policíaco. Después de asesinar a un acosador, Alexia se verá en la necesidad de confundir su identidad con el fin de evadir a las autoridades. Usurpará, entonces, la identidad de Adrien, un niño reportado como perdido muchos años antes. Para ello, tendrá que ocultar, de una manera por demás tortuosa y sádica, tanto sus rasgos morfológicos femeninos (el pecho) como su incipiente embarazo. El cuerpo de Alexia será un cuerpo negado, amordazado, torturado: Alexia oculta su pecho y su vientre con vendajes ajustados hasta el punto de producirle heridas, tosca operación que solo tendrá éxito gracias a la complicidad de Vincent, padre de Adrien, quien, víctima de la nostalgia y la demencia, creerá reconocer en Alexia a su hijo largamente añorado. Nos vemos sumidos, así, en un mundo de locura en el que todos los convencionalismos han sido trastocados: las identidades se confunden; los límites de la cordura se pierden; el sadismo y la autolesión se tornan cotidianos… Vincent es un hombre perturbado, incapaz de ver la realidad; pero poco a poco entre él y Alexia/Adrien irá surgiendo un amor que no sabemos bien de qué naturaleza es. Al final, Alexia no podrá esconder más su condición de mujer ni su barriga prominente…

‘Titane’ es una película incómoda de ver, llena de violencia y siniestro y sádico erotismo. La transformación de Alexia en Adrien es tan dolorosa como improbable, pero sigue estando dentro de la “lógica” de la película. De las tres producciones mencionadas en esta nota, ‘Titane’ es la que más se presta a interpretaciones, la más compleja, la más alegórica, aunque al final casi no sepamos cuál era la alegoría. El mundo retratado por Ducournau es un mundo de locura y violencia… como el nuestro.

Ganadora de la Palma de Oro en Cannes, ‘Titane’ ha consolidado a Ducournau como una realizadora audaz e inteligente, aunque mucho me temo que, al mismo tiempo, parece la culminación de una estética muy definida. Dicho de otro modo, que el discurso de Ducournau parece haber alcanzado aquí sus cotas de originalidad, haber agotado lo que tenía por decir. De hecho, la película se torna excesiva y gratuita en algunos tramos. No es, ni de lejos, la mejor película del 2021, aunque sí una de las más espectaculares y polémicas. Lo que no se puede negar es que, en medio de su macabro exotismo, las películas de Ducournau logran tocar aspectos muy sensibles de nuestra sociedad y nuestros códigos éticos y morales. Y lo hace incomodando, vandalizando la cada vez más caduca e hipócrita “buena conciencia” de nuestras democracias.


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